El resplandor en el rostro del lector es la prueba de la buena literatura. El sonido de las palabras en el silencio (en la lectura) y la sorpresa del acontecer (en la aventura elegida), son las señales del viaje imaginario para entender y elegir el sueño en los libros.

La literatura es la vida, aunque quede a medio camino y el amor en el intento. Igual le sucede al enamorado que sabe que es la despedida desde el aeropuerto, aunque la bruma esconda la partida del avión que lleva lejos a la mujer que amaba (que ama, en rigor) y ya no es capaz (de retenerla) de decirlo en voz alta. Aunque la historia sea una fantasía o la pura verdad. Solo le importa al lector o, a la lectora, que renuncian a la aseveración pública de su propia piel.

Hay algo que pasa cuando nace el amor (en la lectura), que el libro es parte de sus ojos (en la aventura elegida). El tacto es dar vuelta la página, una y otra vez. La música que imagina. De las voces que escucha, de los nombres que aprende, de los paisajes que ha ido guardando desde su niñez. De la luz del mediodía en el Pucón cuando era villorrio y las calles eran de tierra. De ese mismo azul del mediodía (en la lectura) intenso (intensa), luminoso (luminosa) que se atesora con algo parecido a la felicidad (en la aventura elegida). En el viaje imaginario que regalan los libros de ciencia ficción, donde elegimos, entendemos el sueño.

Leer el último libro de Diego Muñoz Valenzuela, la nouvelle “Un fin para un principio” devela los arcanos del buen decir desde una caja mágica de aventuras, de mundos maravillosos e infelices, maravillados y desesperanzados por la desembozada quimera y la dura realidad del futuro. Todas las anteriores. “Las historias de la ciencia-ficción siempre incomodan a la razón”, como califica la escritora porteña Marisol Utreras.

Tanto así, que en “Un fin para un principio” volví a mi primer asombro de la ciencia-ficción chilena, “Las Toninas” de Edmundo Schettino, (novela perdida de las bibliotecas chilenas) donde los delfines sureños gobiernan el mundo. Y a reglón seguido, me atropellan “Ciudad” de Clifford D. Simak, que nunca más pude encontrar en la biblioteca de mi padre; así como “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury, donde siempre me quedo asombrado (en la lectura) en un Déjà Vú (en la aventura elegida).

Intento explicar mi pulsión por seguir leyendo después de haber terminado su primera lectura. Y leo tres veces el libro. Intento descifrar su título de “un fin para un principio” como algo que me sucede como lector. Su trama es un misterio para leer más de una vez.

Y recién todo me calza de la orfebrería del idioma español usada por el autor. Disfruto en castellano. Vivo feliz en la ciudad del adjetivo preciso y de la alegoría abierta. De cómo cuenta y cómo me doy cuenta cuando transito de página en página. De lo bien que escribe, describe y entusiasma Muñoz Valenzuela.  Su relato es un reloj que da justo a la hora de la entretención y da las doce del mediodía de las palabras exactas sin sobregirarse en las comas, los puntos seguidos, gobernados por el orden de los puntos aparte. Las exclamaciones y las preguntas residen en la misma calle del talento. Justas y perfectas.

“Un fin para un principio” es un espiral que puede ser leído inmediatamente después de cuando se cree todo finalizado, incluso, cuando termina la historia oficialmente en la página 145. El final siempre está partiendo de nuevo en la primera página del mismo libro. Eso pasa. Es extraño, pareciera que su encanto es quedar descifrando su principio y su fin a la vez.

Entonces, el resplandor (en la lectura). Las palabras interpelan al mutismo lector (en la aventura elegida).La imaginación se nutre con lo imaginado las otras veces.

El libro es un homenaje a los libros, aunque esconde las claves de su propia historia original. “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, donde los muertos hablan a través de sus ecos y murmullos, que Juan Preciado percibe al llegar a Comala. No es que los cadáveres hablen, sino que sus almas vagan por el pueblo. Algo así pasa. Es también La Ilíada de Homero que vuelve con su chúcaro Caballo de Troya y más de algún perro le hace un guiño a la Ciudad de Simak. Se siente el olor azumagado de la quema de los libros, a 451 (grados) Farenheit de Brad Bradbury. Es así que Greg Samsa vuelve del principio del siglo XX del domicilio de la Metamorfósis de Franz Kafka. Hay una sensación que se han leído todos los libros en este libro.

Es una obra que hereda claves cultas (ocultas muchas veces) de la historia de la humanidad como Guillermo de Ockman, intelectual del siglo XIV de la filosofía analítica que se roza con Russell, Wittgenstein y Moore, entre otros. Así también con el físico Erwin Schrödinger, con el experimento mental del Gato que puede estar vivo y muerto a la vez. Y Teseo, que también cruza el umbral protagónico del héroe fundador de Atenas en el mito que vence al Minotauro.

Sin embargo, es un libro sencillo, simple y anuncio que no sería extraño, en el corto plazo, fuera un cómico una película en Netflix. Famoso.

A ratos imagino a su autor (en la lectura). No dejo de pensar en Diego Muñoz Valenzuela como un fantasma que recorre el mundo (en la aventura elegida). El mundo es un parque, un país, un parque, un continente, un parque. Un parque cercano al bello barrio redólesiano.

Siempre, pareciera que es y era nuestro planeta. Lo que sería nuestro planeta. Eso quiero creer en el futuro retratado. Nadie lo podría asegurar, por cierto.

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer”. El mundo sigue vigente en siglos por delante. La humanidad se esconde en las cavernas del centro de la Tierra. Oficialmente, no existe. Ahora es una animalidad, donde no existe la lucha de clases a cambio de la amenaza de la lucha de especies y de las inteligencias de alienígenas invasoras. Una sociedad hermana con las Inteligencias Artificiales y con Aequus, lo más parecido a profetas extraterrestres, benefactores. El mundo es un dilema que vive en un Códice de Coexistencia Pacífica.

“Se inicia el baile: gatos perros, humanos, roedores, se confunden como si se tratara de una sola especie. Las Inteligencias Artificiales vuelan y zumban festejando el momento de felicidad”.

El libro es un baile de la imaginación. Dios no está en el reparto y la realidad es concreta y viene del espacio como seres buenos y malos. El cielo es de Dioses para algunos. Demonios, para otros.

¿Cuál es la gran revelación hecha al hombre? interroga la lectura. “-El Libro de la Naturaleza”, contesta la sabiduría de todos los tiempos. – ¿Con qué luz debemos leer el Libro de la Naturaleza?, insiste la interrogación. – “Con la Luz de la razón”, responde el libro de Muñoz Valenzuela.

Los personajes corren el velo del significado de la lectura en este libro de ciencia-ficción. Como un presagio.

“Sebastiana y su marido Guillermo de Ockman hacen un pícnic sobre una frazada vieja… El gato Morgan está echado panza arriba, con su grandota cabeza apoyada en los muslos de ella.

“- Me gusta soñar, Teseo –le dice Sebastiana mientras le rasquetea la testa peluda al gatito. Imaginar un mundo mejor que el nuestro”.

El libro “Un fin para un principio” es un principio para un fin. Un delirio literario que circula en las librerías del año 2025, en Espacio Público, Lolita, QuéLeo de Talca y en El Tren de Chiloé. Y en el mundo digital, en Busca Libre y en Zuramérica, su casa editorial.

Sebastiana: “-No hagas caso. Nunca quisiste aprender a leer; a menudo los libros me hacen delirar”.

  • “A mi me gustan tus delirios”, le replica Teseo de Ockman (en la lectura) (en la aventura elegida).

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