Llegar a Valparaíso y comenzar a serpentear las lomas y cerros  es internarse en un museo al aire libre donde cada muro es una invitación a compartir un mensaje que trasunta pasiones varias, propias de un conglomerado urbano tan abrupto y variopinto.

Cual irrupción aparentemente antojadiza y caprichosa, el arte callejero se empodera de la ciudad en una exuberante explosión de colores, estilos, tamaños, técnicas y formas llamativas, elocuentes, avasalladoras.

Estos muros hoy son espacios prolíficos del arte callejero que apuestan a la democratización cultural a través de imágenes que proponen una auténtica interlocución donde se autoconvocan muralistas y graffiteros chilenos, latinoamericanos y europeos. Firmas individuales o colectivas, como Charquipunk, Tombo, Los Plus, Los Keos, Caos, Pegk, Blek le Rat han dejado la huella de su talento expresivo en pos de un sueño universal.

El ADN popular está presente en el arte callejero a través del trabajo realizado por grupos herogéneos de artistas que desarrollan un modo de expresión valiéndose de espacios públicos implementando diversas técnicas (plantillas, posters, pegatinas, murales, graffitis  para pronunciarse. Esta innegable presencia cultural impone un nuevo sistema de relaciones en contrapropuesta a la galería y los museos  e invita inevitablemente a reformular  los esquemas y planteos estéticos y sociales, y a considerar que la función del arte en la calle es un cuestionamiento implícito que se emparenta con patrimonio cultural de la humanidad en tanto eco de una iconografía urbana.

El valor agregado de esta propuesta es que la razón de ser del arte es enfatizar la relación comunicacional del mismo, permitiendo que éste despliegue, irreverentemente o no, toda su funcionalidad, su razón de objeto dialogal y no de mero objeto mercantil.

La calle, finalmente y sin preverlo, le devuelve al arte la función primigenia, omitiendo los criterios del tipo bueno/malo, lindo/feo, dando libertad al espectador, de elegir el sentido o los significados que la obra le presenta, sin preconceptos ni leyes estéticas y con el genuino deseo de convertir a la ciudad en  una nueva ventana  colectiva donde confluyan las utopías urbanas.

Ana Saladino

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