Comentario de libro / Por Antonio Rojas Gómez

La verdad secuestrada

Cecilia Aravena Zúñiga, Eduardo Contreras Villablanca, novela.

Mago Editores y Editorial Espora, 132 páginas.

Esta novela ha sido escrita a cuatro manos, lo que implica dos cerebros. La primera exigencia que un lector atento plantea a un libro de estas características es que no se adviertan las manos y los cerebros diferentes. Cecilia Aravena y Eduardo Contreras sortean este escollo. La historia transcurre tersa, límpida, sin saltos entre uno y otro episodio, sin quiebres en la estructura del relato ni en el dibujo de los personajes.

Se trata de una novela negra, una aventura policiaca que sostiene una mirada crítica al pasado reciente y una denuncia más contra la dictadura y su relación con la Colonia Dignidad. Pero se plantea desde una situación actual: el secuestro de una muchacha que recién ha entrado a la universidad y que ni siquiera había nacido en tiempos de Pinochet. Otro acierto de los autores: la vida es un continuo diseñado ayer y proyectado a mañana. Ni surge ni desaparece con uno. Somos herederos de lo ya vivido por otros, gústele a quien le guste… o desagrade a muchos.

El misterio comienza, entonces, con el secuestro de una joven. La policía no encuentra luces, por lo que los padres de la víctima recurren a un investigador privado. Este personaje tuvo una brillante carrera como detective, pero fue licenciado de la PDI por sus inclinaciones sexuales. Es gay. Y llega a encargarse del caso porque su pareja es sobrino de la madre de María José, la niña plagiada.

Al caso policial se suma el tema de la homosexualidad como segundo polo de atracción de la novela. Polo que refuerza el hecho de que una monja del colegio en que estudió María José se enamoró de ella y desató un pequeño escándalo, acallado con su traslado a un colegio religioso en Rancagua.

El tercer foco del relato es político, y emerge cuando Patricio, el investigador privado, descubre que el padre de María José -un contador adinerado, más adinerado que cualquier contador que usted pudiera conocer- tiene un pasado militar, que lo llevó a ser destinado a la Colonia Dignidad.

Como puede advertirse en este diseño a líneas gruesas, la trama ofrece distintos encuadres que obligan a una lectura interesada. Patricio, el detective gay, tiene recursos investigativos; los autores también poseen recursos narrativos, de manera que las páginas se deslizan rápidas ante los ojos del lector.

Como sucede en todas las novelas, o en el noventa por ciento de ellas, el misterio se resuelve al final. No vamos a cometer el pecado de decir cómo. Pero resulta creíble, consecuente con la realidad planteada en las páginas que anteceden. Sin embargo, como esta es una novela negra y no solamente de investigación policial, lo que más interesa a los autores –y eso queda meridianamente claro para cualquier lector suspicaz- no es la solución del enigma, sino el contexto socio político en que ocurre. Y lo han dibujado bien, aun cuando no haya un aporte nuevo desde el aspecto sociológico, sino una reiteración de antecedentes manejados con profusión en la literatura chilena reciente.

Es un libro entretenido, que ofrece algunas novedades a los aficionados al género negro y que cumple con las expectativas de esta vertiente literaria. Tal vez los autores proyecten continuar con su creación a cuatro manos –y dos cerebros- y preparen nuevas aventuras del investigador gay. Serán bienvenidas, sin duda, pero han de ser cuidadosos en el tratamiento de la sexualidad del protagonista, que no debería hacer sombra a lo fundamental en este tipo de novelas: la solución del misterio policiaco.

Antonio Rojas Gómez

 

 

 

 

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