La editora Silvia Aguilera, Mauricio Weibel, Rossana Dresdner, autora, Marco Antonio Núñez y Andrea Viu.

Intervención de Rossana Dresdner

“Mira chica, te voy a dar un consejo: acá en la Cámara no puedes confiar en nadie. En nadie. Mírame, te lo estoy diciendo yo. Y eso quiere decir que no puedes confiar ni siquiera en mi”.

Esa frase, que aparece en la novela “Honorables”, es verdadera. Fue dicha por un alto abogado de la Cámara. Me la dijo a mí, una tarde que recurrí a él, en un momento de frustración, en el que no sabía qué hacer. Fui a pedirle un consejo. Y me lo dio.

Con los años, me di cuenta que él sinceramente trató de ayudarme. Y que me dio lo que a su juicio era el mejor consejo. Incluso a costa de reconocer abiertamente que él tampoco era confiable.

Como esta cita, “Honorables” tiene muchas conversaciones y situaciones que son verdaderas o más o menos verdaderas. Porque, si bien es un libro ficción, la historia está inspirada en hechos reales. Los personajes, las situaciones, los hechos, están inspirados en la realidad, pero no son reales. Me corrijo: algunos sí lo son: aquellos que son de público conocimiento y que han sido publicados por la prensa, y aquellos que me constan en mi experiencia personal, y que tienen que ver fundamentalmente con el tipo de relaciones y el tipo de emociones que se viven en a Cámara. La procesión interna.

Es difícil definir el límite exacto entre la realidad y la ficción. También es difícil delinear la frontera entre una periodista y una escritora. Pero creo que esa disyuntiva a veces pierde relevancia, especialmente en estos casos, donde la realidad supera con creces la capacidad de inventar historias.

Hay cosas que se narran en esta novela que me constan. Me consta la traición. Me consta el egoísmo. Me consta la ambición. Me consta la mentira. Y también me consta que todo eso se acepta como una forma de operar que es “política”. Si no las aceptas, si no las usas, si no te haces parte, no eres político, no eres profesional, no eres inteligente. No sirves. Eso me consta. Esa frase “No puedes confiar en nadie, ni siquiera en mí”, es expresión de eso. Y me la dijeron a mi.

En ese sentido, pienso que esta novela puede ser un aporte. A comprender con mayor profundidad el drama del funcionamiento de una de nuestras principales instituciones. Porque más que mostrar hechos irregulares –muchos publicados y republicados por la prensa–, acá se muestra el contexto, las relaciones humanas, las situaciones que hacen posible que esos hechos irregulares se generen. Y que se acepten. Y se normalicen. Y se hagan costumbre. Porque la realidad del Congreso, a la que asistimos cada día por los medios, para nosotros pasa a ser casi una ficción, casi una telenovela; como dice el diputado Müller –uno de mis personajes: “un reality con nuevos capítulos cada día”. La capacidad de asombro tiene límites. Y, sin darnos cuenta, de repente nos dejamos de asombrar y pasamos a ser meros espectadores de este reality.

Quiero volver a asombrar. Mostrar la frustración, el miedo, la inseguridad, la arrogancia, el desprecio. La angustia. Todo lo que se genera en torno al poder.

El poder es el principal motor de toda actividad en la Cámara. Pero el poder no es algo abstracto. Por el contrario, es algo muy concreto, que se usa para fines concretos. La gente habla del poder como si fuera una entelequia. Pero el poder es real; es dominio, fuerza, autoridad, influencia, que se expresa en cómo y cuánto logro llevar adelante mis objetivos. Y cómo, para ello, construyo y administro mis relaciones, incluso a mi mismo, en función de avanzar en una dirección determinada.

En la Cámara, el poder tiene que ver con la legislatura, claro, pero no solo. Tiene que ver también con el dinero, con los cargos, con las relaciones. Y para otros, tiene que ver con el futuro, con la vida personal, con los sueños. Con la casa que me quiero construir. El futuro de mis hijos.

Cómo se ejerce el poder, quién lo ejerce, con qué fines, en el día a día, en situaciones concretas, define cosas tan superficiales como el tamaño del escritorio sobre el cual trabajo, hasta las votaciones de proyectos de ley que son trascendentales para el país. Es este enjambre de relaciones, de emociones, de vivencias lo que intento retratar; lo que le pasa a una persona que llega recién a esa institución, o lo que le pasa a una que lleva mucho tiempo allí. Ya sea un diputado o un funcionario.

Las relaciones humanas en la Cámara son duras, crudas, muchas veces despiadadas, y siempre condicionadas por el ejercicio del poder. La Cámara de Diputados es un lugar donde la gente la pasa mal. Pero es «sin llorar». Porque es politica. Eso dicen.

El propósito de toda novela es contar una historia. Aquí hay una, respecto de la cual todos creemos saber algo. Pero acá se muestra algo nuevo. O desconocido. O velado. Esta historia sugiere que el problema con el Congreso o, en este caso, con la Cámara de Diputados, es más profundo de lo que creemos. Es una historia que habla de soledad, de institnto de sobrevivencia, de la necesidad de ser aceptados, del objetivo de triunfar. En definitiva, habla de la capacidad del ser humano de adaptarse casi a cualquier cosa, con tal de lograr sus objetivos.

En esta historia vemos un sistema interno que va más allá de la legislatura y más allá de quienes ocupan los escaños parlamentarios. Un sistema del cual ellos forman parte, pero donde no son los únicos actores. Ni tampoco los que toman todas las decisiones estratégicas.

Soy una convencida que podríamos cambiar a los 155 diputados actuales, sin que eso cambiara mayormente el funcionamiento de la Cámara. Más que un tema de las personas, es un tema de procedimientos, de métodos, de prácticas, de costumbres. Me consta que hubo presidentes que intentaron hacer cambios y no pudieron porque se vieron entrampados en un pantano de formalidades y trámites, aspectos que algunos manejan al dedillo en el Congreso. Y los manejan, claro, a su favor.

Baradit dijo en una entrevista que el sistema del Congreso es un laberinto diseñado para que la gente se pierda. Y que a veces el Congreso parece más un muro de contención. A mi me consta que hay un sistema que opera como muro de contención. Pueden cambiar a los 155 y el muro seguirá ahí.

¿Como denuncias eso en un reportaje? Difícil, porque para explicarlo necesariamente debes entrar en el terreno de lo subjetivo, de las relaciones humanas, de los actores y sus historias personales. Porque los cargos y las responsabilidades son posteriores. Primero son las personas. Son las personas las que ejecutan las acciones, las que construyen o destruyen, las que hacen o deshacen, las que deciden, determinan, concluyen. Personas. Seres humanos. De carne y hueso.

¿Hay, entonces realmente una contradicción entre la ficción y la no ficción?

Patricia Espinoza, conocida crítica literaria, ha dicho que la literatura es un ring, un territorio político y polémico, donde se viven batallas mayores o menores. Batallas por privilegiar significados, por hacer visible un discurso o una palabra. Una pequeña gran batalla –dice– donde quien escribe tiene la necesidad de denunciar, enunciando.

Después del estallido del 18 de octubre, los ojos se han vuelto hacia el Congreso. Nos han dicho que son los parlamentarios quienes tienen las llaves para las soluciones que el país necesita. Son esos proyectos de ley que responderán a las demandas de la gente. Pero han pasado más de cuatro meses y vemos que, aunque tengamos una crisis nacional de esa magnitud, persiste la indolencia y la inercia que la gente critica y que a muchos enrabia. El sistema sigue operando. Inmutable. El problema no es solo de 155 personas que legislan. Es más grave que eso. Es un sistema. Que trasciende. Que es mucho más fuerte. Y más poderoso.

Honorables es un libro que me costó mucho. Es un libro al que durante mucho tiempo no le tuve cariño. Ni a la trama ni a los personajes. Que incluso abandoné y traté de olvidar.

Pero no pude. Ahí viene lo de periodista: cuando tienes una buena historia que contar, aunque no sea bonita, aunque sea bastante amarga, la debes contar.

Quiero agradecer a Silvia y Pablo por haber confiado en mi, una vez más, y por la valentía de publicar un libro complejo, que a muchos incomodará y que muchos seguramente criticarán.

Agradecer a Andrea, por creer en mi y en esta novela cuando ni yo misma creia en ella, y cuyos consejos certeros la hicieron mejor.

Agradecer a Marco Antonio, por el coraje, la osadía y la entereza de estar presentando la novela hoy. A Mauricio, a quien admiro por su rigurosa labor periodistica de investigación y denuncia, de la cual el país entero está agradecido.

También quiero agradecer a las personas que me ayudaron con sus testimonios: diputados en ejercicio, ex diputados, y funcionarios de la Cámara. Personas que compartieron conmigo su experiencia personal e íntima en la institución. Sin ellos, esta historia no habría sido posible.

También quiero agradecer a los colegas reporteros del Congreso, que con profesionalismo y tenacidad han develado verdades que en muchos casos han sido el motor para comenzar a corregir numerosas irregularidades. Varias de esas historias están en la novela.

Y quiero agradecer finalmente –porque siempre guardo lo mejor para el final– a mi familia, que me tuvo fe y sobre todo paciencia durante los cuatro años que me demoré en esta mega empresa.

Les agradezco también a todos ustedes, que me vinieron a acompañar hoy en el lanzamiento de esta nueva aventura.

Los dejo con esta historia.

Espero les guste. Espero los haga pensar. Y repensar.

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