De adolescente en Ecuador, Johis Alarcón se sintió cautivada por la cultura del hip-hop. Puesto que es una persona con un enfoque visual, tomó latas de pintura en aerosol y comenzó a hacer grafitti. Además, la música que ella y sus amigas escuchaban tenía un ritmo que despertó su curiosidad.
“¿Cuáles son sus raíces?”, se preguntó. “Llegamos a la conclusión de que provenía de África y era una forma de espiritualidad. Comencé desde ahí y empecé a buscar entender la espiritualidad africana y la manera en que llegó a Ecuador”.
Los ritmos, tan vitales para conservar una cultura como el latido del corazón, no fueron la única tradición transmitida por los africanos que estaban esclavizados y fueron llevados al hemisferio occidental hace siglos. También trajeron su religión, al incorporar a sus orishas o deidades que sincretizaron con los santos católicos y permanecieron así escondidos a plena vista. Alarcón, que fue criada con tradiciones indígenas andinas, comenzó a explorar la diáspora africana de Ecuador, incluyendo la vida de sus amigos afroecuatorianos.
El proyecto resultante, Cimarrona, es un vistazo íntimo no solo a la influencia indeleble de la cultura africana, sino también a algo más importante: la manera en que los descendientes de mujeres que fueron esclavas mantienen viva su identidad y dignidad mediante sus prácticas espirituales. El título se refiere a las personas esclavizadas que se deshicieron de sus grilletes y escaparon para ser libres.
“Las prácticas jamás desaparecieron”, dijo Alarcón, de 26 años, quien vive en Quito. “Esto se trata de la liberación negra. La idea es que, cuando los esclavos fueron tomados de África, sus ancestros y orishasvinieron con ellos”.
Credit Johis Alarcón
En conjunto, las varias comunidades afroecuatorianas conforman alrededor del diez por ciento de la población de ese país, dijo Alarcón; descendientes de esclavos que fueron llevados a Ecuador para hacer trabajo en minas y campos de algodón y caña de azúcar. Alarcón habló de cómo algunos escaparon y encontraron refugio en zonas de difícil acceso donde podían practicar sus tradiciones abiertamente.
Otros, dijo la fotógrafa, fueron obligados a trabajar en remplazo de personas indígenas que habían muerto a causa de la fiebre amarilla. Sin embargo, algunas mujeres encontraron maneras de liberarse de su condición de esclavas al esconder mensajes en los pliegues de sus faldas o incluso en sus trenzas.
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Siglos después, los descendientes de estas mujeres siguen conectados con sus raíces mediante las tradiciones de su fe, la cual también se ha mezclado con tradiciones católicas e indígenas como la limpieza espiritual y la curación.
“La espiritualidad africana, además de los rituales, también es parte de la vida cotidiana basada en la familia”, dijo Alarcón. “La cosmología y la espiritualidad africanas eran fundamentales para que se mantuvieran unidos y libres, incluyendo a los que migraron a las ciudades”.
CreditJohis Alarcón
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Sin embargo, la fuerza de los vínculos y la reivindicación entre los descendientes de las cimarronas comúnmente son puestos a prueba. Alarcón recordó la historia de una amiga que llegó a casa un día y se encontró a su hermano cubierto de talco; le dijo que era su manera de aclararse la piel. Otra amiga recordó cómo, cuando tenía 9 años, una profesora le dijo que su cabello era “feo” y que debía alaciárselo. Al crecer van formando más su idea de identidad con estilos tradicionales y el aprendizaje de cantos religiosos transmitidos por generaciones.
“Esta es una historia de liberación”, dijo Alarcón. “La única manera de resistir y mantenerse conectados es mediante estas prácticas que se han preservado durante siglos. Quieren conocer a la Madre África”.
Credit Johis Alarcón
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