Hola querido nieto Gaspar,

Me encanta que tu vida hasta ahora sea jugar entre el bosque de la casa de tu abuela, el jardín donde te encumbras a los árboles, subirte al lomo de tu querida perra Nela y sacar frambuesas, con el cuidado y el cariño que ese fruto requiere. Creo que las frambuesas son las frutas más delicadas que existen. Cuando yo era niño como tú, en la casa de La Reina mi papá me enseñó a cosechar ciruelas, tal como ahora tu papá te indica cómo hacerlo con las frambuesas, que no solamente son tan delicadas sino también exquisitas y únicas en el mundo.

Siempre son así las cosas de la vida, si algo cuesta es porque vale la pena. Las ciruelas son, en cambio, más duras y se las puede tratar con menos delicadeza.

Como la mayoría de las cosas, desafortunadamente.

En aquellos años de mi infancia alrededor de los ciruelos, a dos cuadras de nuestra casa una señora bastante conocida porque tocaba la guitarra y rescataba canciones olvidadas en lugares de Chile lejanos y escondidos, instaló una carpa gigantesca y se puso a vivir en ella. Todos en el barrio la miraban con sorpresa y algunos hasta se oponían a que la nueva vecina anduviera por ahí. La encontraban una mujer rara. Siempre ocurre así con las cosas novedosas y después, cuando ya es demasiado tarde, vienen los arrepentimientos.

Cuando volvía del colegio yo pasaba junto a la carpa y un día entré. Hacía mucho frío. Había mesas vacías y asientos hechos de tablones. Todo estaba desordenado y de repente apareció la señora con un largo vestido floreado, tan largo como su cabellera. Me dijo que le gustaba que la visitara y me ofreció una taza de té. También me pasó un pan.

“Lo hago yo”, me dijo.

No me habló nada de sus canciones ni de ella misma. Solamente me preguntó qué me gustaba a mí. Yo en esos tiempos no tenía preferencias por nada, ni siquiera imaginaba que existía el futuro. Después del té caliente le dije que tenía que seguir a mi casa y ella me invitó para cualquier otro día.

“Me llamo Violeta”, se despidió.

Un corto tiempo después vino la primavera. Alrededor de la carpa, como ocurre en la casa de tu abuela todos los años, se llenó de flores y supe que en las noches se llenaba también de gente que iba a escuchar a la señora de los cabellos largos. Nunca me dieron permiso para ir de noche a la carpa pero muchas veces entré de día y siempre estaba ella. Cuando llegó el verano y también la cosecha de las ciruelas, le llevé de regalo una bolsa repleta de las recién cortadas. Ella me lo agradeció mucho, creo que ya éramos amigos o, por lo menos, teníamos confianza. Una tarde me dijo “escúchame”, tomó la guitarra y se puso a cantar. Yo nunca había escuchado canciones así, me gustó mucho cómo le sonaba la guitarra.

Gaspar, le voy a decir a tu papá que te haga escuchar canciones de ella, sobre todo ahora que hace tantos años que la señora de la carpa murió, pero es inolvidable. Yo creo que todos los niños como tú, querido nieto, debieran escuchar las canciones de esta mujer que triunfó tanto en la vida pero que no fue feliz, algún día sabrás por qué. O quizás ya las escuchan en los colegios, tú mismo me podrás informar cuando te toque.

Por todo esto que te estoy contando es que quiero volver a lo de las frambuesas que te decía al principio de esta carta. Tú ya sabes que de la mata se saca suavemente el fruto y queda la semilla que, a su vez, dará nuevo fruto dentro de un corto tiempo. Y siempre he pensado que a la señora de la carpa le faltó que la trataran bien en la vida. Con delicadeza, cariño. Y respeto, aunque no siempre fue así. Sin embargo, la semilla de su propia frambuesa no se rompió, a pesar de los pesares. Apenas crezcas unos pocos años más, ya verás como en el mundo entero floreció para siempre la señora de la carpa que conocí cuando yo tenía unos pocos años más que tú ahora.

Cuando en la próxima cosecha te vea sacando frambuesas le voy a preguntar a tu papá si ya te han leído esta carta. Saca el fruto con esa misma delicadeza. Siempre se necesita para todo y más aún para algunas personas, ya llegará el día en que lo comprenderás. Solo te puedo agregar aquí que lo que te he contado es una de las cosas más bellas que he me han ocurrido en la vida y, bueno, espero que a ti también te sucedan cuestiones parecidas y que jamás olvidarás. Cuando, por ejemplo, veas una carpa que se instale de repente cerca de dónde tú vivas, entra en ella a ver de qué se trata.

Si tienes suerte, lo recordarás para siempre.

Tu abuelo Federico (“Pepey”)

Invierno, 1918       

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