Hace pocos días se ha ido del planeta una mujer chilena valiosísima, de nivel internacional, que recordaremos siempre.

Afortunadamente, no la hemos perdido del todo. No nos dejó sus cenizas, porque quiso repartirlas entre La Habana y Vancouver, donde vivió sus últimos años. Pero nos deja una inmensa obra: sus enseñanzas presenciales y audiovisuales, y en los más de 80 libros que publicó con lo aprendido en sus intensos 82 años para hacer de éste, un mejor mundo para todos.

La conocí de adolescente, en sus comienzos como activa militante católica. Mientras estudiaba Psicología en la Universidad Católica, fue dirigenta y posteriormente, presidenta de la AUC (Acción Católica Universitaria), a la cual yo pertenecí también desde Periodismo en la Universidad de Chile. Marta fue apasionada con su cabeza y con su corazón. Cuando a fines de los años 50 con este grupo participamos en un retiro espiritual en Vilches, la ví llorar cuando su pololo de entonces, el economista Jorge Leiva, fue despedido con aplausos por su decisión de entrar al Seminario Mayor para ser sacerdote… Eran otros tiempos.

Marta con el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

Profundizamos la amistad a comienzos de los 60, mientras ambas realizábamos estudios de postgrado en París: ella, de la sicología saltó al marxismo como herramienta para entender y tratar de mejorar el mundo, y yo, cine. No estando preparada todavía, rechacé sus invitaciones a conocer su nuevo camino.  Un camino con la misma meta: atacar la pobreza, pero con una forma distinta de amar al prójimo.

En la misa que se ofició en su memoria en la parroquia de Los Dominicos en Santiago el sábado 22 de junio, a sólo una semana de su partida, su hermana Inés recordó que un cuarto de su vida Marta fue católica y el sacerdote oficiante agregó que había continuado el llamado de Cristo por otros caminos. Marta, como muchos cristianos de su generación, entre ellos su gran amor de los años universitarios, Rodrigo Ambrosio, abrazó el marxismo porque éste le explicó bien por qué existen ricos y pobres en el mundo. Fue una cristiana marxista.

Cuando en 1965 compartimos por unos días el romántico, pequeño y pobretón Hotel des Capucines, en la rue de Feuillantines en París, me confesó que se había enamorado de su entonces profesor: Louis Althusser. Era un arranque de juventud porque años después rectificó que, aunque lo de ellos fue algo más que amistad, en ella fue un enamoramiento del calibre intelectual del maestro, a quien agradeció siempre el haberle abierto los ojos al marxismo como instrumento para la transformación social. Y ella a él le correspondió con un don que él no tenía: acercar sus complejas teorías en forma simple a la gente, lo que Marta hizo en los Cuadernos Populares con Graciela Uribe en Quimantú, y con “Los conceptos fundamentales del materialismo histórico”, la obra que escribió en Francia y que en edición corregida en 1985, sirve aún de texto de estudios de la filosofía marxista en universidades de todo el mundo. Marta tuvo el don y la vocación de pedagoga.

Marta con sus nietos en La Habana, 2018.

La reencontré hacia el final de su vida cuando ya había realizado la mayor parte de su gran obra en beneficio del desarrollo latinoamericano. Viajó por innumerables países donde algún cambio social se estaba produciendo: Nicaragua, Brasil, Ecuador, El Salvador, Bolivia y en los últimos años, por Grecia e India. A todos lados, más que a dar conferencias como le pedían, valoraba más conversar con la gente de las organizaciones sociales de base, iba a enseñar y a aprender.

Al Chile de los tiempos de la Unidad Popular aportó como profesora en la Universidad de Chile y luego, como directora de la revista Chile Hoy, con oficinas en la Editorial Quimantú. En medios de comunicación como este, y en todos aquellos donde publicó artículos, descubrió otra importante forma de dar a conocer su verdad, la verdad que mejoraría el mundo.

Marta, cuando estudiaba en París

La escuché en los 90 en un panel en el desaparecido café “Off the Record”, que conducía Fernando Villagrán en el Barrio Bellavista, y luego en 2016, en una charla en la Casa Central de la Universidad de Chile, organizada por su amiga de Quimantú, Faride Zerán, desde la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones a la que concurrieron muchos estudiantes y profesionales ávidos de conocerla y de escuchar sus nuevas propuestas, que en el fondo eran las mismas: que el verdadero y sólido desarrollo social de los pueblos se consigue cuando las bases, a través de sus organizaciones, participan en el programa y su puesta en práctica.

 

Es lo que aprendió en Cuba, donde se exilió tras el golpe militar y donde formó familia con Manuel Piñeiro, o “Barbarroja” (fallecido en 1998), mano derecha de Fidel, con quien tuvo a su única hija, Camila, que le dio además la alegría de gozar de dos nietos. Y donde aprendió la construcción del nuevo régimen con activa participación de las bases.

Posteriormente lo perfeccionó con su siguiente compañero, el economista e investigador marxista canadiense Michael Lebowitz, quien reafirmó el hallazgo: que al participar en la elaboración de su trabajo, y no sólo realizarlo, el trabajador tiene dos productos: el que realizó y lo que su fabricación cambió en él, sea alienándolo o avanzando en su desarrollo humano personal.

Es lo que le gustó y atrajo del socialismo chavista en Venezuela, donde corrió gustosa a prestar apoyo y consejos. Allí estuvo siete años y se volvió a Vancouver cuando se dio cuenta de que su presencia incomodaba a quienes gobernaban con Chávez por ser mujer y chilena, aunque siguió asesorándolo a través de cartas y mensajes.

Me honraba formar parte de la red de amigos que a través del ciberespacio nos enviaba sus noticias todos los meses, desde donde estuviera, últimamente, desde Vancouver, Canadá, donde vivió hasta el fin de sus días, con permanentes viajes a La Habana donde viven su hija Camila y sus nietos.

Sus mails eran crudos boletines médicos, donde nos contaba con detalles cómo la había encontrado su oncólogo en la última visita – en Vancouver o en La Habana – : cómo reaccionaba su organismo a los distintos tratamientos y medicamentos… cuántos tumores habían desaparecido y también, cuantos resurgido.   Era sorprendente saber cómo seguía la evolución – a veces involución – de su cáncer con una sangre fría inédita en cualquier paciente de la enfermedad maldita.

Marta con su amiga de la infancia Paloma Urzúa, en su última visita a Santiago, en diciembre de 2018.

En esos mails colectivos también nos ponía al día en cuanto a su trabajo. No dejó de escribir nunca, ya sea terminando un libro o escribiendo artículos para Punto Final en sus comienzos (bajo el seudónimo de Neva) y en Rebelión, diario digital español de izquierda. “Hay que vivir en la incertidumbre y salir adelante cueste lo que cueste”, decía en el último correo, que recibí en abril pasado. Y terminaba como siempre con “Un abrazo lleno de sueños y esperanzas”.

Adiós, Marta. Nos dejas tu rica experiencia de vida y el horizonte de un mundo mejor si todos trabajáramos como tú lo hiciste.

LIDIA BALTRA

3 julio 2019

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