Al entrar a su taller, una secuencia continua de formas abstractas recibe al espectador. Figuras humanas quebradas, en constante movimiento, comparten el espacio y se mesclan con otras animalísticas. Una geometría misteriosa, enmarcada en un uso agresivo del color desconcierta al espectador.

Ernesto Durán articula en cuadros surrealistas la temática americana, donde los cuerpos flotan, no en el sueño, sino más bien a través de la psique de un subconsciente cargado de la contradicción cultural de su creador. Es un choque mestizo donde la expresión ritualista, mitológica y chamánica se cruza con la visión monstruosa de los primeros europeos en América; de cuerpos deshumanizados, convertidos en pesadillas en un sincretismo obligado, con apariciones de lo religioso, en su juicio condenatorio sobre el otro.

La humanidad en sus cuadros surge como síntesis de ambas, nunca separadas de la naturaleza y, sin embargo, alejada de toda realidad. Es un comentario potente sobre la esencia del habitante de nuestro continente. Habla directamente a un sentimiento de pertenencia, de lo perdido, de quienes somos, no desde una respuesta fácil, sino de una reconstrucción de una identidad fragmentada, donde cada pieza trata de develar el misterio de esa identidad.

 

 

 

 

 

 

 

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