Trataré de desarrollar por qué esta crisis en el sector cultural puede ayudarnos a quienes trabajamos en él a evidenciar un colapso sistémico que, por supuesto, excede a las trabajadoras y trabajadores de la cultura, porque es una realidad presente en millones de chilenos y chilenas que hoy escuchan medidas paliativas que no les contemplan en absoluto. Una larga historia que habla de informalidad laboral, de condiciones precarias, de nula protección social y que se traduce en miles y miles de personas que viven al día. ¿Les suena familiar?

Las y los trabajadores de la cultura, en su mayoría, dependen de proyectos o temporadas. A esto se le suma algo, que pueden haber leído ayer quienes revisan las redes sociales: no son considerados trabajadoras y trabajadores que aporten al país. Su trabajo es invisible, poco valorado y estigmatizado.             

Aún se cree que los artistas son una élite privilegiada. Quizás muchas y muchos lo son porque tuvieron educación superior, que en este país es un lujo. Pero detrás de muchos de ellos hay deudas universitarias que merman aún más su día a día, insisto majaderamente, como a muchas y muchos en Chile.

Esta conclusión ramplona e injusta, que tiene un sector de la sociedad, es el resultado de un sistema que premia el éxito económico como el máximo ascenso al Olimpo neoliberal. Otro motivo que imagino ayuda a esta estigmatización es que probablemente lo que se ve públicamente del mundo artístico cultural es a unas y unos pocos que tienen la fortuna de tener una solvencia económica y reconocimiento público. Pero sepan ustedes que esto escapa totalmente de la realidad general, que no se aleja, insisto, de las muchas personas que hoy ven con desesperación qué día no trabajado, es un día más sin ingresos. Un proyecto perdido, un sueño enclenque del que brutalmente hemos despertado, porque era una realidad que insistíamos en meter bajo la alfombra hasta octubre, y de la que preferíamos no hablar, porque hablar del mañana era pensar en pobreza segura.

Lo más interesante o deprimente de las medidas anunciadas por el gobierno es que ninguna se hace cargo de esta realidad. Todas insisten en promover la falacia de que este sector no está habitado por trabajadoras y trabajadores sino por emprendedores (nombre irritante que se le entregó a todo aquel que el estado abandonó a su suerte y le dijo ráscatelas solo y vuelve rentable tu producto). La inyección de recursos sólo perpetúa y profundiza la precarización de quienes hoy viven el descalabro, el eslabón más delgado de la cadena, pues los dineros se institucionalizan para que chorreen. Quizás es bueno que se sepa de una vez, que muchas veces para que los proyectos artísticos culturales vean la luz hemos pagado de nuestro bolsillo. Así es, creemos tan profundamente en el aporte de lo que hacemos, que hemos pagado por trabajar.

Todo esto ocurre porque la cultura no escapa de las medidas de otros sectores, tan distintas a las que hemos visto en otros países. Las de Chile son hijas de un estado subsidiario que sólo se mete en aquel espacio donde el privado no llega.

En nuestro país no se ha suprimido el cobro de ningún servicio básico, no se han congelado los pagos de créditos hipotecarios o de consumo para las personas, mucho menos la cuota del CAE, etc. Esas medidas que ayudarían a tanto trabajador independiente o informal invisibilizado en esta crisis sanitaria.

En esa misma realidad se encuentra el mundo de la cultura. Ojalá se conformara una gran fuerza de quienes viven esta realidad, así se nos vería como parte de la sociedad y no como parias. No tendríamos que escuchar cómo una derecha concertada y oportunista aprovecha de hacer tendencia en redes sociales su venganza a la postura crítica que el mundo de la cultura ha tenido con este gobierno y con la violación a los derechos humanos que hemos vivido. Pero que se entienda acá que nadie está hablando del gobierno, estamos hablando del Estado de Chile. Por eso a pesar del bullying cibernético nos alegramos que su idea de suprimir el plebiscito no haya prosperado, porque este problema es justamente por la estructura y el rol del Estado que nos ha demarcado la actual constitución principal protectora del modelo actual.

Por último quiero hacer un ejercicio con esas personas que tanto opinaron por redes. Sobre todo con figuras públicas como Marcela Vacarezza, que criticaba la inyección de recursos sentada en la ignorancia, vociferando que esto no lo considera prioritario para el común de las personas, personas que comúnmente acompañan sus vidas con música, libros y películas, para darle sentido, hacerla más amable y emocionarse (no se si es su caso).

Permítanme decirle a Marcela, y a tantas y tantos otros, que comparar la cultura con salud, con educación, con alimentos, con apoyo a las pymes, es una comparación mañosa. La frase de la salud es lo más importante, que hoy nos resuena fuerte y nos tienen a muchas y muchos voluntariamente recluidos en nuestras casas, esconde una trampa. Las personas tenemos muchas dimensiones a la vez.

Para que tu enfermo sonría, pase tranquilo la tarde, se emocione, espere su recuperación, seguro le pondrás una melodía que le guste o le suba el ánimo, le leerás un cuento, un poema, le mostrarás una imagen hermosa, incluso una película o una serie. Cuando mejore querrás invitarlo de regalo a ver una obra o un concierto, y así tu vida se llenará de recuerdos hermosos que podrás contarle a los que vendrán.

Andrea Gutiérrez

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