El desafío de hacer comedia y con el aditamento de la música, es siempre un reto mayor. Y en este caso, “La Llamada” pasó bien la prueba.
Los estrenos son siempre apretados y difíciles. El público expectante costó para que pasara de un nervioso silencio hasta los vítores para dar su asentimiento. La primera media hora de la obra se vio a tirones, hasta que la audiencia creyera en la metáfora.
Convencidos del juego teatral, en algún momento, el público reconoció la magia. Las risas, las trasgresiones y la credibilidad se apoderaron del teatro. Se soltaron las amarras y las actrices se “comieron el escenario”. Llegaron los aplausos en las escenas y la obra se fue para los cielos, literalmente.
Hay que destacar, de manera especial, la actuación de la talentosa Amaya Forch, que demostró que está para grandes interpretaciones en el teatro-teatro y en los musicales. Tiene un histrionismo magistral. Genial.
Las buenas actuaciones de Geraldine Neary, Francisca Walker y Susana Hidalgo derrochan alegría y luminosidad. Sus atractivos personajes corroboraron sus gracias que las hacen reconocidas en la dramaturgia televisiva de las teleseries.
José Alfredo Fuentes, “el Pollo”, es caso aparte. Actúa por presencia y se valora su sobriedad y su voz, que mantiene como en sus años mozos.
No vamos a descubrir como director a Patricio Pimienta a estas alturas del espectáculo. Lo hizo bien. El tempo de la obra, finalmente, lo resolvió acertadamente.
El sonido es una tarea pendiente: los diálogos a una altura exagerada no siempre ayudan.
La adaptación del libreto a los modismos chilenos y, en especial a la canción del grupo Ariztía, es excelente. El relato resulta cercano.
Es una comedia musical que hay que ver.
FELIPE DE LA PARRA VIAL