He visto con admiración y con horror Los días de Ayotzinapa, la miniserie de Netflix México sobre los nueve jóvenes que murieron y los cuarenta y tres que desaparecieron el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero.

La admiración se debe al acelerado pulso cardíaco del documental de Matías Gueilburt, que reconstruye hora a hora los sucesos; al tiempo que, gracias a testimonios como los de los periodistas Paula Mónaco Felipe, John Gibler y Anabel Hernández, el de la coordinadora del Equipo Argentino de Antropología Forense, Mercedes Doretti, o el de Francisco Cox, abogado chileno e investigador independiente, contradice con argumentos irrefutables la penosa versión oficial.

El horror se debe a la constatación de que en México se ha vuelto normal que los estudiantes secuestren autobuses; que las fuerzas del Estado actúen en contra y no en defensa de sus ciudadanos; que el presidente (en este caso, Enrique Peña Nieto) ampare la tortura y el asesinato, en lugar de investigarlos y de condenarlos, probablemente porque todas las instituciones estaban protegiendo un cargamento de droga, los intereses del narcotráfico.

En Netflix también está disponible Ayotzinapa, el paso de la tortuga, un documental de Enrique García Meza, estrenado en 2017, en el que encontramos varios de los testimonios de Los días de Ayotzinapa y se llega a conclusiones parecidas.

Aunque la docuserie escrita por Nicolás Gueilburt y producida periodísticamente por Cecilia González aporte grabaciones en vídeo de los tiroteos o la alucinante reconstrucción de Forensic Architecture, ¿por qué invertir tanto dinero en una miniserie que cuenta casi lo mismo y con estrategias parecidas a una película que has añadido recientemente a tu catálogo? ¿A qué se debe esa duplicación, esa insistencia?

Solo se me ocurre una respuesta: porque ese documental de hace tan solo dos años fue creado y distribuido en el sistema del siglo XX, el de las salas y los festivales, el del apoyo de la cadenas de televisión y las universidades. Y la producción y el lanzamiento de una obra propia de Netflix tiene asegurado otro alcance, con tomas de tierra locales pero ondas expansivas por todo el planeta.

Una escena de “Los días de Ayotzinapa” 

En los últimos meses se han multiplicado los casos de documentales de plataforma que también tienen la voluntad de reordenar lo que sabemos sobre la historia reciente y de establecer narrativas canónicas. Aunque Netflix sea una auténtica máquina de generar tendencias y conversaciones globales, en las últimas semanas también HBO ha propiciado debates vinculados con nuestra visión de hechos históricos más o menos cercanos.

Brexit: The Uncivil War es la primera película que cuenta el desastroso referéndum británico, a través de los políticos y los jefes de campaña que enfrentaron dos formas de entender el mundo. No hay que decir que ganó la de las noticias falsas viralizadas y el cálculo algorítmico.

Leaving Neverland es el primer documental que sistematiza nuestro conocimiento de las relaciones de Michael Jackson con niños, mediante la reconstrucción de cómo conoció a familias concretas y generó los contextos adecuados para disfrazar de ingenuidad peterpantesca lo que sin duda era abuso psicológico y sexual. Los padres de las víctimas fueron los cómplices más cercanos en una sucesión de complicidades que llega hasta cada uno de los que compramos sus discos o aplaudimos sus excentricidades.

Las televisiones nacionales se han responsabilizado tradicionalmente de la construcción de relatos a partir del pasado común más reciente. En España, por ejemplo, se emite desde 2001 una serie cuyo título expresa sin ambages esa intención: Cuéntame cómo pasó. La historia del país desde 1968 hasta 1988 en sus veinte temporadas hasta el momento. Sus creadores intentaron vender el proyecto durante los años noventa y no lo consiguieron hasta que renunciaron a su nombre anterior: Nuestro ayer. Al parecer, lo que quería TVE no era tanto historia colectiva como que a los españoles les contaran un cuento.

Aunque las teleseries hayan viajado siempre, el objetivo de esas producciones no era narrar globalmente, sino tejer comunidad local (o entretenerla; pero no hay entretenimiento que no sea también política). Los proyectos documentales o docuficcionales de HBO y de Netflix, en cambio, enfocan con un ojo al país del que hablan y con el otro al mapamundi, y crean así en el cerebro del algoritmo una imagen superpuesta, única. Una imagen matemática que tal vez sea imposible de representar.

Después de delegar en Facebook las relaciones humanas y en Twitter, las políticas; después de permitir que Wikipedia fuera la gran enciclopedia global y Youtube, la gran videoteca; después de dejar que Google sea la gran biblioteca que ordena nuestros saberes según un sistema que no se ha decidido en clave de servicio público; en los últimos años las grandes plataformas audiovisuales se están apropiando de los imaginarios y de las memorias colectivas.

«La tendencia no es solo producir docuseries, sino también ficciones con fuerte base documental».

La Unión Europea, la UNESCO, la ONU y otras alianzas internacionales han fracasado en la construcción de estructuras en el ciberespacio y en la gestión del patrimonio inmaterial de la humanidad. Netflix, HBO y las que se van sumando a la tendencia no hacen más que aprovechar la lógica de nuestra época digital: si la memoria individual se iba volviendo cada vez más externa, también la memoria colectiva de cada país tenía que superar las fronteras nacionales y alejarse del control local. Las memorias personales y las colectivas, las históricas y las imaginarias convergen en esa red de redes, vaporosa y no obstante tan sólida, que llamamos La Nube.

El cambio de la lógica algorítmica de Facebook ha hecho caer en los últimos meses a los medios de información, al tiempo que alteraba radicalmente nuestras relaciones personales. Como demuestran series recientes como El ChapoHistoria de un crimen: Colosio o Tijuana, en estos momentos la tendencia no es solo producir docuseries, sino también ficciones con fuerte base documental.

Pero nada sabemos de qué tipo de relatos decidirán impulsar las plataformas en los próximos años. Ni cómo las nuevas tendencias del mercado y sus traducciones matemáticas acompañarán o discutirán los fantasmas políticos del inminente futuro.

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