“Hay un lobo en mi entraña que pugna por nacer / Mi corazón de oveja, lerda criatura / se desangra por él”

A propósito de su amigo Manuel Silva Acevedo, el escritor y productor Antonio Skármeta escribe: “Parecía vivir siempre en invierno. Vestía un raído sobretodo que empujaba levemente hacia adelante su flaco esqueleto, y los ojos le brillaban bajo sus pestañas cargadas de humo de cigarrillos y de noches de insomnio. Todo lo que decía era poesía. (…) Era un hombre eléctrico y electrizante.”

Figura mayor de la poesía chilena contemporánea, Manuel Silva Acevedo es el autor de un libro faro, a la vez límpido y enigmático, publicado bajo la dictadura en 1976, Lobos y Ovejas (Loups et Brebis), traducido por la primera vez hoy día en lengua francesa en la casa editorial de Bruno Doucey.

Es tentador imaginar este libro como una reflexión sobre el comportamiento humano durante un periodo de privación de libertad y de terror, pero, más fundamentalmente aun, es una vasta meditación sobre la ambivalencia de la naturaleza humana.

El lobo es lobo, luego se vuelve en oveja.

La oveja es oveja, luego se vuelve lobo.

La oveja es lobo.

El lobo es oveja.

Los dientes de uno son los colmillos del otro.

Los vellones del otro son la piel del primero.

Las posiciones son movedizas, la furia puede nacer allí donde reinan la indolencia y la sumisión aparente.

El cuerpo a cuerpo con el otro en el instante de la devoración puede ser terriblemente erótico.

Lobos y Ovejas es un texto corto, escrito de un tirón: una veintena de poemas breves, cohetes, misivas, y proposiciones de metamorfosis.

¿Cómo acceder a la libertad cuando se ha nacido oveja? “¿Por qué desear ahogarme / en la sangre de mis brutas hermanas apacentadas?”

El lobo aúlla a lo lejos, es el grito del deseo mismo: el del descarrío, del ser indómito, de la aventura.

Saber amar furiosamente: “El lobo dio alcance a la loba / Yo lo estaba viendo / La cogió de sus flancos con el hocico/ Lamió su vientre y aulló / irguiendo la cabeza/ Yo lo estaba viendo / Yo que no soy más que una oveja asustadiza / Y puedo afirmarlo nuevamente / El lobo y la loba lloraban/ restregando sus cuellos / La oscuridad les caía encima /Había un gran silencio / No había más que piedras /y los astros rodaban por el cielo”

El lobo escapa, la oveja sangra, son los hombres que la inmolan.

A los policías, nuestros vecinos, nuestros amigos: “Se te extraña / Se te busca / Se te indaga / Se te persigue en vano / No levantar falso testimonio contra el lobo / Contra el prójimo lobo/ que aúlla por su prójima”

Se necesitaría una guitarra, un bailarín convirtiéndose en bailarina, un canto para oír las asonancias, el trabajo de la lengua, las palabras que pasan por la saliva, masticadas, murmuradas, escupidas.

Latigazos de anáforas, como mordiscos.

Trasciende la especie, conviértete en lo que eres, aniquílate: “Se engaña el pastor /Se engaña el propio lobo / No seré más la oveja en cautiverio/ El sol de la llanura calentó demasiado mi cabeza / Me convertí en la fiera milagrosa / Ya tengo mi lugar entre las fieras/Ampárate pastor, ampárate de mí/ Lobo en acecho, ampárame”

Nos encontramos cerca del lirismo de los místicos, y de la fecundidad de las antinomias, oh mi luz negra, oh mi bella asesina, oh mi esclava libre.

Manuel Silva Acevedo, Loups et brebis, postfacio de Antonio Skármeta, traducido del español (Chile) por Ana Luna Fédèle y María Isabel Mordojovich, ediciones Bruno Doucey, 2020, 64 páginas.

Ediciones Bruno Doucey

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