Mi viejo padre dividía el mundo “entre los que leen y los que no lo hacen”. Fragmentaba el planeta entre los lectores que leen libros y aquellos que leen como “analfabetos ilustrados”, solo la lectura profesional que está ligada a sus trabajos y hoy, a la precariedad de las redes sociales.

Y mi padre tenía toda la razón, porque reivindicaba el encantamiento que guardan los libros, el mundo de las ideas, que permiten la reflexión, soñar despierto, la imaginación y la capacidad de conocer e informarse: amar.

Cuando el presidente electo Gabriel Boric partía su discurso en la Enade frente a los empresarios con un poema de Enrique Lihn, el país cambió de rumbo.

Su voz abría las mentes y los corazones en voz del poeta. El presidente recitaba: “Por construirse estaba esta ciudad cuando alzaron / sus hijos primogénitos otra ciudad desierta / y uno a uno ocuparon, a fondo, su lugar / como si aún pudieran disputárselo. / Cada uno en lo suyo para siempre, esperando, / tendidos los manteles, a sus hijos y nietos”.

Y cuando habló de economía hizo lo mismo; recurrió a Aníbal Pinto, abogado y economista, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. El presidente electo citó el libro “Chile, un caso de desarrollo frustrado”, para intentar junto a su autor, responder a la pregunta sobre por qué Chile aún no es un país desarrollado.

En ese momento, las moscas entendieron que no era su instante para volar. La Enade se quedaba muda. Era el tiempo de las ideas y la poesía. Al final de la intervención del presidente Boric, los empresarios aplaudieron con sus dos manos: las izquierdas y las derechas.

Y así ha continuado el presidente y los poetas. Cuando inauguró esta semana el Congreso del Futuro lo hizo con Ernesto Cardenal y el mundo imaginario de Ray Bradbury, abriendo una página, literalmente, una expectativa para la construcción de un Estado Cultural.

En estos días, se está escribiendo y debatiendo las futuras normas que conformarán la Nueva Constitución. Por de pronto, se han alzado cerca de mil iniciativas populares de las distintas organizaciones sociales e incluso, de algunas propuestas individuales. Sin embargo, cada una debe conseguir quince mil firmas para ser atendidas por las distintas comisiones de la Convención Constituyente.

En la Comisión del Conocimiento que reúne a las Ciencias, Tecnología, las Artes y la Cultura, las demandas populares se han centrado en temas muy particulares que atañen a cada sector que se siente aludido con legítima aspiración.

No obstante, entre estas existe una propuesta de norma que propone para las Artes y la Cultura la construcción de un Estado Cultural, que incluye al conjunto de la ciudadanía como rectora del hacer cultural en la perspectiva de generar un cambio civilizatorio y que acompañe la consolidación del pacto social en las próximas décadas.

Construir un Estado Cultural como sucedió en los años 40 en Chile con Pedro Aguirre Cerda a la cabeza, donde se invirtió la cifra del analfabetismo, se crearon la Orquesta Sinfónica, el Teatro Experimental, el Ballet Nacional, las carreras de Economía y Periodismo, entre otras; y emergió la Generación del 38 en la literatura chilena junto a las Violetas y las Margot en la cultura tradicional y el canto popular. Algo parecido sucedió con Salvador Allende con la masificación de los libros en los quioscos al alcance de todos y con el pueblo que cantó con la Nueva Canción Chilena; donde el muralismo se hizo cotidiano como tantas expresiones artísticas y culturales.

La propuesta de la Corporación Hoja en Blanco[1] de construir un Estado Cultural incluye un reconocimiento a la multinacionalidad e interculturalidad con los primeros y últimos pueblos en llegar; a que las Ciencias, las Artes y la Cultura crucen presupuestaria y activamente toda la estructura estatal, los ministerios y servicios y, también, al mundo privado.

Un Estado Cultural que tenga su gobernanza política y económica en las organizaciones sociales, en las organizaciones de los trabajadores de las Artes y la Cultura, en el mundo privado de las Pymes culturales y en las instituciones científicas. La perversa mirada de los ministerios con la concursabilidad como sistema, ha transformado al mundo del conocimiento en una institución mercantil que se parece más a una financiera, acechada por las sombras de la corrupción y con el privilegio a las elites de los amigos.

Un Estado Cultural requiere una estructura orgánica en los territorios como lo son, hoy, con las corporaciones de salud y educación municipales; junto a las organizaciones sociales de todas regiones del país. Las experiencias de Malraux en la Francia de la posguerra hasta nuestros días, nos muestra cómo articularon a través de las Casas de Cultura – Maisons de la Culture– la participación no tan solo de artistas y científicos, sino de todo el mundo. Igual experiencia encabezó Gilberto Gil en el gobierno de Lula con “los Puntos de Cultura” en todos los territorios brasileños con participación de las organizaciones locales que incorporaba incluso a las empresas privadas.

Entonces, no es de extrañar que el presidente electo -el que recita poesía en los actos políticos- ponga las primeras bases de un Estado Cultural en las Artes, la Cultura y las Ciencias. En su promesa electoral ha planteado triplicar los presupuestos de Cultura y Ciencias, lo que equivale solo un uno por ciento del presupuesto actual a cada sector. La Unesco habla de que los Estados deben asignar un tres por ciento de su presupuesto para la Cultura y las Artes. Algo parecido hacen los países que componen la OCDE para las Ciencias. Por de pronto, la propuesta de construcción de un Estado Cultural recoge firmas con la certeza que sabe que el presidente Boric lee libros.


[1] https://plataforma.chileconvencion.cl/m/iniciativa_popular/detalle?id=12982

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