¿Hace cuántos años tomaste la guitarra (o el Cuatro) y comenzaste a cantar?
-La música siempre estuvo presente en mi vida, primero con el piano durante toda mi niñez y, posteriormente, apareció una guitarra en casa, como una gran casualidad. Tenía como 12 años cuando un día mi padrastro le compró una guitarra (espantosa) a mi hermana que en esa época tendría como unos 2 a 3 años, harán unos 33 años de eso. Por supuesto ella no la tocaba, pero yo intentaba afinarla y sacar alguna melodía, y así que sin proponérmelo esa guitarra cambio mi vida para siempre.

Nadie en casa tocaba guitarra, menos había afición con la música. La abuela con la que crecí, ya no estaba pero de alguna manera había instalado en mí el gen del arte. El entorno no ayudaba a mis aficiones artísticas, es más, mi madre no quería nada con la música, decía que era solo para bohemios y gente de la noche, arrabaleros (que ni idea en ese entonces que significaba) que debía estudiar y sacar una carrera “decente”.

A pesar de todo en contra, de una vida socioeconómica muy precaria a principios de los 90’, busqué y busqué hasta que encontré alguien que me enseñara. En dos días aprendí dos canciones y de ahí me fui sola por un tubo.
La guitarra, la música, el canto que descubrí poco a poco, se transformaron en un eje fundamental en mi adolescencia, de mi percepción de libertad de aquella época, “formación” que construí de forma totalmente autodidacta.

Me sentía libre totalmente. Mi rebeldía inocente e ingenua de mis cortos años me alejaba de las clases en el liceo para salir a cantar “escondida” a las micros y descubrir todo lo que no conocía de Santiago… y de la vida cantando, dinero que gastaba era para ir a jugar a los juegos Diana en Ahumada y comer completos o pizza en el Portal de la Plaza de Armas. (Según yo, era independiente).

En esos “ires y venires” un día lanzándome de una micro en un paradero (así corriendo como los heladeros de antes) descubrí el cuatro venezolano en las manos de un colega músico, con el cual casi choqué mientras esperaba su turno en la parada para subir a una micro a cantar.

Quede totalmente fascinada por su sonido y por cómo se tocaba. Comencé a perseguir a este colega todos los días en todas las rutas de canto por Recoleta, con el afán que en cada parada me prestara el instrumento para practicar y aprender… (ríe, lo tenía chato).

Y así, como todo en mi vida, el cuatro venezolano por casualidad se transformó en mi compañero de largos viajes, de historias, de rutas, de sueños, de amores y desamores y de ilusiones bonitas de la juventud, de esas que te invaden cuando quieres descubrir el mundo.
En aquellos años solo me importaba cantar, donde fuera y lo que fuera. No tenía mucho filtro, cualquier lugar era propicio para cantar.

¿Qué sentido tienen para ti ser un cantante, una cantora, una cantautora? ¿Con cuál de las tres te identificas más?
-Me siento más cantora, que cantante, incluso más que cantautora.

La cantora, el cantor, recoge el acervo cultural popular y lo perpetua en el tiempo, en la memoria colectiva, lo mantiene vigente, cosa que hice durante muchos años sin saber ni tener conciencia del granito de arena que desde el anonimato promovía mi canto en cada persona que escuchaba lo que interpretaba.
Con el tiempo comencé a escribir y a crear mi propia música, muy tímidamente, siempre situada a la realidad y al entorno en el cual me desenvolvía por aquellos años, o sea nada profundo, como la mayoría del chileno promedio, superficial y enajenado.

Con los años y con el despertar de la conciencia social en otras latitudes fuera de las fronteras chilenas, comprendí al fin el significado de tantas canciones que interpreté como disco rayado una y otra vez en tantos viajes, plazas, peatonales, bares y restaurantes, así como escenarios importantes. Me di cuenta de a poco del poder que tenían esas letras y de la responsabilidad que tenía cada vez que subía al escenario, a interpretar canciones de otros, o composiciones propias. Noté las inconsecuencias de colegas cantores que hablaban y hablaban transformando el mundo con su canto, con su música, con su verborrea o sus letras, para ser adulados, conquistar mujeres, o sentirse importantes, de mostrando en la práctica y en la realidad que estaban muy distantes de ser lo que pregonaban con un micrófono en frente.

Me intimidé. Sentía que tenía una responsabilidad permanente y constante, más aun cuando mis letras tomaban sentido y contenido (a mi juicio), que mi canto no era solo una pose para el escenario, era una forma de vivir, de sentir, de transmitir con el hacer cotidiano más allá del escenario o de la popularidad total o parcial, que todo iba de la mano, que lo que digas o hagas como artista puede ser el trampolín de sueños para un niño, o la decepción total cuando te conocen como persona, que la música era el vehículo para transformar la conciencia y yo, Malla, lo representaba materialmente (en una tarima o en el diario vivir), fuera el público que fuera, todos son importantes.

Por lo tanto, no podía ser dos cosas diferentes. O sea, una Malla en el cotidiano transitando en el presente como cualquier mortal llena de espinas de incoherencia e inconciencia y otra disfrazada para quien me escuchara y me admirara desde la tribuna que fuera. No. Debía ser la misma siempre y eso es tarea cantores de verdad, de maestros admirables con toda su humanidad, por supuesto, como Daniel Viglietti, Facundo Cabral, Violeta Parra, entre otros tantos grandes del canto trasformador.
Insisto… comprender eso que explico a grandes rasgos fue muy intimidante en su momento, aunque no tiene que ver con mi distanciamiento posterior con el canto, solo lo explico para contextualizar los “por qués” de esos entonces mientras la vida y la música continuaban de todas formas.

¿Qué quieres decir con tus canciones?
-La verdad es que nunca me planteé componer menos decir algo de forma seria.

Cuando comencé, lo hice con temas amorosos de desencanto y despecho.

Luego empecé a enfocarme en reflejar la realidad. Sea una temática relacionada con temas sociales y la historia de nuestros pueblos, o un tema más relacionado con lo amoroso, pero tratando siempre de poner las cosas en perspectiva dentro de lo posible, de tal modo que no sean simples banalidades o trivialidades del “amor romántico” sino que por ejemplo, enfrentando la relación amor, materialidad y consumismo, como eso nos afecta, nos influye y nos condiciona en nuestros vínculos sociales o de pareja, existencialismos en el buen sentido de la palabra.
Me gustan mucho los temas sociales, pero también siento que es importante cantarle al amor directa o indirectamente, desde una mirada que nos lleve a la reflexión, a lo sublime también por qué no, más allá de cursilísimos y despechos, si no que sea un aporte para pensar un poco como son las profundidades de cada quien, dejando un mensaje cada vez que la inspiración lo permita. Entre sumas y restas el amor es lo más certero que tenemos los seres humanos.

Al final volviendo a la pregunta (ríe) quien manda es la inspiración, la que decide qué lugar del corazón va a acariciar para que fluyan las palabras y se construya el contenido.

De eso dependen también los estados de ánimo, el entorno en el cual te desenvuelves, no es algo automático o decretado, simplemente aparece, te llama una tarde y escribes todo en una hora o dos horas, o te atosiga vario días hasta que te sientas y todo sale sin saber cómo, al menos en mí funciona así y confieso que me cuesta hilvanar las ideas y las palabras para convertirlas en “algo” que diga algo.
Creo que al final componer es una gran responsabilidad para quienes tienen la conciencia del poder transformador (o enajenante) que tiene la música y su contenido. (la industria lo sabe y lo utiliza) Porque la misión para el que crea de forma consciente y coherente es transmitir, es aportar para el pensamiento y la generación de ideas, de esperanzas y también del amor sano y libre.

¿Tus canciones hablan de tu vida?
-Sí y no.
Creo que todas y todos, quienes hemos escrito por alguna razón o motivo, reflejamos algo de nuestras propias vidas y experiencias personales directa o indirectamente.

Todas las letras a mi juicio pasan primero por el cedazo de la conciencia, de lo que entra por los ojos, la razón y el corazón hasta llegar al alma. Representan un espejo de como percibimos el mundo y la realidad. Ahí prima el criterio de cada quien, sumado a la habilidad para canalizar esas ideas, sentimientos y percepciones para transformarlas en algo útil.

¿Dónde has actuado?
Ufff… qué pregunta!!!… (ríe)
Pues en diversos tipos de escenarios, desde el pasillo de las antiguas micros amarillas de Santiago durante mis primeros años de rebeldía total, hasta distintas peatonales en diferentes ciudades del país en los años `90, así como también en universidades, peñas, mítines estudiantiles, tomas, etc,
También en diversos centros culturales y universidades en Perú, Ecuador y Colombia, quedándome 10 años en Venezuela donde participe de distintos encuentros y mítines sociales, estudiantiles, comunicacionales y culturales en diferentes lugares del país, uno de esos y el más representativo “La flor de Venezuela”, en el Estado Lara, pero siempre relacionada con lo social, con los anónimos, sin pompas ni tanto protagonismo per se… al pueblo, mi canto fue del pueblo siempre.

¿Cuáles son sus planes más cercanos con el cuatro y las canciones?
-La verdad es que por ahora no hay ningún proyecto musical en marcha, solo ideas con intenciones de materializar en algún futuro cercano, debido a que mi prioridad en estos momentos es mi taller de lutheria y la elaboración de instrumentos musicales, donde el cuatro venezolano es el protagonista.

https://drive.google.com/file/d/0B-kDO_HhWxfbSl9KMkhKcWFjams/view
«Sembrando ideas», de autoría propia.

En el Festival “Charangos del Mundo” de Jujuy, Argentina, 2018. En la ocasión, desarrolló una clínica con los músicos participantes.

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