Hay un largo camino que no empieza y ya es término y un horizonte que jamás se acerca. 

Considerando que actualmente, al hablar de “Cultura” estamos frente a un concepto dinámico y amplio, que desde un enfoque sociológico se aprende al incorporar rasgos culturales y tradiciones, a través de la educación,  pero que también está abierta a la incorporación  de nuevos valores  o nuevas costumbre, más o menos adaptadas al grupo o comunidad o sociedad de la que se trate, colaborando con dicha incorporación la globalización existente en el mundo moderno. sobre la que, al menos por el momento, no abriré ningún juicio de valor; solo me refiero a ella como un hecho de existencia indiscutible en nuestras sociedades.

Ese dinamismo que hoy le reconocemos a la Cultura,  surge de la intervención individual, grupal pero también del Estado.

Esto mismo lleva a redefinir el papel del Estado en relación a la cultura   y en este sentido, también ha habido un cambio, acorde con la nueva perspectiva.

Coincidentemente con la concepción  existente a fines del Siglo XIX y comienzos del  XX, el papel del Estado,  era del tipo intervencionista. Es decir, se ejercía un control social a través de las normas, para que el individuo ajuste sus comportamientos a las costumbres y tradiciones consagradas y vigentes.-

Al modificar el concepto de cultura y considerarla no ya un conjunto de comportamientos “cuasi” obligatorios, el Estado debió modificar su rol, pasando de un Estado intervencionista a un Estado “armonizador”,  debiendo coordinar a los distintos agentes del sector  cultural, para que todos tengan espacio en el entramado social.

Un claro ejemplo de lo dicho lo encontramos en la legislación argentina, en relación al matrimonio, instituido como tal dentro del viejo Código Civil (hoy modificado) y regulado como un contrato inquebrantable,  sometido a una dura estructura de derechos y obligaciones, estipuladas con todo detalle.

La aparición en la urdimbre social de las uniones convivenciales, obligaron al Estado legislador a incluir y regular las mismas, modificando el Código Civil de Dalmacio Velez Sarfield,  quedando así “armonizada” la existencia tanto del matrimonio civil , digamos tradicional, con uniones convivenciales, impensadas a comienzos del Siglo XX.

Si hablamos del Estado, necesariamente debemos referirnos a las políticas culturales, aunque sea una breve mención, , porque también allí   cumple un rol fundamental.

Es el Estado el que debe planificar, pero también es el Estado el que maneja los recursos que sostienen esa planificación, debiendo asegurar que los mismos lleguen a todos los componentes del espacio cultural y siempre en un contexto democrático..

Según Eduardo MIRALLES (1), los objetivos fundamentales de las políticas culturales son: 1) promoción de la identidad cultural; 2) protección de la diversidad; 3) fomento de la creatividad; 4) consolidación de la participación ciudadana.

Para el logro de esos objetivos y siguiendo el pensamiento del autor, con el que modestamente coincido, deben  institucionalizarse  organizaciones intermedias que se conviertan en canales de gestión; el estado diseñara políticas culturales pero deberá coordinar lo estatal con el sector privado y la sociedad civil.

Es este mismo autor quien afirma, con un dejo de ironía y no sin razón que : “La cultura está empezando a ser demasiado importante como para dejarse  en manos  de las políticas culturales”.

Quiero también rescatar la Declaración de México sobre Políticas Culturales de 1985 en la que se define efectivamente las nuevas líneas y orientaciones a seguir en la materia,  afirmando que  la cultura es esencial para un verdadero desarrollo del individuo y la sociedad e invoca a las políticas culturales «a que protejan, estimulen y enriquezcan la identidad y el patrimonio cultural de cada pueblo; además, que establezcan el más absoluto respeto y aprecio por las minorías culturales, y por las otras culturas del mundo. La humanidad se empobrece cuando se ignora o destruye la cultura de un grupo determinado.»

Para finalizar, debemos contribuir a  que la cultura como fenómeno humano, crezca, se amplíe, se modifique y en definitiva se enriquezca, porque así también se enriquecerá el alma y el pensamiento de cada individuo, sin olvidar que , en el rol de ciudadanos de sociedades democráticas, tenemos que estar atentos a la inclusión de dichas políticas culturales, en las plataformas de los partidos políticos y ejercer el debido control, en el cumplimiento de promesas electorales.

Referencias:

  • Eduardo Miralles. Presidente de la Fundación Interarts (www.interarts.net), organización especializada en cooperación cultural internacional, y Asesor de Relaciones Culturales de la Diputación Provincial de Barcelona

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