Cuando en un país el presidente de la República omite – no menciona- la palabra “cultura” en la Cuenta Pública Anual de cerca de dos horas, es un país que podría no existir, desaparecer del mapa o tener un problema serio de Seguridad Nacional en el verbo geopolítico, militarista.

Esto sucedió recientemente en Chile ante el gesto mayoritario de lenidad de los medios de comunicación y de los líderes de opinión. El ministerio del ramo hizo un mutis por el foro y no tuvo el coraje de tirar el mantel para demandar siquiera su maniquí en la vitrina política.

La semana pasada, en carta a El Mercurio -que suscribí junto a mi colega periodista y escritor Federico Gana- demandamos el gesto de poner un libro en cada caja de alimentos para los dos millones y medio de chilenos que se debaten en comedores solidarios, en ollas comunes y en el olvido laboral, en la cesantía. Con el solo argumento de “desconfinar” las almas de la cuarentena y el encierro en que el Covid-19 ha acorralado a la Humanidad.

Invocamos a los escritores y escritoras chilenas; al mínimo valor unitario que tiene el hacer millones de publicaciones; al Derecho de Autor mínimo y a las imprentas que tienen capacidad de hacerlo. Y al cero costo de embalaje y de logística de distribución que se ha realizado con el gobierno, las municipalidades y las organizaciones sociales. Invocamos al pan y al libro.

Una idea para no rendirse ante las unívocas informaciones de la televisión y de la monodia de la farándula matinal y de las mismas noticias. Un libro para el “quédate en casa” a cambio del  “salgamos de casa”, que se contradice con los miles de contagiados diarios, en una pantomima del miedo y la nueva realidad.

La carta llegó al correo de una alta autoridad del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio y no se oyó padre. Nadie dice en voz alta la palabra “cultura” siquiera. Luego, hasta el lunes pasado terminamos escribiendo tres cartas y la polémica continuaba en las redes sociales. Y solo dijimos al “pan-pan, libro-libro”.

El estado del Arte

Lo anterior es parte de lo que sucede. El informe diario de la sanidad acerca del estado del Arte, literalmente hablando, no es muy halagüeño.

Recientemente, 55 organizaciones artísticas se retiraron de la mesa de trabajo del ministerio del ramo por “el débil liderazgo –en sus voces- del Ministerio de las Culturas frente a la crisis, la falta de voluntad de hacer un trabajo participativo, la poca convicción en la defensa presupuestaria, junto a la invisibilidad en la que nos mantiene la política social, nos instala como un sector completamente abandonado”. «No advertimos, de parte del Ministerio, intención real de construir acuerdos democráticos y colaborativos”, señalaba por su parte el Directorio de la Corporación Letras de Chile en una declaración. “Nos dimos cuenta que las reuniones solo servían para informar, no tomaban en cuenta nuestras demandas”, comentó el presidente de la Asociación de Cantantes Líricos, Cristian Navarrete.

Más de 400 teatros en todo el país continúan cerrados y con diagnóstico terminal. Las galerías de arte no tienen ojos para ver el futuro con sus luces apagadas. Los cines perdieron la ilusión de la sala iluminada. Las orquestas están mudas y la danza se debate en el olvido. El teatro se hace un guiño y elige la función telemática, pero todos saben que no es lo mismo. Faltan respiradores para escuchar cantar a nuestras y nuestros artistas.

La Mesa de la Cultura

En dos meses más el país tiene una oportunidad maravillosa para cambiar el rumbo a las Artes y la Cultura. El aprobar una Nueva Constitución y elegir una Convención Constituyente abren un espacio para que las Artes y la Cultura se instalen con una inédita consideración por el mundo político y social.

Y esto apunta a las derechas y a las izquierdas que en estas últimas décadas las han considerado como  el presupuesto menor (de un 0,4% del PIB) y como el espacio del “entretenimiento” y comparsa. Como si fuera un privilegio con y para las elites, olvidando el sentido originario de nuestros primeros pueblos – de los cuales debiéramos aprender- , que es parte esencial de su hacer y sentir.

La historia de las artes y la culturas han refundado varias veces el país. Ejemplos hay muchos como el de los trabajadores que se organizaron a través de las filarmónicas a principio del siglo XX… lo del Frente Popular que creó la Orquesta Sinfónica, el Teatro Experimental y los teatros universitarios, el Ballet Nacional, las Violetas y las Margot, junto a las industrias nacionales y la victoria contra el analfabetismo… los mil días del Gobierno de la Unidad Popular donde se consolidó el cantar de la Nueva Canción Chilena, el muralismo, la literatura con miles de ejemplares en los quioscos, entre tanta épica cultural.

Es hora de construir una Mesa para las Artes y la Cultura. Una demanda imprescindible para la Nueva Constitución. Que todos los chilenos se transformen en unos carpinteros para una Mesa de 4 patas, donde se congreguen las mujeres y hombres de Chile. Una Mesa que sostenga el acervo de la identidad de país.

La primera pata, las Artes y la Cultura como un Derecho; en el acceso, en la libertad artística y en la creatividad.

La segunda pata, que las Artes y la Cultura sean consideradas como parte del Estado pluricultural y plurinacional, de bienestar, en interpelación a la contracultura subsidiaria.

La tercera pata, que el Ministerio de las Artes y la Cultura cambie su estructura y concepción, acorde al derecho ciudadano, al de los artistas y los protagonistas de la cultura popular, lejos del mercantilismo.

Y la cuarta pata, fundamental: que se le asigne el 2% del PIB a las Artes y la Cultura, como es todos los países que las entienden como una estructura fundacional identitaria del país, de primera necesidad.

La semana pasada, un profesor me enseñó el significado de la palabra “cultura”, que provenía del medioevo y que representaba “cultivo”, “cultivar”. Coincide con lo que hicieron siempre los primeros pueblos que defendieron el paraíso, en voz de Gastón Soublette. Ahí está la clave para construir una política de las Artes y la Cultura para Chile.

La Nueva Constitución tiene que tener el alma de las Artes y la Cultura para que sea reconocida por todos, porque, entre otras cosas, es uno de los pocos espacios donde todos se pueden encontrar, en estar de acuerdo.

¿Entonces, si se omite la palabra cultura, es Chile un país desalmado?

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