Durante los últimos tres años, Ramón Griffero, Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales 2019, estuvo a la cabeza del Teatro Nacional Chileno. Desde allí, logró reformular un espacio que arrastraba una crítica tras otra: por un lado, estaba la baja audiencia y, por otro, la gestión del ex director, Raúl Osorio, quien estuvo por 15 años en dicho cargo.

No obstante, con la llegada de Griffero, la nueva vida del escenario -que depende de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile- se hizo sentir. Los espectadores crecieron considerablemente y se abrió una puerta para los proyectos de compañías emergentes. Sin embargo, el próximo 31 de diciembre este ciclo concluirá. Esto, ya que Griffero abandonará el puesto.

“El objetivo por el cual llegué al teatro, que era revitalizarlo, se cumplió y ahora tiene que seguir una próxima persona”, señala el dramaturgo, quien además augura una nueva etapa para el teatro.

¿Cómo evalúa su gestión en el Teatro Nacional?

Cuando llegué, lo principal fue revitalizar este teatro que había bajado significativamente su presencia y su actividad escénicas. Entonces, generé un proyecto donde muchas compañías tuvieron por primera vez acceso al teatro. Hubo un rescate patrimonial, instauramos los estrenos populares y se hizo un programa para todos y todas, en el que se invitó a comunidades y municipalidades a asistir a ver obras. Eso convocó a más de 35 mil espectadores.

¿Cómo el Teatro Nacional debe enfrentar esta nueva etapa que se inicia con su salida?

El Teatro Nacional necesita una profunda reestructuración, tanto en su modelo de gestión como, obviamente, en la obtención de recursos. En este momento la Facultad de Artes no tiene las condiciones como para sostener el teatro, por lo tanto, tiene que ver con quién puede sustentar este teatro, dentro de todos los espacios universitarios que existen. Tiene que reestructurarse en el sentido de adoptar modelos de gestión más contemporáneos, incorporar a mujeres. Incluso, creo que debería ser una directora la próxima persona a cargo y que se incorpore a la gente joven para que proponga otra mirada de este teatro, que tiene una estructura conservadora. Si las nuevas generaciones lograron remover un país, por supuesto que podrán remover nuestro teatro del futuro.

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¿Cuáles son las razones que están detrás de su salida?

Al estar a cargo del teatro tuve que dejar de lado, por un periodo, todos los espacios de creación, por lo tanto, me doy cuenta de que vuelvo al trabajo artístico. Quiero darme tiempo para eso, para relacionarme con la creación social, pero participando con diferentes comunidades para hacer expresión artística.

¿Era difícil compatibilizar la gestión del teatro con la creación?

Diría incompatible, más que difícil. Siempre he tenido una parte más de gestor y una parte más creativa y lo he ido como alternando. Siempre me han sido de interés que los espacios de difusión artística, no de mercado, sigan sobreviviendo y existiendo.  En este contexto, el Teatro Nacional es un espacio de resistencia frente a la cultura de mercado.

En el marco de la crisis que vive el país, el Teatro Nacional reaccionó con un ciclo llamado Teatro de Emergencia. ¿Cómo se articuló ese programa de cara al contexto nacional?

El Teatro Nacional está frente a La Moneda. Por lo tanto, estábamos cercados, por eso se creó este ciclo a las 16:00 horas, porque en los horarios tradicionales no se podía. En este nuevo contexto, hemos tenido Carabineros que han llegado para ver si tenemos los permisos para funcionar de la Intendencia, a preguntar de qué se trata la obra. Entonces, el teatro surge como otra plaza pública donde el saber y la crítica se manifiestan, pero ahora en un presente.

Cuando dice que Carabineros ha preguntado por el contenido de las obras, ¿eso se interpreta como una especie de fiscalización?

Sucedió una vez y, de hecho, es muy raro que un carabinero pregunte si uno tiene permiso de la Intendencia, porque no la necesitamos; segundo, que pregunte quiénes somos. Más bien demuestra una gran ignorancia, porque este teatro tiene 50 años.

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¿Cómo interpreta que, en el actual contexto, se hayan repuesto obras que, precisamente, eran visionarias respecto de los problemas de precarización que vive la sociedad?

El arte, más que visionario, está en pulso con el espíritu de un país y con lo que está sucediendo, por lo tanto, de cierta manera, como profesión, uno está en ese contacto del sentir. Entonces, las obras hacen una radiografía del sentir. Para mí el teatro siempre trata de develar la ficción en la cual estamos, mientras el movimiento social cuestiona la ficción en la cual estamos. Ahí se nos une el arte con el espíritu de un país.

¿Algún proyecto personal que retome luego de su salida del Teatro Nacional Chileno?

Escribí un libro en el año 1992 que se llama Soy de la Plaza Italia y que tenía que ver con que en los ’80 – ‘90 el centro era Plaza Italia. Ahora, obviamente, se me gatilla la idea de escribir el segundo tomo: Soy de la Plaza de la Dignidad. También quiero dedicarme a hacer talleres en diferentes lugares, volver al cine y a la literatura.

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