Uno de los cambios culturales y políticos más revolucionarios en las últimas décadas en Chile -al que se le ha puesto escasa atención- es el espíritu de emprendimiento social, actitud de vida en miles de seres humanos, que adquirieren la convicción que la movilidad social y la estabilidad económica solo depende de sus propios esfuerzos, de su autonomía para la construcción de su propio destino.

Este proceso constituye una revolución cultural en la que se impone una voluntad que se refleja en hogares comunes, desde el ámbito doméstico, el artesanado y las empresas más pequeñas, donde cotidianamente se encarna el espíritu emprendedor con diversos tamaños, alcance económico y ámbito de acción. ¡El coraje de salir cada día a ganarse la vida y a ganarle a la vida!

Esta ética marca un cambio de época que incorpora el emprendimiento como un elemento virtuoso, rompiendo cuestionamientos políticos incluso religiosos sobre el emprendimiento y la generación de riqueza. Personas con capacidades creativas para adicionar valor y para comunicar esa oferta por las redes sociales o en su entorno de acción, que actúa en lo cotidiano, casa, barrio, trabajo, donde se abren micro-mercados emergentes no satisfechos: pan amasado, lavado, pasteles, costuras, masajes, inyecciones, platos preparados.  Emprendedores que quieren nivelar hacia arriba, capaces de ver las oportunidades que son parte de sus vivencias cotidianas.

No buscan sus héroes en el cine o la TV, reconocen entre ellos mismos a los héroes cotidianos, sus referentes son sus propios vecinos, amigos y colegas, que hacen realidad sus sueños y convicciones. Se trata de un conglomerado humano mucho más masivo, cotidiano, común y habitual en nuestra convivencia, que está unido por el desafío de generar valor. Una revolución cultural sin distinciones sociales, políticas, culturales, de sexo, o edad.  Un cambio en la subjetividad de las personas, una nueva valoración del emprendimiento, sin complejos con el lucro.  Invierten potenciando sus capacidades personales y su valoración, con creatividad y esfuerzo se auto compensan en su emprendimiento para su equilibrio económico, estabilidad social y laboral, por auto gestión.  Se trata de la solvencia económica para vivir de acuerdo a los deseos y con la dignidad deseable para cada grupo familiar.

Esta ética del emprendimiento, surge a fuerza de la dura realidad socioeconómica derivada del modelo, se contagia forzada por el desdén de la política hacia las demandas de las personas y sus duras realidades.  La política de izquierda, centro y derecha, debe tomar debida nota: no se puede seguir mirando a la sociedad como un núcleo de necesitados o menesterosos que requieren del Estado para alcanzar sus objetivos, sea en vivienda, salud, seguridad, previsión social, o cualquier bien público. Estas personas por décadas han sido vistas como una fuente clientelar de necesidades a satisfacer por la política, instrumentalizados por la demagogia, la manipulación ideológica  y pura y dura corrupción.

Esta nueva ética ciudadana enfatiza la auto responsabilidad, el autocuidado en temas de alta sensibilidad y sentido social.  Cada cual se hace cargo de construir su destino y su futuro, lo que les exige autodisciplina, el cumplimiento de sus obligaciones y compromisos, cultivar un ambiente de confianza y colaboración. Al tiempo que exige al Estado la supervigilancia del mercado y a la empresa su propio autocontrol. Y, a la sociedad civil cautelar la protección del usuario (ciudadano o consumidor) tanto del Estado como del mercado.

Este creciente segmento social mira con desprecio a los traficantes de sueños, ellos son artífices de realidades, no aceptan más demagogia, son pragmáticos, un grupo líquido que se mueve buscando compensación y equilibrio. Hace solo unos años sectores de izquierda los señalaron como “Fachos Pobres” o arribistas sociales, sin percibir que se trataba de un cambio radical: son ciudadanos que no quieren más redentores de pobres viviendo como ricos; reguladores de sueldos mínimos con dietas máximas; políticos que hablan de lo social y sirven intereses privados; no quiere que le pidan más sacrificios quienes están plenos de privilegios; ni resisten más a políticos que predican, pero, no practican.  Esa ciudadanía está libre de ataduras ideológicas, religiosas o culturales, tiene apertura, inteligencia y gran movilidad. Su fidelidad depende de la reciprocidad, la coherencia social y el respeto con que se le trate.

Datos del autor: Carlos Cantero Ojeda. Geógrafo, Master y Doctor en Sociología. Académico y Pensador Laico. Estudia la Sociedad Digital y la Gestión del Conocimiento.  Fue Alcalde, Diputado, Senador y Vicepresidente del Senado de Chile. Su comunicación dirigirla a: ciudadanocantero@gmail.com

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