Se me ha invitado a explicar los motivos que tuve para llevar al papel una experiencia de vida, que quizás hubiera tenido mejor destino en la memoria.

Ocurre que, a estas alturas de mi existencia, cuando tus nietos pretenden erigirte en una figura estatuaria, y te preguntan que hiciste en tu vida -además de ejercer como abogado-, he considerado inapropiado seguir ignorando una etapa que me brindó tantas satisfacciones con no menores quebrantos.

Mas de quince montajes teatrales, programas de música clásica, popular, folklórica, jazz y otras actividades artísticas y culturales, ocuparon ocho años de mi existencia, en aquellos lejanos años ochenta, transformándose en una pasión inmanejable, compitiendo con el amor inquebrantable a la justicia, para la que me encontraba debidamente preparado y que ejercía en mi Estudio Jurídico con todas las formalidades y exigencias de una profesión demandante.

Amé el teatro desde los catorce años, como visitante asiduo del inolvidable Teatro Experimental; después con los primeros recursos propios mis pasos visitaron también la Compañía de los Cuatro, con Orietta Escámez y los hermanos Duvauchelle. Ya estaba contaminado. Socio del Nahuel Club Jazz en mis escapadas nocturnas, o a la Peña Chile, Ríe y Canta. En fin, estudiaba en las escasas horas libres.

Había organizado con mucho éxito los Festivales Neruda, a solicitud de la Fundación que lleva su nombre.

El bicho quedó picando fuerte cuando incitado por un amigo me lanzo a esta aventura con grandes y pequeños montajes teatrales, y otros eventos artísticos y culturales. Tengo la fortuna de conocer a las grandes figuras de la escena nacional: Eugenio Guzmán, Anita González, Tennyson Ferrada, Franklin Caicedo, Aníbal Reyna, Violeta Vidaurre, Miriam Palacios, Mario Lorca y tantos y tantas más.

Una experiencia de vida que, llevada al papel, pareciera una novela.

 

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