Si se hubiera planeado para que los astros se ordenaran en el firmamento para tan magna ocasión, no todo habría sido cómo finalmente sucedió.

El concierto estaba signado por la magia de la vida, en sus dolores y sus esperanzas. La solemnidad de la bandera del Wall Mapu extendida tras la Orquesta Sinfónica fue el anuncio de una noche esperada por la música clásica chilena.

El profesor, primer Fagot de la Orquesta Sinfónica, Nelson Vinot, interpretaba su obra desde su alma. El sonido desgarrador del instrumento mayor traía al auditorio a escuchar el viento de la frontera sur. El eco de la tierra, de sus temblores, venía de un domicilio olvidado. La orquesta traía las voces en una sola voz en la batuta convencida del Rodolfo Saglimbeni, su director. Su talento trazaba el aire en las imágenes que proponía Vinot.

La danza “Choike purrún” –el primer movimiento- se apoderaba, envolvía, los espíritus sueltos en el Teatro de la Casa de Bello. No tardaron de abrirse los corazones de los auditores que escuchaban atentos el segundo movimiento “Trafwe”, que proponía el encuentro con la música originaria de la cultura mapuche. Hasta que se incendió la pradera del guerrero “Weichafe” – el tercer movimiento de la obra- donde nadie en su fuero interno quedó ausente de lo que sucedía en la vida del país, lo que signaba la historia de los últimos 200 años. La emoción de los asistentes fue notoria en la egrégora que unía la música del fagot mayor. Así lo manifestó, el dueño casa, el rector Ennio Vivaldi, que felicitó al autor y que lo condecoró con el reconocimiento de su propio sentir emocionado y de lo que lo había “tocado” en su fuero íntimo.

La interpretación del propio autor y de la orquesta fue extraordinaria. La dirección férrea de Saglimbeni modeló y organizó el talento de cada uno de los músicos.

La obra tuvo sentido y razón en los sonidos de cada uno de los egregios intérpretes de la orquesta de la Universidad de Chile, que continúan una prestigiosa tradición de 77 años a la fecha. La presencia de la voz hablada, del mapudungun, en la voz y canto de la novel Rocío Rojas, de gran presencia escénica y verdadero sentir, enaltecieron el hermoso texto del poeta porteño Absalón Opazo.

“Tierra Sagrada” es resultado del talento de Nelson Vinot que ha cultivado la música en todos sus estadios, partiendo por la música popular, el rock, el jazz, el folclor y, por supuesto, por la música docta de la academia. Todos con un denominador común: su alta calidad creativa e interpretativa. Si uno va a la obra precedente de Vinot, su distinción a Violeta Parra, en una pieza que interviene el clásico “Gavilán” o al homenaje a Margot Loyola en “El tañado de Cupertino”, encontrará acordes y ritmos primigenios de la obra estrenada recientemente.

El concierto de Vinot tuvo un final feliz con el público de pie aplaudiendo y con tres bis que coronaron una jornada de gala para la música chilena. El dolor de la muerte de Camilo Catrillanca fue reconocido en un inesperado homenaje por el autor y por la audiencia. Nadie pudo evitar la causalidad del concierto.

La metáfora estuvo en el afiche del concierto donde compartían créditos Antonin Dvořák, Nelson Vinot y Ludwig van Beethoven. Un augurio que enaltece la música docta y popular chilena. Y que hace historia en este siglo XXI.

Felipe De la Parra Vial

1 Comentario

  1. Sin duda alguna la presentación de el concierto de Nelson Vinot « Tierra Sagrada » no deja indiferente a nadie que sepa apreciar nuestros ritmos ancestrales,lo suave y a la vez potente y fuerte notas extraidas de el fagot con la maestria que Nelson lo hace,un acierto y rotundo exito logrado por la Orquesta Sinfónica y el Maestro Vinot con su obra,mil felicitaciones.

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