Comienza la función. Las figuras simbólicas que presiden la escena, en un rictus marcial enajenado, hacen su aparición en un escenario sucio, porque a pesar de que la voz en off nos ha advertido que la basura se encuentra debajo de las alfombras, ésta parece haberse desbordado y se toma la escena. El escenario está lleno de bolsas, algo nos anticipa que comenzaremos a ver la basura… Se nos advierte además que no podemos huir de la situación; en esta función sólo se vivirá el momento presente.

Nos adentramos en los imaginarios de la crisis, cuya primera representación es la autoridad. En escena, la representación bizarra del orden: un grupo de drag pacas, cuerpos transformados cantándole al deber. Así hace su entrada Ártica y las Magnéticas, más locas que nunca, marchando en este escuadrón queer.

Comprendemos de inmediato que aunque estos escenarios de crisis se repiten a nivel mundial, la compañía nos lleva a escarbar el rostro que ésta tiene en nuestra sociedad: reconocemos nuestro amor al orden, a la jerarquía, al uniforme. De un paraguazo las imágenes nos sitúan en el tan disputado campo de la memoria política. El discurso vacío Tenemos nuestra razón…” nos recuerda cómo nuestras esperpénticas autoridades justifican lo injustificable, mientras para nosotros todo lo que tenga una retórica tecnocrática nos convence. Nos reímos de buena gana porque está ahí en el escenario, pero ¿qué pasa cuando lo vemos en la tele?

Este colectivo artístico con plena conciencia del momento presente nos muestra que “el triste espectáculo” está en la calle y se tambalea sobre sus pilares: democracia formularia, blanqueamiento de la dictadura, los horrores de la desigualdad. El material lo da nuestra vida cotidiana. Ellas ponen la lucidez, la ironía, recursos histriónicos y melódicos que parecen inagotables en escenas que se suceden con total precisión.

Paradoja y lentejuela

Se trata de seres que aunque se nos presentan con una estética drag son pura paradoja y lentejuela, no son seres bellos ni se identifican completamente con las extravagancias de lo queer; reclaman para sí la fantasía absoluta de inventar cuerpos y géneros sin limitaciones ni obstáculos materiales; sin embargo, aunque en un plano diferente del de las aseadoras (representaciones más evidentes de la marginalidad), son también ellas marginales.

Porque esta es una  puesta en escena de las vidas precarias, de existencias sufridas… Como lo vio con tanta claridad el ojo de loca de Lemebel: aquí no se habla del gay, sino del maricón. Esta es la crisis, vista desde los sujetos marginados, porque machismo, racismo, xenofobia, homofobia, transfobia, clasismo, son males que seguramente todes hemos experimentado alguna vez…en un país donde siempre se puede llegar a ser flaite o simplemente “raro” a los ojos de otro. Pero la crisis es más crítica (así, redundante) cuando se es una mujer indígena, trans en la pobla, cuando haces el aseo en un mall sometida a las más absurdas arbitrariedades; tal como lo remeda la delirante escena de Cajas y bolsas.

Esta crisis social es finalmente la crisis de los individuos, la propia crisis de los personajes va apareciendo ante nuestros ojos, cada uno resistiéndose a su destino trágico, luchando por justificar su existencia. Hemos transitado ya por los caminos de lo absurdo, por las reflexiones de la náusea, cuando se produce un delicado giro: La escena encuadrada. Las representaciones de lo sublime someten a lo espantoso y lo absurdo; lo que hasta ese momento eran voces sarcásticas, burlonas, gritonas, potentes, se vuelven suaves, se amansan…construyen un nuevo sentido más sutil, en otro registro, no sólo vocal, sino existencial. Porque en un mundo sin sentido, prefijado, encuadrado, aunque nos rebelemos, la derrota está al final de todos los caminos. Es el momento en que cada uno de los espectadores puede imaginar su propia escena encuadrada.

Pero la mordacidad de Ártica y las Magnéticas no da tregua. Con momentos de interpelación al público, no se nos permite refugiarnos en una cofradía intelectual de mentes bien pensantes“Venir a ver a Ártica y las magnéticas no va a cambiar al mundo. Nuestra pusilánime conformidad a la crisis queda también expuesta: la rubia sicoanalista argentina nos incomoda enfrentándonos a la constatación de que el gesto utópico permanece y nada cambia una mierda; la sagrada actriz  nos pone en nuestro lugar de seres críticos de papel, que no estamos ni aquí ni allá. Sin embargo, no podemos quejarnos o incomodarnos, ya que desde el principio hemos sido advertidos que para presenciar el espectáculo hay que estar dispuesto a morir.

El rito

La gestualidad del rito, sacrificio humano incluido, la presencia de la muerte como momento de lucidez, es otro de los hilos de este abigarrado tejido: ahora que tus ojos sangran, ¿puedes ver?. La muerte de este ser individual, se manifiesta también en la propia transformación del grupo: Ártica y las Magnéticas ha transitado desde la figura de una solista dialogando con un coro a una representación colectiva, donde el protagonista es ese colectivo. Así las coristas se transforman en coreutas, integrantes del coro trágico. Tal como Nietzsche nos lo presenta al referirse a este coro ditirámbico: “es un coro de transformados, en los que han quedado olvidados del todo su pasado civil, su posición social: se han convertido en servidores intemporales de su dios, que viven fuera de todas las esferas sociales.”[1]

En este coro de transformados también se nos presenta un momento masculino, obviamente dislocado. Así con estas sucesivas mutaciones Ártica y las Magnéticas escenifica aquello tan preciado para las luchas de las disidencias sexuales: el patriarcado es también una ideología de género.

A pesar de que Utopías  Demodé se arraiga en el momento presente, para suerte de sus seguidores y oportunidad de los no iniciados continúan las presentaciones. Así que, tranquilidad ciudadanes: Llegó Ártica y las Magnéticas para gritarnos como en ese cuento “infantil” la más lúcida de las verdades…el rey está desnudo…sólo que en este final ese cuerpo desnudo es también un cuerpo imaginado.

 

Liliana Saavedra

Filóloga y Crítica de Teatro

 

[1] Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, traducción Andrés Sánchez Pascual. Alianza Editorial.

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