Pero tenemos que pensar más allá de la emergencia. Necesitamos revisar la forma en cómo nuestra sociedad concibe el trabajo cultural. Por ello, junto a sindicatos, gremios y trabajadores, elaboraremos un Estatuto del Trabajador Cultural que, en conjunto con un Sistema Nacional de Financiamiento Cultural nos permitan transitar”. Las palabras del presidente de la República, Gabriel Boric en su Cuenta Pública del pasado 1° de junio escribió una canción, un poema y abrió una ventana al aire fresco de la creatividad, cuando habló de las Artes, los Patrimonios y la Cultura.

Lo pudo haber dicho en francés, en inglés o en nuestro castizo español, como lo hizo de manera fluida en su incursión por Canadá, recientemente. Es probable, que en un futuro cercano lo diga en mapudungun y nadie se va a extrañar.

El primer mandatario cuando habla de la Cultura, habla desde “el espíritu de un pueblo”, para que todos lo entiendan y lo sientan como parte de un valor de Estado, de un Estado Cultural en gestación, en el cambio civilizatorio para una Nueva Constitución en Chile.

El compatriota presidente desde sus primeras palabras trazó el camino entendiendo que la política cultural se iba a realizar con los trabajadores culturales“el espacio en donde se encuentra la creación de los grandes artistas, con el patrimonio y también, con las prácticas cotidianas de los pueblos de Chile.

Puso de relieve que la política cultural tenía domicilio en los territorios -los que inventaron el día de los patrimonios- “expresión del espíritu del pueblo y tantas otras manifestaciones que se dan a lo largo y ancho de todo nuestro país”.

Y no dejó de reconocer su admiración -en otro momento de su alocución-, que señaló: “me ha tocado ver, por ejemplo, la fundación de Orquestas Juveniles a lo largo de Chile y el trabajo que hacen es precioso, precioso. Tuve la oportunidad de escucharlos hace poquito en Monte Grande y la verdad es conmovedor…, lo que hace Prodemu, lo que hace Artesanías De Chile”.

Sin embargo, la promesa tiene patitas cortas. El presupuesto alcanzaría a solo un 1% para las Artes, los Patrimonios y la Cultura al final de su gobierno, cuando en todos los países que viven la cultura alcanza a un 3% del erario nacional, cifra recomendada por la Unesco.

Todo indica que este 1% sucederá solo al final del mandato luego ante tantos problemas de seguridad, previsional y de salud públicas. Como si la Cultura no fuera prioritario políticamente, no tuviera que ver con la seguridad, los pensionados y la salud.

¿Qué sucedería si en los territorios los jóvenes eligieran las artes como forma de vida? ¿Cómo sería la vida de nuestros hombres y mujeres grandes si tuvieran bibliotecas en sus barrios? ¿Cuál sería el diagnóstico de la salud mental de los chilenos si se estrenaran obras de teatro, conciertos -como era antes- en la población? ¿Cómo sería la épica de este tiempo?

La Cultura es unidad nacional

Hacienda tiene que volver a sacar cuentas y escuchar al tambor mayor“La cultura -reclama el presidente- es el trasfondo que da sentido a nuestra mirada y pone textura y color en los lazos que unen a nuestra Patria”. Al final, guste o no les guste a algunos, las obras de teatro, los recitales, las presentaciones de los circenses, se aplauden con las manos derechas e izquierdas… y con pase de movilidad, por supuesto.

Los males de Chile serán derrotados solo cuando las fiestas de las artes sean parte de la política del territorio como sucede hoy en Puerto Montt, donde las funciones de cine son gratuitas en el Teatro Municipal Diego Rivera, con el esfuerzo principal de parte de la alcaldía.

Un pueblo participando, cantando, pintando, bailando, haciendo cine, escribiendo, es un pueblo unido, invencible.

Los Trabajadores de la Cultura y la Palabra Perdida

El primero entre sus iguales, el presidente, citaba -es su maravillosa costumbre política- a la poeta Elvira Hernández en que “somos aves de paso que nos hemos acostumbrado a comportarnos como monumentos, y así nos va”.

No obstantela referencia es válida, cuando se alcanzan los primeros noventa días del gobierno en el sector de la cultura, a pesar que la cita la mencionaba en otro contexto.

Solo por dar un ejemplo. Hasta el momento, los escritores no deciden la política de la lectura y del libro. Menos elijen a su premio nacional. El destacado escritor y presidente de Letras de Chile, Diego Muñoz Valenzuela, escribía en las redes sociales:

“Cuando se elige al mejor compañero del curso, los que votan son los alumnos. Evidente.

Cuando se escoge al mejor economista del año, lo hacen los economistas. Al mejor colega lo designan los trabajadores que comparten el lugar de trabajo. El mejor empresario lo eligen los empresarios, no los trabajadores, ni los clientes:

Al Premio Nacional de Literatura (que se entrega año por medio) lo escogen autoridades gubernamentales, académicas, editores. Un solo escritor, me parece (el anterior Premio Nacional, el excelente poeta Elicura Chihuailaf). En esta versión corresponde (según tradición) a los narradores y no veo a ninguno en la nómina del jurado.

Pienso que lo lógico es que el Premio Nacional de Literatura lo designara una mayoría de escritores. Y que se entregara todos los años, sin necesidad de postulaciones, por parte de un jurado integrado esencialmente por escritores.  Ese es mi deseo y creo que será compartido por muchos”.

El ministro de la vivienda se reúne con los constructores. El ministro de Agricultura lo hace en el Wallmapu con las comunidades de pueblo-nación mapuche y también con los empresarios y las organizaciones sociales. Lo mismo en Justicia y Derechos Humanos, Salud y otros ministerios.

En Cultura, eso no sucede. No se oye madre. Todo se hace desde la elite y desde arriba, sin sindicatos, gremios y trabajadores, en voz del mandatario.

Hoy, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio ha hecho circular un formulario -¡otro formulario!- para postular a los $450.000 prometidos, por una sola vez, para los trabajadores culturales, a pesar que se señaló, en un principio, que este bono se repartiría directamente a ellos de un catastro que existiría en el ministerio. Una vez más hacen postular a los trabajadores del arte con un formulario tipo de financiera.

¡Señores y señores, a competir se ha dicho! ¡Bienvenida la subsidiariedad y el paternalismo!

Pareciera que la voz del presidente no se escucha para articular un Estatuto de Trabajador Cultural. ¿Con quienes será escrito esta ordenanza si a las organizaciones sociales no se les ha consultado siquiera? ¿En ese el espacio -que indica el presidente Boric- en donde se encuentra la creación de los grandes artistas, con el patrimonio y también, con las prácticas cotidianas de los pueblos de Chile?

En estos días se abren nuevamente las compuertas de la concursabilidad para que todos concursen por algún auspicio. Igual que siempre -más de lo mismo- para los proyectos de este año y él próximo. Las asignaciones directas, por su parte, tendrán, probablemente, la discreción y la discrecionalidad de siempre, la trenza de siempre.

¿Dónde están las propuestas de un Sistema Nacional de Financiamiento Cultural? ¿Participarán las organizaciones culturales? Hasta ahora las solicitudes de reunirse, -en el mejor de los casos, cuando las ha habido-, las respuestas han sido de buena crianza y de espera.

¡Next! Siga participando. No se oye madre.

Parafraseando al presidente Boric, en su Cuenta Pública, que señalaba: “Años atrás la poeta chilena Stella Díaz Varín, se preguntaba en el poema ‘La palabra’ ¿Cuál era aquella palabra escondida en la infancia que al final de la vida no había podido encontrar? Esa palabra buscada me atrevo a decir hoy que era ‘dignidad’, que ha sido tan esquiva para quienes todo le han dado a Chile, sus personas mayores”.

En eso están los artistas, los trabajadores del arte, los territorios, las pymes culturales: buscando la palabra perdida.

Por mientras, todos esperan que llueva y se acabe la sequía. Que se escuche al presidente, a los trabajadores de la cultura, a los territorios y a las Pymes culturales.

¡Vox populi, vox Boric!

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