Se formó junto a una serie de pintores chilenos ¿Con cuál de ellos se siente o se sintió cercana en su obra o las percepciones artísticas?
-Yo estudié en la Escuela de Arte UC, 4 años decisivos en mi formación, con maestros que eran grandes artistas: Carreño, Toral, Eduardo Vilches.

Pero más que sentirme identificada con uno u otro pintor, se trataba de buscar la propia manera, saber quién era una, cómo quería pintar. Puesto que la escuela no imponía cánones. Aunque sí había tendencias que estaban en el aire: el informalismo, el Pop: por un lado lo subjetivo tendiendo a la abstracción, por el otro una pintura de colores planos, sintética. Opazo, Balmes, la Roser, ya eran un referente para los pintores jóvenes. Pero lo que me nacía espontáneamente no era lo actual: la espacialidad, la descomposición de la luz, la materia de las cosas expresada en pintura.

Cuando te estás formando, como en todas las áreas buscas ejemplos, conductas a seguir. En ese sentido alguien que marcó mi desarrollo como artista fue EduardoVilches: él nos transmitía una ética del arte, la consistencia, profundidad. Y luego, hay pintores faro, que no siempre están cerca ni son de tu tiempo: en mi caso fueron Vermeer, un pintor tan genial que pintó hasta el silencio que emana de las cosas, Cézanne, Hopper. En todos ellos la luz construye el cuadro. En el caso de Cézanne, luz como color descompuesto. De los chilenos el que siempre me ha impresionado, de una generación anterior a la mía, es Adolfo Couve. No fue un pintor al que le interesara posicionar un estilo, su pintura es verdadera, cada cuadro nace de una emoción interior, con gran dominio de su oficio y eso se nota. Y es simbolista.

De su obra parecen emerger dos pulsiones, una más figurativa y otra más simbolista y poética. ¿Concuerda con esa interpretación?
-Sí, totalmente: me apasiona la forma de las cosas construidas bajo una cierta luz; yo pienso que todas las cosas nos hablan, nos dicen quiénes somos, quienes hemos sido. La relación entre uno y otro objeto, la forma en que se posicionan en el espacio de acuerdo a la luz, son temas sin fondo de la pintura. El acto de ver, que las cosas existan me parece algo tan fantástico que no me dan ganas de modificarlo, o deformarlo. En ese sentido mi pintura es testimonial.
Por otra parte, siento que todas las cosas, cualquier objeto, paisaje o rostro, posee una carga simbólica, cultural desde luego, pero también personal. Todo significa: Heidegger nos hace la más grandiosa explicación del ser de la obra de arte, partiendo de un cuadro de una temática muy simple: las botas de campesina, de Van Gogh.

¿Qué tan presente están los recuerdos de su infancia en Chile en esta exposición?
– Están presentes, en algunos cuadros, como la Mesa de Santa Clara. Las rosas también tienen que ver con mi infancia. Cuando faltaba el cura mi abuela nos confesaba y de penitencia en vez de Padre Nuestros nos mandaba a podar sus rosas. Que de alguna manera quedaron en mi imaginario asociadas a la redención. Pero más que recuerdos, trabajo con la sensación física que me producen las cosas. Los colores del cielo de mi infancia en el campo, los colores de la nieve en la cordillera cuando atardecía en la calle Las Luciérnagas y los cerros parecían elefantes dormidos azulosos, los cerúleos de las hojas de eucaliptos, son los colores de mi pintura. Y también está presente la adolescencia, la juventud, las huellas de los primeros amores en la arena, todas cosas que se reviven cuando se regresa al país. Claro, yo pinto en claves, pero cada cosa quiere decir algo. La pintura cuenta a su manera, diciéndole a cada persona algo distinto. Lo que está presente en esta exposición, y por eso el nombre Latitud, es Chile: su geografía, su luz austral, tan distinta a la luz mexicana, donde se vive con el sol en la cabeza.
Usted se fue a vivir el exilio en Suecia y luego en México. Estas vivencias ¿qué tan presentes están en su pintura?
-En mi pintura siempre está presente mi vida. Una es toda su vida. Nada se deja, pienso, aunque se crea que se olvida. Yo nunca me fui de Chile realmente, así como creo que me traje a México conmigo, no sé de qué manera. El exilio en Suecia sin embargo, pienso que no dejó marcas en mi pintura: años muy traumáticos, donde se trataba de empezar a vivir de nuevo, aprender el idioma, adaptarse a una cultura completamente diferente. Pero en México fue otra cosa: viví 25 años allá. Creo conocer bien la pintura mexicana, tan rica y diversa, de larga tradición, he hecho homenajes en mis cuadros a pintores mexicanos. Ellos supieron fusionar las enseñanzas de la gran pintura europea con sus propias raíces. Ese país me enseñó muchas cosas, desde luego las técnicas, la pasión por el arte, la curiosidad ante todo lo que es diferente, la inmensa riqueza cultural. Quizás sea una de las más grandes diferencias con Chile: aquí se vive con moldes, oleadas de opinión, se copia hasta la manera de hablar. En México la diferencia, ser diferente, se valora. El gusto personal, en arte, en literatura, en la manera de vivir, es mucho más marcado. Eso me favoreció ya que yo no he seguido las tendencias imperantes en al arte.

Provienes de una familia donde hay vetas artísticas, literarias y también algo de magia y espiritismo. ¿Le ayuda o le pesa este legado?
-Bueno, pienso que el hecho de haber crecido en un medio sensible al arte, a la lectura, haber tenido una madre artista, una abuela y madrina también artistas y muy espirituales, mágicas como dices, haber pasado largas temporadas con ellas en el campo, es una suerte porque desde la infancia estás desarrollando un imaginario, construyendo tus refugios en la imaginación, y esa creo es la base de todo arte. Por otro lado, no sé si me gusta que me identifiquen como “la hija, la nieta, la hermana de”…. en México era muy agradable que el apellido Subercaseaux no significara nada más que una complicación para escribirlo, y saber que lo que lograste lo lograste sola, por ti misma, no por tu familia o conexiones sociales. Por otro lado, estoy muy orgullosa de mi familia porque en ella el arte y la cultura ocupan un lugar importante, algo que se desearía para la sociedad toda. Que hoy, especialmente en Chile, vive tan alejada del arte.

Hay imágenes que se repiten en su pintura: rosas, granadas, hojas de eucaliptus, ciudades olvidadas. ¿Trabaja mucho con series?
-Sí, trabajo con series, hay temas recurrentes que en Latitud están presentes: la transparencia del vidrio, las imágenes reflejadas en metales, los objetos levitantes. Las hojas de eucaliptos son nuevas, testimonio del regreso. Esa serie de las hojas expresa mi manera de concebir la materia: cada hoja tiene un sentido, un ser en el universo. Creo como dice Benjamín Subercaseaux, que la materia es santa. Todo es materia espiritual. La serie de la arena también es nueva, me ha resultado una manera poderosa de conectar con la memoria. Representa de alguna manera naufragios pero también, huellas: lo que queda, lo que no se borra con el tiempo. Y una carga simbólica erótica también, la arena de las playas de la adolescencia.

¿Sigue pintando en Mantagua? ¿Ha cambiado su pintura en Chile?
-Aunque mi pintura sigue un hilo, y el pintor llegado cierto punto es como un médium de fuerzas que actúan en su interior y no puede modificarlas a su antojo, algo se ha liberado en mí al regresar a Chile. No tanto en la paleta, pienso que los colores de mi infancia han estado ahí todo el tiempo. De niña posé para un retrato que me hizo mi mamá en el campo, sentada en una silla de paja con mi muñeca. Sin poder mover la cabeza y casi quedándome dormida, tenía la vista fija en un cántaro de hortensias; cambiaban todo el tiempo de color y eso me mantenía despierta: celestes, moradas, luego se veían de un rosa anaranjado. Esa manera de cambiar con la luz el color de las cosas, atraviesa toda mi pintura.

Somos afectados por lo que vemos, continuamente y en la pintura estás siempre reafirmando tu propia existencia en este mundo; no es lo mismo ser extranjera, por mucho que ames a ese país, que volver al lugar del origen. Y saber que mi espectador va a ser chileno produce un cambio, necesariamente. Estás pintando para tu propia memoria, poniendo las cartas de tu existencia sobre la mesa, por así decir.
Ahora no estoy pintando, me encuentro madurando un proyecto, estoy en la fase de reflexión y experimentación previa.

¿Cuán importante es para usted la lectura y la literatura?
– Son fundamentales. Yo he escrito y leído toda mi vida, también estudio, he enseñado filosofía del arte en mi taller. Soy muy cercana a la poesía, varias de mis exposiciones las he pintado de la mano de un poeta, escuchando su voz… Jorge Teillier, Lezama Lima, García Lorca, René Char, Mallarmé, han sido el hilo conductor de mis exposiciones, están en los títulos, tengo hasta un cuadro que firmé como René Char, pues sus versos lo iluminaron.

La poesía y el arte, indispensables al ser humano, hoy relegadas al lugar de adorno o pasatiempo, nos dan un perfecto retrato del tiempo en que vivimos, donde sólo importa lo que produce dinero. Los pintores antiguamente eran gentes muy cultas, sabían de ciencia, de arquitectura, conocían de memoria las grandes obras literarias, estudiaban filosofía. Hoy todo se ha vuelto time is money, hacer las cosas rápidas, posicionar la marca, llenarse de trucos para ganar más, etc. Vivimos un tiempo antipoético y antiartístico, el artista felizmente tiene su refugio en el arte, en la naturaleza y en la poesía.

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