¡Romeo y Julieta han aparecido vivos y enamorados en la Población de Verona, al sur de todas las historias contadas!

Sí, ahora. Se han besado en la misma esquina del Teatro Nacional Chileno, en la Sala Antonio Varas, Morandé 25, sesenta y uno años después. Lo hicieron otra vez, dando vida y muerte al amor encontrado.

Los jóvenes, venidos del fuego, han cruzado sus miradas para inaugurar la historia de amor más reconocida por la humanidad.

Nos han comprometido a jurar por la valía de la pasión y la ternura. Por todos los amores no correspondidos; por aquellos que se quedaron a medio camino; por la ilusión apagada y por la creencia de que siempre existe la maravilla del día siguiente.

En voz de Neruda, -su dilecto traductor al castellano- maravillado, señala que Romeo y Julieta “no es solo la historia de un amor absoluto sino una cantata contra el odio y la guerra, un doloroso y elevado mensaje por la paz entre los hombres… es el fuego transparente que arde en ellos sin consumirse, desde hace siglos”.

Entonces, en la última escena, sus almas enamoradas, sin vida, tendidas sobre el escenario del Teatro de la Universidad de Chile, inician su viaje a los lugares que no se conocen.

La luz se apaga en el escenario. El drama concluye. Todos sabíamos de antemano que los protagonistas estaban destinados a la muerte temprana…

Sin embargo, un grito de centenares de jóvenes irrumpe en el teatro. Despierta la vida. Una ovación ilumina, olvida el dolor visitado que cruza el último momento de la obra de Shakespeare. El teatro se viene abajo y se viene arriba. El aplauso de quince minutos es de cientos de jóvenes agolpados en las butacas. Aplauden de pie.

Es la mejor distinción para el Teatro Nacional Chileno, para su director, Cristian Keim y para su selecto elenco de teatristas.

¡Romeo y Julieta están vivos!
Shakespeare 2025

La puesta en escena de “Romeo y Julieta” en los días actuales, en el país de los celulares fulgurantes que distancian el abrazo por un emoticón; en el mismo país que apenas se lee y que se desnuda con un dos por ciento de comprensión lectora, hacer un Shakespeare, es un desafío no menor.

Y más aún, en una temporada “corta”, que tiene gusto a poco. Lo de hoy, solo se podrá ver hasta el 19 de julio en Santiago. Luego, harán una temporada más breve aun, en el sur, en Puerto Montt y Castro.

En esta oportunidad, el Teatro Nacional Chileno recibió el apoyo del Fondo de los Teatros Universitarios del Mincap -que se aplaude- para que el ingenio hiciera lo suyo y le alcanzara en calidad a lo que la historia había presentado antes con el ITUCH, el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile, cuando fue montada allá por los sesenta, a todo teatro.

(Un par de números en la odiosa comparación. Solo un dato. La presentación de “Romeo y Julieta”, en aquel entonces, en 1964, contó con 50 actores y actrices en el escenario. La actual, este 2025, solo con 10 actores y actrices. Y, por supuesto, también con alumnos de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, en ambos casos.)

Aplausos, aplausos

La versión actual ha sido recreada con audacia y gracia, proponiendo una puesta en escena llena de vida en los días actuales.

Y toda la aclamación pertenece al encantador principal: Cristian Keim, director y mago de la proeza de llevar adelante el Romeo y Julieta para las nuevas generaciones. De su valentía de revisitar la historia de Shakespeare y de Neruda con el rigor de la “poética” aristotélica.

Ni más, ni menos. De ponerle música rockera y de hacerlo en la calle de hoy. De saltarse los protocolos clásicos para la conquista de los jóvenes del país del siglo XXI. De no perder la voz original de los grandes y de volver a soñar con el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, como lo que es hoy, el Teatro Nacional Chileno. Al igual que en 1964, sin transar con la calidad escénica y el talento sobre el escenario.

En esta oportunidad, la obra de la historia de los amantes de Verona cumplió con el principio teatral, la vara de la justicia artística, “de creer de lo que sucedía arriba de las tablas, era cierto”.

Romeo y Julieta se besaron de verdad y cada uno de los presentes volvieron a creer en el amor. Como así también en el dolor de sus muertes.

La respuesta la dio el público con pasión y alegría a la calidad interpretativa de excelencia. Ese es el dato duro del análisis de esta puesta en escena.

Las actuaciones del joven elenco encabezados por Kontanza Villalobos (Julieta) y Kai Berg (Romeo), revivieron a Marcelo Romo (el primer Romeo) y homenajearon a Diana Sanz (la primera Julieta), quien se encontraba en el estreno, como invitada de honor. Grandes teatristas de hoy y de siempre. El teatro chileno en un continuo virtuoso.

Aplauso por las interpretaciones.

Los Montescos y los Capuletos fueron actores y músicos en esta oportunidad. Cantaron y bailaron en la calle, como es hoy, desdoblándose en simpatía y contento escénicos con las actuaciones de Marco Rebolledo, Fernanda Pérez. Gabriel Muñoz, Gabriel Bastías, Vicente Soto y Alejandro Miranda.

Aplauso por las interpretaciones.

Especial reconocimiento a las actrices de trayectoria, invitadas. Grandes actrices, ambas.

Carmen Diza impuso su actuación por su talento ya reconocido. Y también a Jacqueline Boudon, que al igual que su padre, de la primera generación del Teatro Experimental, Jorge Boudon, (actuó en el “Romeo y Julieta” de 1964, en el rol de Pedro, el sirviente del ama de Julieta), tiene la gracia innata de la presencia en escena. Entra a escena y la gente se ríe. Jacqueline, en esta oportunidad, revivió el reconocimiento del talento heredado de la comedia.

Aplauso por las interpretaciones.
(Un recodo personal y que me hizo sentido al ver la versión 2025.

En el verano de 1964, siendo un preadolescente, camino al sur, en el tren, Pedro Orthus, director y fundador del Experimental, me pidió que opinara del texto de la obra “Romeo y Julieta”, que se iba a estrenar ese año bajo la dirección de Eugenio Guzmán. Era el texto que había traducido Pablo Neruda. Él, como miembro del Consejo del Teatro del Ituch, quería saber la opinión de un joven acerca de la obra.

Debo haberlo leído varias veces. Imaginado, otras tantas.

Me sentí, por cierto, un privilegiado. Cuando fui a ver la obra al teatro, en ese entonces, en 1964, aluciné como lo hice la semana pasada en el estreno de la nueva versión. Sentí que el Teatro Nacional Chileno seguía los pasos de los 84 años del Teatro Experimental.

Me emocioné, al igual cuando le devolví y comenté el texto a Pedro Orthus en la estación de Loncoche, donde me bajaba.)

¡Romeo y Julieta están vivos!
Fotografías: Felipe Poga y Archivo Nacional.

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