Como ya nos tiene acostumbrado Ramón Griffero, director del Teatro Nacional Chileno, el milagro de llenar el Teatro Antonio Varas se ha ido cumpliendo temporada tras temporada, obra tras obra. Lo que habla que la dedicación al montaje de las propuestas dramáticas, sin duda, ha sido acertada. La puesta en escena de la escenografía, la iluminación y del vestuario, ponen al teatro de la Universidad de Chile en un lugar de privilegio. Y, lo más importante, que es reconocido por el público, especialmente, por los jóvenes.
En la obra presentada en los meses de agosto y septiembre, “El Presidente” del dramaturgo austríaco Thomas Bernhard, se asegura el nivel de lo señalado, sin embargo, el prestigio del autor, su estatura intelectual y reconocimiento en las tablas del mundo, no fue suficiente en esta versión dirigida por Omar Morán. El manejo del tempo y de la construcción de los personajes aparecen sobreactuados hasta la caricatura, que deja poco espacio para que los espectadores terminen creyendo el potente mensaje de la obra. La repetición enfermiza de gestos, frases y referencias teatrales quita fuerza a la metáfora de lo absurdo, lo ridículo, lo mordaz del texto original. Su locura se hace poco creíble.
Es bueno destacar que no todas las actrices y los actores entendieron la locura como un plano solo altisonante, continuo y sin matices. La actuación de Catalina Saavedra es extraordinaria, quién acapara los aplausos en la primera parte de la obra. En esta misma línea sobresale la actuación de Carolina Jullian, que desde su talento muestra un personaje sólido y verdadero. Lo mismo para el talentoso Víctor Montero, que desde los personajes de carácter acierta su desempeño. Una obra que pudo ser más.

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