Wanuri Kahiu (Nairobi, 1980) se expone a una larga pena de cárcel, pero ni siquiera eso le hace perder el optimismo “Estoy inmensamente feliz de estar aquí”.

Su segundo largometraje, Rafiki, se acaba de estrenar en el Festival de Cannes, donde se ha proyectado en la sección paralela Un Certain Regard, convirtiéndose en la primera película keniata seleccionada en la historia del certamen. Es un honor, aunque bastante más agridulce de lo que el buen humor de su responsable deja adivinar.

En Kenia, la película acaba de ser prohibida por el comité de clasificación de películas, que se ha opuesto a la perspectiva de que este cuento de amor lésbico llegue a las salas de cine por “legitimar la homosexualidad”, cuya práctica está penada por la ley del país con hasta 14 años de cárcel. ¿A qué se arriesga ahora esta joven cineasta? “De momento, a que me detengan. Dicen que mandamos un guion falso a ese comité, lo que no es cierto. En cualquier caso, tendré que ir a juicio para demostrarlo”, se resigna.

Sobre su proyecto, explica “Solo adaptábamos un libro que ya contaba esta historia”, afirma la cineasta, que se inspiró en Jambula Tree, una novela de la ugandesa Monica Arac de Nyeko. En la película, Kahiu reinterpreta la historia de Romeo y Julieta colocando a dos mujeres en el centro de su relato: Kena y Ziki, pertenecientes a dos familias enfrentadas en unas elecciones locales. “Me parece importante contar historias de amor que tengan lugar en África, porque no tenemos costumbre de ver a africanos que se enamoran en el cine”, afirma.

“Nos oponemos a esos estereotipos que nos definen como un continente deprimido y enfermo. También somos modernos, cosmopolitas y estamos llenos de amor”, recuerda la cineasta, decidida a terminar con “la imagen distorsionada que el mundo tiene de los africanos”.

“Gracias a esta película, estamos hablando de homosexualidad, pero de los derechos del artista y la libertad de expresión”, afirma la directora, ferviente defensora de la joven Constitución de su país, aprobada en 2010 con el objetivo de democratizar sus instituciones.

Su paradoja es que ahora deberá esforzarse en que nadie vea su película para no terminar en la cárcel. “Vamos a asegurarnos de que está bloqueada en territorio keniata. Debemos demostrar que obedecemos a la ley”, afirma. “Pido que nadie la piratee. Que nadie la vea en streaming. Sin embargo, “No me arrepiento. No puedo lamentar haber rodado esta película, porque honra la esperanza y el amor”, agrega Kahiu, antes de despedirse con una pregunta retórica y turbadora, de esas que dejan mal cuerpo hasta varios días después: “¿Qué derecho humano es más importante que el de amar?”.

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