Cuando Jorge Drexler piensa en vida piensa en el equilibrio inestable de iones, el sistema nervioso que conecta a todo un organismo. De inmediato recuerda que somos tres billones de moléculas organizadas en forma de persona durante setenta años, si tenemos suerte.

Es un recuerdo de su otra vida, de los diez años que pasó en una universidad en Montevideo hasta graduarse de médico. Y, aunque el arte de componer canciones no se relacione linealmente con curar dolencias, para él hay una correspondencia: “Ambas son prácticas y son empáticas. Tratan de establecer un puente con otra persona y esa comunicación la puedes usar tanto para el acto de curar como para escribir una canción a partir de una emoción compartida”.

Drexler compuso su primera canción a los 25 años y ha desarrollado una intensa —y muy premiada— carrera en la industria musical, pero la sombra del médico que fue aparece cada vez que alguien le consulta por alguna molestia, o cuando preguntan por un doctor en los largos vuelos transoceánicos: “Tengo veintidós años sin ejercer, pero intento ayudar en cosas sencillas como una crisis asmática o tratarlos con algún fármaco que tengan”.

Quizá no se trate de que Drexler haya abandonado su vocación por curar a otros; tal vez escogió ayudarlos de otra manera: “Hay una conexión entre el esternón y lo que escribes en la hoja en blanco. Eso es real y lo siento cada vez que alguien me abraza y me cuenta que mis canciones son importantes en su vida o que las usan para arrullar a sus hijos”.

Con más de una docena de discos en su haber y decenas de conciertos, el artista uruguayo está de gira hace casi un año con Salvavidas de hielo, su último álbum. Ya desde el título Drexler explora una serie de contradicciones internas que —a diferencia de las rimas y los relatos fáciles— potencian un discurso estético que busca interpelar a sus oyentes.

“Es un salvavidas que no va a durar, se trata de un disco de guitarra y voz pero con una producción muy sofisticada. Hay una canción que elogia las telecomunicaciones, pero otra se dedica al silencio. Quise aplicar esa visión contradictoria al sonido y usar de otra manera las herramientas tradicionales”, explicó a The New York Times en Español en una larga conversación en México a inicios de este año.

Hoy Jorge Drexler cumple 54 años y tiene doble motivo para festejar: ayer fue nominado en cinco categorías del Grammy Latino. Tal vez no sea coincidencia que su próximo concierto esté programado para este sábado en Puerto Rico, justo en los días en que los puertorriqueños recuerdan el aniversario del paso del huracán María. En la isla, que sigue con las heridas abiertas, hacen falta personas que quieran curar y hacen falta canciones. Y el concierto de Drexler, como lo definió durante su paso por México, busca ser “dos horas de asilo de la realidad”.

Salvavidas de hielo bien podría considerarse como una experimentación que busca agotar las posibilidades creativas de la guitarra. ¿Qué te llevó a intentar otra visión de la producción con ese instrumento?

Muchas veces dijimos: “Basta ya, llamemos a un tecladista, unos órganos, unos vientos y una batería”. Pero entonces surgían sonoridades interesantes. Es como cuando entras a una habitación oscura y se van abriendo las pupilas. Trabajamos con cinco percusionistas y cuando les dábamos las guitarras nos odiaban un poco, pero después empezamos a entender cómo golpearlas y cómo grabarlas. La verdad es que estoy contento con el sonido.

Desde la grabación misma hay una presencia importante de México, que también es notable en los instrumentos. ¿Cuál fue la razón para trabajar en este país?

México siempre ha sido un misterio muy grande para mí. Tienes que pensar que vengo de Uruguay, un país que queda en las antípodas históricas y culturales de esta región. Además es un país que tiene una variedad muy grande de guitarras, sobre todo las que se usan en el son jarocho, las jaranas, las leonas, el tololoche o el mosquito, por lo que fue la elección ideal para hacer un disco solo con guitarras. Creo que vivimos en un mundo de abundancia por lo que el acto de editar, de cortar las cosas, recortar la realidad y quedarme solo con una parte es el acto creativo más importante.

Resulta notable que las contradicciones internas sean el motor de este álbum. ¿Cómo fue el proceso de composición?

La escritura me tomó un año entero, nunca había estado tanto tiempo. Tuve treinta ideas de trabajo y terminé dieciocho canciones, pero en el disco solo hay diez. Lo que hice fue incorporar la composición en mi vida cotidiana. Llevaba a mis hijos a la escuela y después escribía durante el día. De repente abría la ventana, encendía la radio y, por ejemplo, escuchaba una entrevista sobre los procesos migratorios y eso me inspiraba. Empecé a pensar que las migraciones son movimientos, son un fenómeno cinético, así que por qué no escribir sobre eso.

Eso recuerda a la letra de “Movimiento”, una de las canciones más emblemáticas del disco. Hoy más que nunca está vigente el debate sobre las migraciones. Siendo tú mismo un migrante, ¿qué opinas de toda la controversia que existe alrededor de este problema?

La migración nunca es un acto placentero, siempre es traumática y eso es lo primero que hay que entender. Soy un inmigrante enormemente privilegiado porque no me fui escapando y puedo volver cuando quiera a Uruguay, entro y salgo sin problemas. Pero es cierto que, de golpe, te encuentras con la mitad de tu familia de un lado, la mitad en el otro, no sabes dónde vas a vivir el resto de tu vida y tampoco sabes dónde quieres que te entierren cuando mueras. De repente te das cuenta de que, dondequiera que estés, siempre vas a tener gente que echarás de menos.

¿Cómo fue el proceso de tratar un tema tan político sin que eso afecte la propuesta musical?

Somos una especie muy inquieta que salimos de África y llegamos hasta los polos, es una locura. Para mí fue una manera de abordar el tema desde el punto de vista antropológico, siendo político pero sin que sea una canción de protesta. No me gustan las canciones de protesta porque el nombre ya me parece feo, el acto de protestar está bien pero no puede ser un fin en sí mismo sino un medio. Yo prefiero las canciones de propuesta.

“Asilo”, el dueto que interpretas con Mon Laferte, es otra de las canciones potentes del álbum. Incluso ahí utilizas una terminología legal muy usada en los procesos migratorios para resignificarla y hablar de un amor desesperado.

Mon Laferte es maravillosa y tiene una intensidad interpretativa bestial. Ella me ha llevado a cantar en otras dimensiones a las que yo no puedo llegar solo. Necesitaba ese extremo, buscar ese límite en la canción. Y se ha convertido en el punto de fuga estético de los conciertos porque es un pedido de asilo, de una noche en la que pides que te dejen salir de tu mundo. Nos dimos cuenta de que, al final, el concierto es esa instancia: son dos horas que estamos lejos del mundo, son dos horas de asilo de la realidad. Eso se convirtió en el leitmotiv filosófico del concierto.

En esta gira has tocado en Estados Unidos, un país que atraviesa una compleja crisis política en la que el tema de la migración ha sido constante. ¿Cuál fue tu experiencia allí?

Estados Unidos es muchos países. Es la tierra de Miles Davis y Noam Chomsky, pero también de Donald Trump. Ahí está el Midwest pero también San Francisco, y toda esa mezcla me fascina. Pero también hay momentos en los que ves el horror. Estuve ahí la semana del tiroteo de Parkland y tuve que salir a cantar en San Francisco esa noche. La verdad es que fue muy duro y empecé a informarme, porque ¿cómo a alguien le puede parecer lógico que se vendan armas de asalto semiautomáticas que son diseñadas para matar a la mayor cantidad de gente? Son cosas que no puedes entender y me pregunto cuál es el precio que tendrá que pagar esa sociedad por esa política absurda.

También fue en Estados Unidos donde “Movimiento”, que habla de migraciones, saltó por encima de las otras canciones. A veces las composiciones son como prismas que dan un reflejo diferente, y ella brilló mucho en suelo estadounidense. En ese sentido creo que venir a grabar en México fue como una declaración de principios, fue una manera de mostrar que hacemos música maravillosa con instrumentos increíbles y grandes cantantes. Pienso que la rebeldía más bonita es la creatividad.

Precisamente en Estados Unidos se ha originado un intenso debate sobre los derechos de la mujer y las diversas formas de discriminación y abusos que padecen. ¿Crees que la industria musical es especialmente machista?

Hace poco me hicieron una entrevista con el género invertido; es decir: la periodista me hizo todas esas preguntas absurdas y anacrónicas que les hacen a las profesionales. Me preguntaron qué se sentía estar casado con Leonor Watling —mi esposa es una actriz y cantante muy exitosa—, que cuál era el secreto para mantener mi piel, que si tuviera que elegir entre el trabajo o los hijos qué haría, etcétera, y ahí te das cuenta en carne propia de todo el trabajo que falta por hacer.

También creo que el ingreso masivo de la mujer en los círculos de poder ha sido innegable en los últimos treinta años y es algo que debemos celebrar, preservar y mejorar. La abuela de mi hija es española y en los sesenta no podía abrir una cuenta de banco ni sacar el carnet de conducir sin la firma de su marido. Obviamente mi hija está en una situación mucho mejor que ella. Pienso que es necesario que las mujeres se hagan cargo de las posiciones de poder y que nos propongan una manera de llevar la sociedad más centrada en cuestiones diferentes; hay que abandonar este afán fálico de conquista y competencia que tenemos los hombres y que ha hecho tanto daño.

¿Crees, como otros artistas, que la industria de la música ha cambiado para mal en los últimos tiempos?

El enemigo no es la industria, la industria es un emprendimiento. No tengo nada en contra del comercio porque hay música comercial increíble. Así como hay canciones horribles, también existen proyectos que no son comerciales y no consiguen grandes ventas como la música de Fernando Cabrera en Uruguay o la de David Aguilar en México, pero tienen el más alto nivel de composición. Esta es una industria de generación de cultura que tiene sus virtudes y defectos como pasa con la industria de los calcetines. Los verdaderos enemigos son la industria armamentista, los déspotas y los tiranos. ¿Cómo voy a despreciar el reguetón si, además, me parece que tiene un ritmo alucinante?

¿Te gustaría escribir un reguetón?

La verdad es un poco difícil, pero me encantaría. Es un patrón rítmico que está extendido por todo el norte de África y tiene por lo menos diez siglos de antigüedad. Ya lo registraban como el “ritmo del diablo” en los burdeles de Persia en el siglo XI y tiene un quiebre de tres a dos que hace algo genial con las caderas. Ahora bien, que me guste el reguetón no quiere decir que me gusten los reguetoneros. Creo que el reguetón es superior a sus compositores. ¿De quién es la culpa? De nosotros los compositores que nos creemos mejores que los demás y no nos metemos en esos géneros. Pero claro que me encantaría escribir un reguetón. Por ejemplo, hay canciones alucinantes como “Atrévete” de Calle 13: mira el potencial que tiene una canción con ese ritmo y que está bien escrita.

¿Crees que una buena composición tiene un poder especial?

El poder de comunicación que tiene la música cuando se une con el texto es ancestral, viene de La gesta de Gilgamesh y de las pasiones de la memoria de la identidad de cada grupo humano. Lo importante es hacer algo que te guste, olvídate de los demás. Los seres humanos no somos tan diferentes los unos de los otros; si tienes una conexión, seguro que los demás se pueden identificar con eso. Pero si no estás conectado con lo que escribes podrás tener un equipo de mercadotecnia y es posible que te vaya bien y triunfes; sin embargo, eso es lo peor que te puede pasar. Muy pocas personas se recuperan de un triunfo que no es de verdad. Pero cualquiera se recupera de un fracaso si es de corazón.

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