Primero que todo, en el inicio de esta ceremonia que nos reúne esta tarde, quiero agradecer de todo corazón al Embajador de Francia en Chile, su Excelencia Roland Dubertrand. Sin pensarlo dos veces, aceptó recibirnos en este lugar para realizar esta condecoración oficial a nuestro querido Oscar Castro. Estos sinceros agradecimientos también van dirigidos a todas sus colaboradoras y colaboradores que han trabajado para esta recepción. Gracias a todos ustedes, de todo corazón.

Es una ceremonia muy especial que nos convoca hoy día, y eso por varias razones.

La primera es el espíritu y el universo interior muy particulares del hombre que honramos esta tarde. Debo ser más específico. Todos pensamos que Oscar Castro está presente aquí con nosotros en este momento. ¿Pero es esto cierto? ¿Estamos seguros de que no está en este momento en un andén del metro parisino en busca de su querido Rigoberto – el nombre secreto de su Dios – o de que no está con su amigo Adel Hakim en ese escandaloso bar “El ojo de vidrio”? ¿Estamos seguros, realmente seguros, de que es Oscar Castro quien está aquí presente, a mi lado, y no su doble, José Miranda? Si ustedes, que están aquí presentes, pueden zanjar este punto, entonces tienen suerte porque yo lo dudo. ¡Y a pesar de esta gran incertidumbre que me invade, tengo que pronunciar un discurso para él! Es un verdadero suplicio mental el que me hace sufrir otra vez.

Sobre todo porque en otro caso que el suyo podríamos tener una manera segura y certera de saber quién está aquí exactamente.

En efecto, en estas circunstancias tan solemnes, deberíamos poder detectar algunas gotas de sudor perlándose en su frente. La emoción debería percibirse a través de algunas gotas, al menos algunas gotas. Pero no, no es el caso del hombre que está presente a mi lado hoy. Todos lo pueden notar como yo. Nada. Ni una sola gota. Y es así por una razón bien extraña: ¡Oscar es Indio y los Indios no sudan!

Así que aún no sé bien si es el Oscar Castro que no suda quien está aquí o uno de sus personajes que actúa como él, sin sentir la más mínima emoción, por el hecho de que no le concierne directamente, lo cual explicaría esta ausencia de la más mínima gota de sudor.

Y como si esto fuera poco, hay algo aún más extraño.

Fíjense que en su libro cuyo título es muy claro para él, un libro que se llama “Después del olvido, la memoria” – ¡muy claro, no es cierto! – Oscar Castro ya escribió y describió esta ceremonia. ¡Si, si, escucharon bien! Claro, en su libro esto pasa en Paris. Pero ya tiene un subterfugio: ese libro lo escribió en 2011. Hace 7 años. Así que tiene una excusa. Podríamos concederle algunas circunstancias atenuantes. Excepto que en ese libro el discurso de agradecimientos que tiene que pronunciar esta tarde ya está escrito en su totalidad o casi. ¡El suyo, si! ¡No el mío!

Hay momentos de extraña soledad, tengo que confesarlo queridos amigos, y ¡les agradezco de antemano por su indulgencia!

Así que solo nos queda una cosa por hacer: resignarnos a considerar que el que está aquí y que honramos esta tarde, es Óscar Castro en persona. Si no es él, de todas maneras, estas palabras le serán contadas por su Diablo que nombró como Nicanor en la última obra de su trilogía – “La democracia del miedo” – la obra de teatro que da actualmente en representación en Chile. Su Nicanor está en todas partes, sobre todo donde menos lo esperamos.

Espero, Señor Embajador, que todos los controles habituales se realizaron en la entrada porque uno nunca sabe con este tipo de personas que en realidad son personajes, profesionales absolutos del “mentir-verdadero”.

Entonces, dadas las circunstancias tan extrañas que nos envuelven esta tarde, y para protegerme de los eventuales avatares, haré como Óscar Castro cuando comienza su obra de teatro, ahorrándoles sin embargo el baile especial que va con su ritual: imploro a todos los Dioses que velan por Chile para que todo salga bien esta tarde, o al menos lo menos mal posible!

¿Quizás piensen que estoy enloqueciendo en este momento, que estoy en la fantasmagoría? ¡Pero no! ¡Para nada!

No estoy enloqueciendo. Solo estoy en pleno ALEPH, el nombre de su teatro que dice todo de Óscar Castro y su obra.

Este nombre – Aleph – es sacado de la novela de José Luis Borges que lleva precisamente este mismo nombre extraño.

¿Qué es ALEPH? Sabemos que este nombre no solo es la primera letra del alfabeto hebreo sino que también una figura matemática y para Borges es un punto imaginario – o sea, normalmente es imaginario – que reúne en un mismo lugar todo el pasado, el presente y el futuro.

Esto es el teatro de Oscar Castro y sus amigos que se resume y se describe con este único nombre extraño: ALEPH.

Ese teatro tiene una larga existencia puesto que nació aquí en Chile mientras nuestro amigo Oscar, un joven estudiante en ese entonces, estudiaba periodismo. Creó ese teatro en 1968. Renace hoy en Chile y es una linda revancha sobre un pasado terrible.

De inmediato, Oscar y sus amigos enmarcaron ese teatro en una tradición muy marcada: el Che y su “Seamos realistas y hagamos lo imposible!”; los Beatles con su “Come together”; el “Peace and love” que dice todo en tres palabras; los eventos de mayo de 1968 en Francia y su “Bajo los adoquines, la playa”. Y luego, tras unos malditos tiempos, ese grito mundialmente repetido “El pueblo unido jamás será vencido”. En fin, su teatro nació bajo auspicios que son todo menos neutros. Se trataba entonces para esos jóvenes chilenos de abrir una nueva página del teatro chileno – un teatro chileno que sin embargo recién se había creado.

Un verdadero desafío pero un desafío legítimo porque si no somos atrevidos cuando jóvenes, ¿cuándo lo seremos? A pesar de que desde este punto de vista – tiene que diferenciarse a toda costa-, Oscar desafía todas las leyes humanas porque joven se ha mantenido, y para nuestra felicidad, joven se mantendrá para siempre! Y en seguida ese teatro consiguió buena fama en América Latina. Daba vida a un teatro-fiesta, subversivo, corrosivo, lleno de humor y escarnio. El Latin’Actor.

Sin embargo, resulta que este tipo de teatro puede agradar pero también desagradar. Cada uno es libre de apreciar. Pero está claro que no desagradó al público sino que al pinochetismo que acababa de tomar el poder en Chile tras el golpe de Estado de 1973. Una noche oscura caía entonces en este hermoso país tan bellamente representado por Pablo Neruda. Pablo, nuestro amigo, que debió dejarnos unos días después del 11 de septiembre, un 11 de septiembre del que casi ya no se habla.

El régimen de ese entonces embargó los medios de trabajo y de representación de nuestro querido Oscar y sus jóvenes amigos. Sin embargo, Oscar siguió dando representaciones de una obra inequívoca en cuanto a su contenido: “Al principio era la vida”.

Esto fue demasiado para los golpistas. Lo detuvieron rumbo a estadios convertidos en campos de concentración.

Para él, fue el campo de Puchuncaví y luego el de Ritoque, tras haber pasado por el terrible centro de interrogación Grimaldi. Todo esto ocurrió cerca de Santiago.

Fueron tiempos espantosos cuando, como Léo Ferré cantaba, “Habíamos puesto a los muertos en la mesa/Confundíamos los lobos con los perros”.

Aterradora época cuando cortaban con un hacha los dedos de un guitarrista; cuando reaparecía de la España del golpe de 1936, como olores del pasado, el eco de eslóganes nauseabundos como “Viva la muerte” o “Abajo la inteligencia”. Tiempos donde el régimen chileno tiraba al mar personas vivas desde helicópteros, personas desaparecidas para siempre

0360. Es el número que dieron a Oscar Castro en el campo. 0360. Una manera para los rebeldes de relegar a los seres humanos a una simple cifra, quitarles toda humanidad, destruirlos, animalizarlos. 0360.

Oscar encontró en sí mismo los medios para no caer en este plan macabro y frustrar esas voluntades oscuras. Organizó obras de teatro en esos campos de concentración. El teatro fue su estrella en la noche, su sol en el día. Cada viernes se organizaron obras y otros momentos festivos que enseguida tuvieron un linda éxito entre los prisioneros. Esos momentos semanales incluso atraían a los guardianes de cárcel cuando esas obras y representaciones denunciaban, de manera desviada pero clara, la terrible situación de ese entonces y su principal responsable: Pinochet! En el campo cada uno se mostraba más creativo por el éxito de esos momentos poco usuales organizados por Oscar, El Cuervo, que se improvisó Alcalde de ese campo.

En su libro explica el sentido de esas actividades poco usuales: Lo cito: “Los prisioneros tenían una instrucción que consistía en no permitir a los militares ver nuestra tristeza. Porque era la única cosa que esperaban infligiéndonos humillaciones, su trabajo psicológico para destruirnos”.

Así sobrevivió a ese encierro y esa degradación: gracias al teatro. Otra manera para él de decir “Resistencia” y para mantenerse humano.

Pero después del arresto y los campos de concentración, fue la expulsión de su país y el exilio. Llegó a Francia con una sencilla maleta en las manos. En 1976.

Francia se mostró abierta y fiel a sus valores. Tenía que recibir a más de 15.000 chilenos expulsados de su madre patria. Francia se convirtió en una patria adoptiva para ellos.

Todo eso, y no me extenderé mucho en este punto, pone de relieve un segundo elemento especial de la ceremonia de esta tarde. Y esteramos fácilmente de acuerdo sobre eso. Esta Legión de Honor se entrega a un sobreviviente y un testigo directo de esa época que no podemos olvidar y que nunca quisiéramos ver o volver a ver en ninguna parte en este planeta. Nunca jamás.

Francia… París… Oscar llegó allá no por una verdadera elección excepto el destino sino por una decisión de una extrema brutalidad. La expulsión… Y el exilio. El dolor es terrible, inmenso. Ya no se sabe. No se sabe nada. Toda una vida cambia radicalmente. Se espera una vuelta rápida. Y luego se tiene que acostumbrar y terminar por convencerse: eso durará por muchos años… y se abre la maleta.

Oscar fue recibido en Francia por una gran dama del teatro francés: Ariane Mnouchkine.

Después de haber seguido actuando y escribiendo obras en español – una manera sin duda de creer en una estadía temporaria – tomó la decisión de transmitir en francés. Era necesario para él y para su trabajo de creación. Fue en 1977.

Escribió, con sus amigos, una primera obra que trataba de la situación del exiliado, una obra actuada por una compañía de comediantes también exiliados. Al estar en el extranjero por dos meses, Ariane Mnouchkine le prestó su teatro, “La Cartoucherie de Vincennes”. La obra de Oscar, “El exiliado Mateluna”, tuvo un éxito inmediato y se presentó en varias ciudades de Francia así como en el extranjero.

Gabriel García Marques en persona asistió a una representación y declaró que fue “la obra más hermosa sobre el exilio” que había visto.

La semilla chilena echó raíces en el suelo francés para fecundarlo.

Pero desarrolló su tronco, su follaje y sus flores en un lugar muy desierto de una ciudad muy popular donde Oscar se sentía más a gusto que en París. En Ivry-sur-Seine, en la región parisina, en los años ochenta. Es ahí donde nos conocimos y jamás nos hemos dejado desde ese entonces.

El lugar era muy especial porque incluso pollos corrían durante el espectáculo picoteando migas de pan en el suelo, pasando entre las piernas de los espectadores. Danièle Mitterrand, Primera Dama de Francia en ese entonces, fue a ese lugar extraño que tuvimos que adecuar a las normas que tal visita oficial suponía.

Ese lugar fue una fuente de inspiración considerable para Oscar. Multiplicó las creaciones y las representaciones. La lista de obras que fueron el fruto de su imaginación es particularmente larga.

Y esas creaciones, por las que desde 1982 recibió el premio Charles Dullin, atraían a personalidades francesas muy conocidas en el mundo del espectáculo. Fue el caso de Pierre Barouh con él que creó toda una serie de obras y músicas. Sabían que la última canción grabada por Yves Montand salió de una creación de Oscar Castro y Pierre Barouh?

Se trata del “Cabaret de la dernière chance”, título de la obra pero también de una canción, de la que el gran Yves Montand podrá decir que fue una de las más hermosas que grabó. En este caso también tuvo mucho éxito y se organizó una gira internacional, hasta Japón donde la obra fue traducida en idioma japonés.

También es el caso del inmenso fotógrafo Pierre Doisneau – el famoso fotógrafo del “Beso frente al Hôtel de Ville” de Paris – que fue seducido por ese teatro hasta tal punto que se convirtió en su Presidente desde 1988 hasta su muerte. Gracias Señor Doisneau.

Francia reconoció oficialmente a Oscar Castro y toda su obra hasta honrarlo una primera vez. Jack Lang, ministro de Cultura en ese entonces, le entregó una hermosa y significativa condecoración, la de “Caballero de Artes y Letras”. Fue en 1991.

Pero ya era tiempo de cambiarse de lugar – que se le prestó temporalmente – quedándose en esa ciudad de Ivry tan enriquecida por sus habitantes. No sin algunas dificultades, realmente absurdas, se instaló en una verdadera sala donde se encuentra actualmente, desde 1995, año en el que se le concedió la nacionalidad francesa. Era una antigua fábrica de cartones ubicada en la calle Cristóbal Colon en Ivry. Un nombre de calle particular que suena como una verdadera provocación!

En ese lugar menos incierto que el anterior, la creación teatral de Oscar Castro se multiplicó. Al menos una obra al año. Representaciones seguidas por comidas chilenas con vinos chilenos y muchas veces música. Un ambiente muy latinoamericano, muy preciado por el público.

Y otros artistas conocidos echaron el ancla en ese teatro, remunerados como los demás, es decir muy poco. Fue el caso de Pierre Richard – El gran rubio con un zapato negro – que hizo escala durante tres años. Y se organizó otra gira internacional que les llevó hasta Siberia.

Y eso no es todo: al mismo tiempo Oscar Castro desarrolló un teatro muy original con gente sin la menor experiencia artística. Un teatro social se puso en marcha con excluidos, jóvenes, gente de diversos oficios. Una escuela abierta para jóvenes también está disponible. El teatro tiene el objetivo de desatar y liberar a personalidades encerradas en sí mismas.

La labor creativa de Oscar Castro es considerable. Dos líneas la atraviesan: la fidelidad a sus compromisos iniciales – cambiar el mundo o por lo menos hacerlo más humano – y siempre ese estilo único: un teatro hecho con provocación, poesía, coreografía y música. Un teatro que dice los sufrimientos pero también la esperanza.

Todo ese trabajo y esos resultados son los de Oscar, desde luego. Y hoy es reconocido por Francia como un gran creador con la condecoración más importante de nuestro país, la Legión de Honor.

Pero esa obra no se hubiera podido realizar sin dos otros elementos esenciales para Oscar Castro.

Su señora, Sylvie, con la que la armonía es tal que el contrato que les había pedido que firmaran, hace muchos años en un lugar cuyo nombre se volvió tristemente famoso, el Bataclan, ese contrato se cumplió. Les había pedido, frente a una muchedumbre numerosa, que se involucraran en una aventura excepcional: la del amor, con todo lo que esto implica y supone. Podemos decir que esta aventura ha sido productiva y exitosa hasta tal punto que no podemos restar a Sylvie de la condecoración de hoy.

Pero también hubo una profunda herida: la de esos tiempos espantosos en Chile. Porque la madre de Oscar estuvo entre las y los que tiraron vivos al mar. Desaparecida por siempre. Pero cómo imaginárselo puesto que en la época nadie sabía por qué no había vuelto a casa. Su marido la esperará sin moverse, esperando su retorno hasta el último momento de su vida.

Que el color que acompaña esta condecoración sea la de las rosas que enviamos hacia tu madre, querido Oscar, hoy y en estos momentos, aquí en Santiago. Sé todo lo que esto representa para ti. Y tu elección de ser condecorado aquí no debe nada al azar. También es tu madre Julieta y tu padre, mi querido Oscar, que unimos y asociamos totalmente a esta gran condecoración que te es entregada por la República francesa.

Pero me estoy extendiendo mucho y la gente está perdiendo la paciencia!

Tengo que pronunciar ahora las palabras oficiales sin las cuales esta ceremonia sería nula y sin efecto y entregarte, querido Oscar, esta Legión de Honor que la ex ministra de Cultura, la Señora Nyssen, te atribuyó a solicitud de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo.

 

« Au nom du Président de la République et en vertu des pouvoirs qui nous sont conférés, nous vous faisons Chevalier de la Légion d’honneur »

 

El Diputado Jean Claude Lefort, la Ministra de Cultura, Consuelo Valdés, Oscar Castro y el Embajador de Francia, Roland Dubertrand.

Agradecimientos a la traducciónde Alexandre Hamon de la Embajada de Francia

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