INTRODUCCIÓN

La publicación del presente libro que ha sido posible gracias al patrocinio del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, tuvo como objetivo reunir y dar a conocer valiosa información relacionada con el impacto que produjo la dictadura sobre la población de la zona de nuestro país referida históricamente como “Región de Los Valles Transversales” [1].

Se trata de información que se encontraba dispersa entre diarios, revistas, libros de editoriales conocidas y también auto editados o, así como en espacios de la red y documentos personales que un equipo de investigadores reunió y ordenó aportando un hilo conductor para que la ciudadanía pueda acceder a ella y conocerla de manera amplia y a la vez amistosa.

A esta información se han agregado testimonios y entrevistas, así como tesinas de corte académico y creaciones literarias de tipo testimonial que abordan experiencias personales y colectivas, enriqueciendo aún más el contenido del libro. Esta diversidad es la razón por la que se encontrarán párrafos, páginas y aún capítulos con estilos de redacción diferente, aspectos que hemos preferido no uniformar para así conservar de mejor manera su esencia. El título “La Serena en sombras, ejercicio de reflexión y memoria”, se justifica cuando la ciudad de La Serena, por estar en el centro geográfico de Los Valles Transversales, fue el lugar donde los organismos de la represión, como la Central Nacional de Informaciones, la escogieron para centralizar su labor represiva.

Resultaría presuntuoso pretender que todo lo que se ha dicho o escrito respecto a este tema podría estar contenido en esta publicación, tomándose en cuenta el prolongado tiempo en que la dictadura asentó sus reales. Sin embargo, con lo que se ha logrado incluir en esta primera edición, se tiene certeza de que se dispone de una visión bastante representativa de lo ocurrido durante ese período en que nuestro país perdió su democracia sumiéndose en las sombras. Años tenebrosos donde las víctimas no fueron sólo los disidentes de la dictadura, sino también el conjunto de la población, considerando que obviamente quienes optaron por oponerse a la dictadura o de lleno a ella resistirse, resultaron los principales afectados. Conocer sus historias contribuirá a contrarrestar esa creciente actitud negadora hoy presente en la sociedad que se empeña en imponer el olvido, debilitando al país en cuanto a enfrentar la amenaza que representa el que situaciones equivalentes a las que tristemente ocurrieron pudieran repetirse.

Se trata de una corriente de opinión que las niega o las minimiza, y justifica las consecuencias que tuvieron apelando a la palabra “contexto”. Como si el contexto en que las personas debieron sufrir un régimen despiadado que produjo cesantía y pobreza, estando plagado por delitos de lesa humanidad, pudiera justificar lo ocurrido si se le ubica en circunstancias que se las define como “inevitables”, y se tenga por ello el derecho a olvidarlas apelando a “una visión de futuro”. ¿Aquello inevitable y el contexto de lo inevitable podría justificar el asesinato, la tortura, las violaciones o las desapariciones de personas?

Si negamos u olvidamos las situaciones de angustia y miseria que nuestra población debió sufrir durante la dictadura, y si se va aún más lejos llegándose a negar que lo que tuvimos fue una dictadura, nombrándola con eufemismos como “gobierno militar” o “gobierno cívico militar”, y llamando al golpe de Estado sólo como un “pronunciamiento militar”, se evita la reflexión sobre lo que significó para nuestra ciudadanía el vivir en ella, así como las consecuencias que se tendrían si tuviéramos que vivir otra vez bajo algo parecido. A decir de Santayana “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.

Sólo se evita la re ocurrencia de los errores y horrores del pasado si con honestidad y valentía si se les reconoce como tales, para entonces reflexionar profundamente sobre ellos, evitándose que se les olvide e impidiendo por ende que estas situaciones se repitan, destacando que antes, en nuestro país, ya hemos vivido corrientes negacionistas que han resultado siempre nocivas. A quienes les correspondió su vida escolar desde los años cuarenta hasta los setenta, se les enseñó una verdad que parecía convincente aunque estaba pavimentada de buenas intenciones.

Se decía: “debemos dar gracias porque el nuestro es un país donde las instituciones del Estado funcionan y son respetadas, y donde nos regimos por una Constitución sólida de raigambre democrática que nadie se atrevería a cuestionar ni a transgredir, y donde las leyes son respetadas y al Estado, a decir de Montesquieu, lo conforman poderes separados e independientes. Hablamos del Montesquieu que en su obra EL ESPÍRITU DE LAS LEYES, afirmó que la ley es lo más importante del Estado”.

Se decía también que las Fuerzas Armadas y de Orden chilenas no eran deliberantes y estaban subordinadas al Estado, siendo su jefe máximo el Presidente de la República. Lo penoso fue que esto resultó no ser verdadero. En el caso del último golpe de Estado que tuvimos –1973– había Comandantes en Jefe de nuestras Fuerzas Armadas que efectivamente eran irrestrictamente respetuosos de la Constitución y las Leyes. Conocidos son los casos del General René Schneider Chereau, del General Carlos Prats González, del General de Aviación Alberto Bachelet Martínez, y hubo también muchos otros que fueron menos conocidos.

Desafortunadamente a los nombrados y a esos menos conocidos, se les detuvo y fueron sometidos a castigos crueles, haciéndoselos víctimas incluso de asesinatos que realizados o mandatados por aquellos que no eran respetuosos de la constitución ni de las leyes, quienes, dentro de las Fuerzas Armadas y de Orden eran en cantidad por mucho ampliamente mayoritarios. La verdad entonces que nos revelaban resultó ser relativa, las verdades relativas lindan siempre en la falsedad.

Y para aumentar aún más la falsedad, aquellos que no eran respetuosos de la Constitución ni de las Leyes, donde había también civiles de aquellos a los que hoy les llaman de manera eufemística “cómplices pasivos del régimen militar”, pero que habría que llamarlos simplemente “cómplices de la dictadura”, derrocaron a un presidente elegido constitucionalmente y escribieron entre cuatro paredes una Constitución a la medida de la dictadura que dominaba el país que es la que hasta hoy nos rige, y que muchos creen que derogarla y escribir otra a través de una asamblea constituyente pondría en peligro nuestra institucionalidad.

Innumerables países han cambiado su constitución vía plebiscitos o asambleas constituyentes y no han sufrido los colapsos institucionales que en Chile se anuncian con una absoluta falta de confianza en el pueblo. Situación que en realidad oculta un temor de ver en peligro la estabilidad económica y con ello ver vulnerados los privilegios de que han gozado desde siempre, o por el temor de perder aquellos que lograron conseguir gracias a la dictadura y a su política económica neoliberal. Se trata de privilegios que esas personas defienden y defenderán sin transarlo con toda mezquindad y fiereza.

Se decía también, en los cincuenta, los sesenta, y aún a comienzos de los setenta, que había que dar gracias porque nuestro país tenía una tradición democrática a toda prueba, “una excepción en Latinoamérica”. Y se creía de manera ferviente en eso, pero se habían olvidado de un pasado de cuartelazos no tan distante, haciendo notar que nuestros profesores al parecer no habían querido mentirnos, su olvido era genuino. Es que el “no recuerdo” de los que dicen que esto que pasó fue malo pero estamos seguros de que no volverá a pasar, había sido contundente.

Sin embargo nuestra pureza constitucional era falsa, basta analizar situaciones del Siglo XX, donde con buenas o malas intenciones, en 1927, tras lo que se llamó eufemísticamente “ruido de sables” y, ante la amenaza de un eventual golpe de Estado, el General Carlos Ibáñez del Campo, un populista de tendencia cercana al Nacional Socialismo –corriente política influenciada por el fascismo italiano y el nazismo alemán–, logró convertirse en candidato único a la Presidencia de la República y al resultar así elegido sin rivales, convirtió su mandato en una “dictadura legal” que rápidamente produjo un descontento de tal magnitud que en 1931 Ibáñez se vio obligado a huir del país como un dictadorzuelo cualquiera.

Pero esto no terminó ahí, Juan Esteban Montero que era su Ministro del Interior, tomó la Presidencia, pero ello fue por muy poco tiempo. En 1932, el coronel Marmaduke Grove apoyado por la aviación lo derrocó.

El país permaneció estable hasta 1938, cuando el general Carlos Ibáñez del Campo volvió de su exilio perdonado por la élite política chilena y la oligarquía. Las fuerzas entonces de sus partidarios, se hacían llamar “ibañistas”, con uniformes al estilo de los fascistas italianos, quisieron dar un golpe en favor de su líder. Se tomaron para eso la Casa Central de la Universidad de Chile y el edificio del Seguro Obrero frente a La Moneda, para entonces el más alto de Santiago. Soldados, por órdenes del Presidente Arturo Alessandri[2], ejecutaron a sesenta y tres de estos nacionalsocialistas, socavando el golpe de Estado de los ibañistas.

Nótese que a la dictadura de Ibáñez de 1927 nunca fue nombrada como tal, sólo se la refería con el eufemismo “un gobierno con un estilo autoritario”. Esto, a pesar de que se la reconoce como un período en que se reprimió a la oposición con toda firmeza estableciendo censuras a la prensa y sometiendo al movimiento sindical al control del Estado. Tampoco se le llamó “dictador” a este dictador, ni se ha reconocido su gobierno como dictatorial, diciéndose sólo que cuando mucho “atropelló deliberadamente la ley cuando lo consideró necesario o de conveniencia para el bien público”[3] , obviándose que hasta hoy persisten rumores que hablan de opositores, de delincuentes comunes y de homosexuales fusilados de manera sumaria, y también de personas hechas desaparecer “fondeadas” en el mar. De ser esto verdadero, Ibáñez se habría adelantado al dictador Pinochet en más de 40 años.

Nótese también que de 1931 a 1952 habían pasado sólo 17 años, período que resultó suficiente para que el país, cegado por la promesa populista de Ibáñez de barrer con los políticos, olvidara que ese candidato tan elogiado había sido un dictador y lo eligiera presidente nada menos que por mayoría absoluta. Es que no recordaban los horrores de su anterior mandato, un error o un “horror” histórico impresentable, además sangriento.

Recuérdese de este nuevo gobierno suyo, esta vez obtenido en elecciones donde participó más de un candidato, la que se llamó “La batalla de Santiago”, donde tras dos días de huelga generalizada, el populista Ibáñez sacó al Ejército para reprimir a quienes protestaban. Fue entonces cuando un General de apellido Gamboa, habló por cadena nacional de radio haciendo un comentario insólito: “Hemos ganado la batalla de Santiago”. A continuación informó que el enemigo había tenido 17 bajas y 500 heridos. La verdad se supo después, las víctimas eran a lo menos 76 y se las había sepultado en fosas comunes.

Nótese finalmente que la promesa populista de Ibáñez y el olvido de su pasado dictatorial, resultó de tal potencia que su mayoría absoluta la consiguió a pesar de que entre esos 17 años hasta 1952, en nuestro país los gobiernos de Pedro Aguirre Cerda y Juan Antonio Ríos, habían logrado un progreso sorprendente, levantando a la educación pública y a la salud a niveles significativamente superiores, y que, fomentando la industria y llevándola a un nivel por sobre la economía extractiva y agraria tradicional, habían logrado mejorar las condiciones de vida de toda nuestra población.

Al respecto dos conclusiones. La primera: los golpes de estado y las intentonas golpistas descritas muestran que aquello de que Chile estaba exento de estos episodios “propios de los países bananeros”, estaba lejos de ser real. La segunda: por la falta de una reflexión profunda sobre la historia, la dictadura de Ibáñez ya estaba en el olvido, y esto, que era ignorado u omitido por quienes enseñaban historia, contribuía con fuerza al mito de que en Chile un gobierno elegido democráticamente jamás iba a ser derrocado.

¿Cómo entender esto?, sólo considerando y repitiendo que los humanos no siempre aprendemos de nuestros errores. Aprendemos de ellos, si y sólo los reconocemos y reflexionamos de manera honesta y valiente. Es de esta manera que aprendemos y mejoramos y no los olvidamos, es decir “los aprehendemos”. En otras palabras: aprendemos de nuestros errores si y sólo si nos apropiamos de la experiencia que obtenemos al reflexionar sobre esos en que incurrimos convirtiéndose ello en aprendizaje significativo.

Uno de los peores errores que un país puede cometer es borrar los horrores cometidos de las páginas de su historia. Si la falta de reflexión expuesta no hubiera existido, el dictador Ibáñez jamás habría sido elegido Presidente en 1952, destacando que en las clases de historia la dictadura de ese dictador jamás se menciona. Se privilegian episodios heroicos de la guerra de independencia y también lo referido a las glorias navales de la guerra del Pacífico, de paso haciendo notar que nada se dice respecto a cómo los campesinos pobres fueron obligados a ir a esa guerra, tampoco de los saqueos y las violaciones de mujeres realizadas por el Ejército Chileno en los territorios conquistados, mucho menos del genocidio realizado durante el apropiamiento de la Araucanía, ése que llaman con el eufemismo que hoy resulta absolutamente ridículo: “Pacificación de la Araucanía”. Así mismo, en las clases de Educación Cívica, el énfasis se hacía en describir aspectos relevantes de la Constitución y la necesidad del respeto a ésta, pero nunca se dijo que nuestras constituciones eran frágiles, y que siempre habían sido escritas entre cuatro paredes y a gusto y necesidad de los gobernantes. Hoy esperamos que se diga con propiedad que gracias a un levantamiento popular encabezado por estudiantes ocurrido en 2019, el que se llamó “estallido social” o “la revuelta”, se abrieron las posibilidades de que por fin en Chile podamos llegar a regirnos por una constitución creada por el pueblo y a gusto y necesidad del propio pueblo.

Al omitir estos episodios, y en particular a la dictadura de Ibáñez –tal como hoy se omite llamar dictadura a la de Pinochet–, la ciudadanía se quedó con la idea de que en Chile no eran posibles los golpes de Estado ni el irrespeto a la Constitución y a las Leyes. Es la razón por la que en 1973 la gente se resistía a creer que se pudiera estar gestando un golpe y, cuando éste se produjo, tomó desprevenida a la gran mayoría de las personas, incluyendo a los dirigentes de los partidos populares y confundiendo además a los de centro que pensaron que se trataba sólo de un cuartelazo y que los militares llamarían prontamente a elecciones que sin duda ganarían, por lo tanto lo apoyaron: craso error.

Cuando los errores se repiten, sus consecuencias suelen ser aún más profundas que las de los originales, y el error que se cometió tuvo consecuencias mucho más graves que todos los anteriores juntos. El golpe “imposible de darse en Chile” se dio, y vino de la mano con la miseria de la población y los crímenes de lesa humanidad que apenas, hace muy poco, la sociedad de manera mayoritaria reconoce. Sin embargo, hay quienes obcecadamente insisten diciendo: “es cierto, todo esto tan horrible ocurrió, pero tengamos una mirada de futuro y olvidémoslo”. Hay también otros que dicen “esto ocurrió pero no fue tan horrible como dicen, además hay que entender que se dio en el contexto de que íbamos directo a una dictadura marxista”. Quienes así opinan son personas que no fueron tocadas mayormente por la dictadura y por lo tanto una nueva dictadura hasta podría llegar a favorecerles. Hubo de hecho gente que se enriqueció durante la dictadura como es el caso del propio dictador que se convirtió en multimillonario sin que haya ninguna explicación que pueda justificar el origen de su fortuna.

Hoy, aquellos enriquecidos gracias a la dictadura son dueños de las empresas que pertenecieron al Estado, y que pertenecían por ende a todos los chilenos, y todos los chilenos habíamos contribuido en crearlas. Son personas que hicieron negocios con la educación y la salud aprovechándose de la jibarización de la educación y la salud pública, son los que montaron el negocio de las ISAPREs, los que permitieron que los trabajadores pudieran ser contratados por terceros con sueldos indignos, los que destruyeron el otrora fuerte sindicalismo chileno obligando a los trabajadores a negociar en condiciones de completa asimetría y nulas posibilidades de éxito, son los que se apropiaron del mar y las aguas y entregaron a particulares riquezas que eran nuestras como el cobre y el litio, e inventaron el negocio de las AFPs asegurando para los chilenos una vejez indigna.

Si todo esto lo olvidamos, estas injusticias no podrán superarse y es más, podrían tornarse siempre mayores y más crueles, porque como expresa Carlos Oros Rojas en la introducción de su libro “EL LARGO INVIERNO DEL 73”, el que mucho nos ha ayudado en establecer el hilo conductor de esta publicación: La verdad, si se cuenta a medias, no es verdad, y solamente se interpretan o tergiversan hechos. La verdad tiene que fluir absoluta y total desde del fondo del alma de los hombres que quieren hacer de este planeta un mundo mejor.

Esta publicación entonces, al dar cuenta de cómo la dictadura afectó a nuestra población, reuniendo, ordenando y dando a conocer la información del período dictatorial a fin de que sea conocida y pueda ser consultada por estudiantes, docentes, investigadores y público en general, estamos convencidos de que se convertirá en un aporte a la buena memoria, a la evitación del olvido, y a la construcción de una cultura de Derechos Humanos, pretendiendo sobre todo que la ciudadanía más joven conozca y llegue a sensibilizarse con nuestra historia, contribuyendo de esta manera a que en Chile no se vuelvan a cometer las crueldades que en toda dictadura se cometen.

Damos calurosas gracias al Ministerio de La Cultura, las Artes y el Patrimonio, específicamente a la señora Francia Jamett Pizarro, encargada de la Unidad de Memoria y Derechos Humanos de ese Ministerio, sin cuyo patrocinio esta publicación no podría haber sido realizada.

Damos calurosas gracias también al ingeniero y luchador social Carlos Oros Rojas, Presidente de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, Filial Cuarta Región, cuyo libro “EL LARGO INVIERNO DEL 73”, como hemos señalado, nos permitió articular el hilo conductor de “LA SERENA EN SOMBRAS”, resultándonos por ello crucial. Damos también merecidas gracias al compañero escultor y artista visual Daniel Palominos Ramos, quien generosamente nos aportó la imagen que ilumina nuestra portada, y damos también gracias a las y los escritores de cuyos libros hemos extraído páginas importantes, así como a los investigadores que han contribuido al éxito y a la calidad de este trabajo. Damos finalmente gracias, a las innumerables personas que, obviando pudores y recuerdos amargos, nos han aportado con sus valiosos testimonios.

  1. Faunes

Mientras se terminaba de editar este libro, tras un plebiscito donde se registró la mayor participación ciudadana de la historia de la República, la opción porque una nueva Constitución fuera redactada, obtuvo el 78,27% de las preferencias y será escrita por constituyentes o constitucionalistas que fueron democráticamente elegidos, destacándose que entre ellos tenemos representantes de las etnias originarias, militantes de partidos políticos, así como un gran número de personas independientes no afiliadas a estos, siendo además la composición de tipo paritario, donde 70 son hombres y 68 mujeres. Haciendo notar que los conservadores del país, forzaron a que la instancia redactora no fuera una Asamblea Constituyente propiamente tal, limitándola a la categoría de sólo “Convención”. De cualquier manera, se trata de una asamblea que redactará la carta magna para una república distinta, la primera escrita por el pueblo chileno, destacando que quien la preside es Elisa Loncón, constituyente representante de la etnia mapuche.

Durante la discusión del reglamento de Ética con que se regirá la Convención Constitucional, el término “negacionismo” quedó establecido en la sentencia siguiente: “Se entenderá por negacionismo, toda acción u omisión que justifique, niegue o minimice, haga apología o glorifique los delitos de lesa humanidad ocurridos en Chile entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1990, y las violaciones a los derechos humanos ocurridas en el contexto del estallido social de octubre de 2019 y con posterioridad a éste. Así también, se entenderá como negacionismo toda acción u omisión, que justifique, niegue o minimice, las atrocidades y el genocidio cultural de que han sido víctima los pueblos originarios y el pueblo tribal afrodescendiente a través de la historia, durante la colonización europea y a partir de la constitución del Estado de Chile”.

El oficio del equipo de investigación de la Corporación La Serena Dieciséis de Octubre Destacamos la experiencia en trabajos de investigación de la Corporación responsable por este libro que, tras investigar lo acaecido en la llamada “Casa de El Buen Pastor de La Serena”, lugar ocupado por monjas de vocación carcelera, dueñas de una casa correccional que fuera convertida por la dictadura en cárcel para mujeres disidentes, y en la llamada “Casa de Piedra”, cuartel general de la Central Nacional de Informaciones (CNI) para las provincias de Atacama y Coquimbo, consiguió que el Consejo de Monumentos Nacionales otorgara a ambos sitios de memoria la categoría de “Monumentos Nacionales en categoría de Monumentos Históricos”, situación que llevó a que esta organización fuera reconocida por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, con la distinción “Premio Nacional de Derechos Humanos 2015, Tu Memorial”.

El equipo que hizo posible esta publicación

Karla Ramos Reyes, Profesora de Estado en Historia; Deborah Ortega Valenzuela, Profesora de Estado en Historia, Magister en Historia; Angélica Palleras Norambuena, Fotógrafa y Audiovisualista; Guillermo Crovari Belmar, Trabajador Social; Miguel Ángel Fuentes Cortés, Profesor de Estado en Historia y Geografía, Magister en Estudios Latinoamericanos, Doctor en Lingüística; Luis Felipe Bruna Ávila, Profesor de Estado en Historia y Ciencias Sociales; José Luis Candia Tapia, Sociólogo; Claudio Espínola Lobos, Profesor de Estado en Historia y Geografía; Edgardo Carabantes Olivares, Profesor de Historia y Geografía, Doctor en Educación; Carlos Oros Rojas, Ingeniero y Luchador Social; y Martín Faunes Amigo, Profesor de Estado, Magister en Psicología Social, quien actuó como director y editor.

[1] La zona de los Valles Transversales es una macro región desarrollada en torno a los valles de los ríos Copiapó, Huasco, Elqui, Limarí, Choapa y Aconcagua, más los valles de sus afluentes y los de los ríos menores. Comprende las antiguas provincias de Atacama, Coquimbo y Aconcagua, correspondientes a las que hoy se denominan regiones Tercera, Cuarta y Quinta Región Cordillera.

[2] Alessandri, Arturo (1967). “Recuerdos de gobierno: administración 1932-1938. Volumen 3”. Editorial Nascimento.

[3] http://repositorio.uchile.cl/bitstream/handle/2250/144868/Rumor-por-la-raz%C3%B3n-o-la-fuerza.pdf?sequence=1&isAllowed=y

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