¿Por qué «Los pájaros no viven en el tiempo»? ¿Dónde van a morir los pájaros?

-Esto, en realidad, no fue un poema originalmente. Fue una epifanía. Una noche, en Algarrobo, cerca del mar, en medio del silencio del mar y en una cháchara sobre la existencia, su misterio y las razones por la cual existimos, esos diálogos por los que vale la pena continuar acá, dos pájaros cruzan el cielo iluminado por el brillo del mar. Es ahí donde entiendo que la única razón del tiempo es la condición de estar anclados a la tierra por su fuerza de gravedad. El tiempo, entonces, se hace concreto, medible, construible, civilizante. Las aves, al no ser prisioneras de la fuerza de gravedad, no viven en el tiempo. La libertad es elevarse por sobre cualquier fuerza.

No viven en el tiempo porque vuelan, porque están volando.

Ningún pájaro muere en pleno vuelo, ninguno estaciona sus alas muertas en alguna tumba celeste.

Sólo en su muerte hacen de la tierra un nuevo cielo.

Nosotros, al revés.

Yo creo que ellos van a morir al centro del sol, como Ícaro.

¿Cómo fue el proceso creativo del nuevo trabajo? ¿Cómo lo viviste?

-Mis procesos creativos van de la mano con mi propia vida. Es ella la que construye el poema, el poema es sólo una copa que contiene lo poético de mi tránsito por acá.

Hay momentos, hitos, que hacen uno que otro poema, pero es la integración de cómo respiro la existencia, lo que me sucede y nos sucede, a todos, lo que va registrándose también como lenguaje.

Ahora, la verdad es que uno absorbe intensamente la vida, la reflexiona, la nutre, la confronta, la acepta, la dialoga, la cree, la olvida, la baila, la ama, la llora, la ríe, la hace. Y esa integración navega en el ser, uno es la totalidad. Y es ahí cuando el poema no necesita pensarse ni construirse como quien hace un panqueque. No. El poema aparece detrás de los ventanales, corre en el borde de los cuadros del living, asoma sus ojitos detrás de la pantalla del computador. El poema llena el cerebro. Una mujer corriendo desde el faro, cerro abajo, hasta abarcar la llanura adormecida, amarilla y eterna. El poema está detrás, en la razón de su tránsito, en el leve gemir mientras corre hacia el mar.

Nuevamente fueron diez años entre un libro y otro.

Yo no hice el libro. Sólo transité mi vida.

La mejor estructura de mis libros no puede ser otra que la cronología. Coherencia con la propia vida y lo poético. Yo escribo y no ordeno. Los poemas salen de una. Casi no corrijo. Estoy muy atenta a eso que se me muestra, eso que veo en mi cerebro y lo escribo con la misma atención, porque mente-espíritu y lenguaje unidos son la VERDAD.

No podría “inventar” nada. Dejaría de ser Verdad (mi verdad). Y eso, que no sea verdad, me provoca una profunda tristeza.

La estructura de mis libros en cronológica. No podría ponerle mente ni razón a la “estructura”. Mi construcción es el fluir. Como los pájaros.

¿Cómo ha sido la recepción de la obra por los lectores? ¿Cómo ha sido la sintonía con tu palabra poética?

-De una generosidad y ternura impensada. Me conmueve la empatía, que vean más allá de la forma. Incluso hay poemas que pudiendo no ser poema, (por su ultra cotidianidad, como el que le escribí a la Cocó, mi hija) hace llorar a algunas personas. Y esa emoción es cierta. Y su emoción retorna a mí en asombro.

Estoy muy agradecida de cómo se devuelve el amor.

 

CONSTANZA

A todos los niños y niñas con Síndrome de Down.

 

Yo la mimo, la abrazo, la río,

la acuesto, la baño, la peino,

la miro,

me asombro,

me muero de amor por ella.

 

Nunca ha tenido un ataque de capricho,

nunca me ha pedido nada de mala manera;

espera, espera, espera,

que yo dé los pasos necesarios hasta llegar a ella.

 

Hay quienes no saben lo que es cuidar hadas,

ni cuidar estrellas.

 

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