Vive solo en Chillán. Al recibirme me mostró primero su cama china, donde ha hecho tantas cosas según gusta decir orgulloso este Mandarín. Luego recorrimos los rincones de su casa inconclusa. Se emocionó con un bellísimo escrito de su padre minero y luego conversamos con este poeta de la piedra y lo sensual, de la reflexión y del enigma.

 ¿Por qué un poeta con inquietudes universales vive y ha vivido en provincia?
– Desde siempre he sido remiso a la presencia en el fulgor de la urbe o de una semiurbe como es Santiago. Un hombre vuelto hacia atrás y hacia adelante, como soy, sabe que la forja de esta tradición en la que andamos es tan breve. Me gusta lo que hicieron los muchachos de 1840, 1830, Simón Rodríguez, Sarmiento, Bello, por ejemplo, que estaban forjando un proyecto de autodominio cultural. Esos muchachos no eran capitalinos, eran provincianos. Nací en un rincón de Chile, en un rincón oceánico, minero y carbonífero, espontáneo en toda su naturaleza hermosa, que se llama Lebu.

 ¿No nació en el Norte Chico?
– No. Eso lo inventó un señor Piña. Soy hijo de las lluvias del golfo de Arauco. Desde ahí y muy joven empecé a vivir mis intraexilios. Asomándome a los 17 años, me harto de Concepción, siendo estudiante aún, con un año inconcluso de liceo, y voy a parar al norte, paso por Valparaíso, no por Santiago. Ahí me asomé al mundo desde el puerto; Valparaíso fue y es muy importante para mi alma.

Hay un intraexilio que fue un momento constitutivo del poeta: aquel vivir en las cumbres andinas, en San Pedro de Atacama. ¿Cómo llega un hombre tan joven a esos arrabales del mundo?
– A los 22 años, estoy semiterminando estudios del Pedagógico y también los dejé inconclusos. Yo acepto la inconclusión como pensamiento. Me gustan las casas y las cosas inconclusas.

El inconcluso anuncia devenir.
– Claro, el inconcluso es que no puedas llegar nunca, pues eso es lo que te hace grande. Bueno, me harté del Pedagógico -de los cursos de técnicas de enseñanza, pavorosos- y además tenía otros hartazgos: la Mandrágora, que era tramposa y equívoca, y mucho huidobrismo. Todo eso estaba bien, pero necesitaba más: quería el amarre entre la vida y la poesía. Yo amaba la poesía, pero no a la literatura.

¿Cuál es la diferencia entre literatura y poesía?
– La literatura es un ejercicio para el llamado lector y siempre está presente el horizonte de reconocimiento, de éxito, de sociedad. La poesía, en cambio, es secreta y misteriosa, llega y no se sabe cómo, en ella se ofrece aquello del enigma: uno no sabe de lo que escribe en poesía. Ella es mágica. Como soy de estirpe romántica, entonces, no transaba con ese ejercicio literario que iba en busca de la publicidad. La Mandrágora postuló la idea de la poesía, por eso me enganché allí. El surrealismo postuló la poesía y no la literatura.

¿Qué es el surrealismo?
– Allí donde concluye lo llamado objetivamente real y empieza lo soñado, lo imaginado, con el sueño adentro. Ahí se da esa síntesis que está por encima de lo real y de lo irreal. El surrealismo es un hijo de la claustrofobia de la ciudad moderna, por eso despunta en París, aunque viene del dadaísmo, cuyo eje es Munich, en 1914.

Pero regresemos a San Pedro de Atacama. Deja los estudios y además se va con un amor.
– No era amor. Creo en el encuentro. El encuentro es una categoría estética del surrealismo: tú te hallas con alguien de repente. El azar, portentoso, te permite mirar a una creatura, a un objeto, a una ciudad. El encuentro funciona más que nada en el amor. Hacía clases en un liceo nocturno y una noche me tocaba atender las matrículas cuando apareció una muchacha. Era bonita, le pregunté cómo se llamaba y la edad. «No, no soy yo la que se inscribe -me dijo-, es una empleada mía». ¡Ay, qué bueno!, comenté. Conversamos un ratito y con mi frescor de siempre le dije: vamos a dar una vueltita, hay un café en la Alameda. Nos pusimos a hablar de todo un poco, era muy encantadora. Ahí supe que estaba casada y aburrida con un «pituco pesado al que no quiero». ¡Descásate! -le dije-. Mira, en 15 días más me voy al norte -agregué-. A los dos o tres días volvimos a hablar y a los 15 de este encuentro precioso ella se engancha conmigo y nos vamos en 3ª clase hasta Copiapó.

¡Muy rápido todo!
– Como soy, siempre con la centella. Subimos a la cordillera a trabajar en un mineral de cobre, donde había 200 mineros muy jóvenes e ignaros. En las noches hacía mucho frío y el horizonte era la pedregosidad infinita, pero las estrellas eran preciosas.

¿Cuánto tiempo vivieron ahí?
– Un año y medio no más. Lo más importante fue que me dio pena que esa gente no sabía leer ni escribir. Así que decidí hacer una escuela ahí arriba, junto a mi María.

Rodolfo Rojas, destacado artista plástico dedicó una parte de su obra a los poemas de Gonzalo Rojas, especialmente, a su conexión con el erotismo. Sus trabajos conformaron una hermosa exposición: «Rojas x Rojas», en homenaje al vate.

¿Eso era San Pedro de Atacama?
– No, un poco más abajo. Entonces, les conté la idea a los amigos mineros, tomando pisco, por supuesto: ¿Por qué no aprenden a leer? Andaba con un libro «Vida y opiniones de los filósofos más ilustres», de Diógenes Laertius, y como jugando les empecé a leer trozos de Tales de Mileto, de Heráclito, etcétera. A ellos les gustaban las frases de Heráclito. Un poeta les enseña a leer a los mineros, ignaros, en el silabario de Heráclito.

Hermoso, además, Heráclito y su devenir fluía naturalmente para esa enseñanza.
– Ese gesto fue más mágico y surrealista que todo el hueveo que había en Santiago, que era puro aprendizaje de revistas.

¿Ha sido intensa su relación con la naturaleza?
– Mucho. Sobre todo con el hondón mismo de la piedra. Mi gente ha sido minera, del norte chico, cateadores, locos con imaginación que andaban buscando la riqueza y la fortuna, en un trato con la piedra. La Mistral entiende más que nosotros de eso, ella es pedregosa. Por algo Carlos Díaz Loyola se puso Pablo De Rocka, le gustaba la piedra. Y a mí también, como a él.

Tal vez Chile es un país de poetas por tener tantos rincones que miran a la montaña, a la piedra, al mar, al desierto, a lo telúrico, en fin.
– La elementalidad de los primeros escritos de De Rocka se cruza con lo lírico. Es tal vez el cruce de la naturaleza y lo onírico. Es algo muy genital, es el trauma primario de lo natural que nos golpea a nosotros, a los poetas. Seguramente eso operó antes: hay que leer bien a esos muchachos españoles que escribieron unos papeles fascinantes, los cronistas de Indias. Nosotros estamos en estado de gracia, gracias a ellos y también gracias a nuestros indios maravillosos. Ese trauma primario de lo natural es lo que nos ha funcionado a algunos poetas. La Mistral llamó a aquello materias. Vicente es aéreo, es del aire. Neruda es muy lluvioso, muy del océano. Yo soy primero bien pegado a la tierra, a la piedra, y después bastante aéreo.

¿Por qué en su poesía natural, tan de la elementalidad, siempre surge Dios, la muerte, ambas preocupaciones metafísicas?
– Bueno, no soy tan mortuorio ni tan teológico. Anguita era eso y con gran clase. A veces uno escribe desde el suelo, desde una circunstancia de encanto, de amor, de vida. Otras escribe con un grado de reflexibidad y abstracción, entonces empieza a funcionar la imaginación filtrada por un juego reflexivo. Y a veces escribes desde más alto y esa escritura trata de lo que no sabes, desde el enigma. A mí me funciona eso.

«Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río / de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre que me devora…». (Contra la Muerte). Y esa hambre suya, ¿ha encontrado un alimento más cercano?
– No. Es una apetencia de absoluto, de una misticidad vuelta a ningún pensamiento religioso. Mistux, en griego, quiere decir cerrado, sellado. Entonces, soy un místico turbulento y un místico erótico.

«Los poetas son niños en crecimiento tenaz…», es una sugerente expresión suya. ¿Cómo han sido los vínculos entre los niños poetas chilenos?
– Dispares. Los poetas somos insulares. Cada poeta verdadero hace una poesía diferenciada. Claro que hay diálogos, pero nunca familiar.

Son complejos, además.
– Por supuesto, animales distintos.

Hay mucho de ego en esa ganas de la distinción.
– Por cierto. Los poetas están vueltos al descubrimiento y a mostrar la tierra desde un lenguaje. El lío entre nosotros es la llamada angustia de las influencias. La verdad es que los poetas todos nos enlazamos unos con otros, desde siempre, en un continuum. En 1995, cuando murió mi mujer -Hilda, cuya muerte más me produjo inquietud que desconsuelo- fui a darme una vuelta por Europa. Ahí en Italia me puse a dialogar con Catulo, quien murió a los treinta años y hoy tiene 2.000 años. Un genio, hablé con él sin importar la fantasmalidad. Hay una sintonía mía con él. Catulo habla del Eros.

¿Cómo es eso de que la muerte de su mujer no lo desconsoló sino que lo inquietó?
– El desconsuelo implica nostalgia, tribulación. En cambio, su muerte me inquietó porque me pareció tan absurda. La muerte siempre es absurda. Me inquietó, me dejó fuera de mi estabilidad.

¿Por qué absurda la muerte? Usted es un poeta de la elementalidad y la naturaleza es así.
– La naturaleza es así. Pero es tan absurda la mutilación repentina: que alguien con quien conversabas ya de pronto no es. Es absurdo también esa cosa del velorio.

¿No es un miedo muy íntimo suyo a la muerte?
– No le tengo miedo. Si ella ha ido conmigo desde niño, desde siempre. Me inquietó. Ahora mismo no padezco la nostalgia de Hilda con la cual pasé 30 años.

En su poesía no hay un Dios antropomórfico, sino un Dios que es Uno y Todo, un Dios más propio del neopanteísmo, un Dios que anima el cambio y está en todas las cosas.
– Sí. Dios se enlaza con lo absoluto. Claro que uno tiene la formación católica, fuerte en Chile, y después se aparta de la ortodoxia en cuanto a lo eclesial y a todas esas pautas rituales un poco tercas y abusivas, al menos para uno. Pero se aparta sin abominar de Dios. No nos hagamos ilusiones. Todos esos niños, llámense Nietzsche o nuestro querido poeta Vicente, cuando matan u objetan a Dios, en el fondo es por una gran preocupación. ¿Qué vas a saber tú del enigma tremendo del mundo, de afuera y de adentro? Lo desconocido existe.

¿Y lo desconocido es Dios?
– Claro. Entonces, no es el Dios de la ortodoxia de Agustín o de Tomás de Aquino. Es un Dios tan secreto que no sé decirte. Cuando digo: «Me hablan del Dios o de la Historia…», aludo con cierto desdén al Dios cristiano.

Imagino que ese mismo desdén es para una Historia que durante la modernidad se solía comprender como un camino humano que necesariamente llevaba a un fin pre-determinado. Sin embargo, usted también intuye a la Historia y muchas veces en su poesía ésta aparece como un devenir casi aciago.
– ¡Qué bonito lo que estás diciendo!

Por ejemplo, en Contra la Muerte se pregunta: «¿Qué sacamos con esto de saltar hasta el sol con nuestras máquinas / a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos / con volar más allá del infinito / si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir fuera del tiempo oscuro?». Entonces, ¿qué es la historia?
– La Historia es musa de la muerte. Es una musa. Clío es la musa de la Historia. La madre de esa musa es la memoria. Nacemos porque somos memoria e historia. La amnesia es adversario nuestro. No puede haber hombre sin memoria.

¿Por qué la Historia es muerte?
– Es el tiempo, el famoso tiempo.

Sí, pero el tiempo también es actualización de la vida.
– Claro, el tiempo cronológico. El tiempo de ellos es circular, el bueno, el verdadero. El que perdura, el que retorna. Entonces tenemos tiempo y eternidad. Aquí estamos hablando los 2 y me acuerdo de un verso de la Mistral: «Será esto la eternidad que aún estamos como estábamos».

¿En esa concepción de la Historia hay posibilidad para la acción histórica, para cambiar las cosas?
– Soy un animal utópico, no tengo remedio. Creo en la progresividad humana de todas maneras. ¿Tú crees que pueden decir no a Marx, quien afirmó que no hay que pensar tanto el mundo, hay que cambiarlo? No se puede decir no, eso es así. ¿Y a Rimbaud, que dice: «hay que cambiar la vida»? Si esto no puede ser sólo así, con tantas vicisitudes y trampas, unos con el dinero, con el poder, y los otros desvalidos no más. Está la mudanza. Los niños quieren la mudanza, se asombran y quieren cambio siempre.

En el siglo veinte, «qué sacamos con saltar al sol con nuestras máquinas…» Bueno, no habremos llegado al sol, pero llegamos a la luna. ¿El siglo 20 merece algún elogio del poeta?
– El más convulso y el más hermoso. La tecnología es maravillosa. Y por sobre todo que en el alborear del siglo, en 1900, se empezara a indagar en el otro hondón del universo, que es nuestra mente. Todos esos psicólogos que se asomaron al sueño. ¿Cómo no va a ser un portento el develamiento de Freud en 1900 con su «Interpretación de los sueños»? ¿Cómo no va a ser importante que la pintura y la poesía se asocien y surga el cubismo, por ejemplo? Es nuevo, fresco, radiante, la imaginación entra en un juego mayor. En filosofía, la fenomenología también despuntando en el alba de este siglo.

Es cierto, penetramos en el alma humana y en el microcosmo y en el macrocosmo, y están todos los portentos de las innovaciones tecnológicas. Pero, paradojalmente, cuando se va el siglo un desencanto y una tristeza corroe a la humanidad tal vez como nunca antes en la Historia.
– Bueno. Es que volamos tan lejos. Juan de la Cruz decía: «Volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance». La cazaes un instrumento de cacería, un halcón. Nosotros hemos volado tan alto, tan alto, pero no le dimos a la caza alcance. Hasta ahora no se puede. Y, claro, vinieron los desengaños y la caída de proyectos y utopías. Pero es temprano todavía.

Pero hay un desencanto también por volar tan alto, tan alto, que con la propia tecnología nos podríamos autodestruir.
– No olvides que Heidegger, por ejemplo, dijo una cosa seria en este siglo: «somos un ser para la muerte». Y nosotros los poetas sabíamos que las cosas eran muy complejas, muy endemoniadas.

Gonzalo Rojas el memorioso. Se comenta que es notable su memoria y que su mayor angustia fue un día que la perdió.
– Es cierto. Se me obturó una vez la mente con una Amnesia Global Transitoria -ése es su nombre clínico-.

¿Cuánto duró?
– 4 horas. Y pudo haber durado hasta 10 días. Pasa una vez en la vida. Se cierra una veta de la memoria por un No que el inconsciente le dice a algo. Estaba en una tensión porque no quería ir a Estados Unidos. Había preparado las maletas, me había despedido de unos amigos médicos, habíamos cenado bien, me levanté temprano, me hice un café fuerte, le di un café a mi mujer -siempre he tenido esa costumbre de llevarle el café a la mujer que amo- y en un momento ella me dijo: «ya Gonzalo, nos vamos al viaje». ¿Cuál viaje? Se me cerró completamente la cuerda del viaje.

¿Qué es la memoria?
– Es un modo de respirar; como registra el tiempo, la memoria te ofrece el portento de vivir. Por eso me da tanta ira esa especie de aversión que se tiene hoy día en el campo escolar por la memoria y hablan de la comprensión versus memoria. A mí desde niño me deleitaba mi memoria.

Fue una facultad que le dio poder.
– Sí. Además tiene que haber surgido al ejercitarla durante esa dolencia que tuve de niño. Era tartamudo, medio asmático, tenía dificultades para pronunciar. Pura neurosis no más. Dolores, tal vez la pérdida temprana del padre o ese caballo que quería tanto y me robaron.

«¿Qué se ama cuando se ama?» es el título de un poema suyo, notable.
– Pero la frase no es mía. Nada es de uno.

¿De quién es?
– Tiene que haber sido de Plotino y él la tomó de Platón y éste de unos persas. Todo es así. Por eso rechazo la idea de la originalidad absoluta.

La originalidad sería el acto de crear al reorganizar -o recrear- lo pre-existente de manera nueva.
– Sí. Y está en el lenguaje.

«¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida / o la luz de la muerte?… ¿Quién es? ¿La Mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes, o este sol colorado que es mi sangre furiosa cuando entro en ella hasta las últimas raíces».
– Oh sí. La vertiente erótica en la poesía mía es muy fuerte. He vivido, hasta ahora que soy finalista y no terminal, como un muerto de amor. El amor es la única utopía que nos queda: el Dante lo dijo mejor: «Amor que mueve el sol y las estrellas».

No es trivial entonces que haya andado más de treinta años de su vida, traspasando continentes, con su cama china como pertenencia fiel; una cama sostenida por un tronco de madera china para la fertilidad: «Ese mandarín hizo de todo en esta cama con espejos, con dos espejos…»
– Eso es bien emblemático. Mi mujer Hilda era una hermosura, compartió conmigo treinta años y un encantamiento. Y un mes antes de morir, me dijo: «¡Nada de quedarse solo!» Fue muy bueno eso, porque ella sabía.

«A él se le salía la muchacha y a la muchacha él / por la piel espontánea, y era poderoso / ver cuatro en la figura de estos dos / que se besaban sobre la arena; vicioso / era lo viscoso o al revés; la escena / iba de la playa a las nubes. / ¿Qué después pasó…? / ¿O atados a la deidad / del goce ríen ahí / no más su relincho de vivir, la adolescencia / de su fragancia?». (Playa con Andróginos). Ese poema es pura sensualidad. Son andróginos. No hay límite para el impulso natural. ¿Es una manera suya de naturalizar la diversidad sexual?
– A mí no me molesta que haya homosexuales y lesbianas. ¡Qué importa! ¿Cuándo los griegos, los egipcios, o nuestros indios, se inquietaron con eso? Fue lo judeo-cristiano quien empezó a juzgar esas situaciones. ¡Qué terquedad para pensar así!

El siglo 21 parece que viene con una sensibilidad aceptadora de lo diverso.
– Sí, seguramente.

Y no es amoral, sino la moral de la aceptación.
– Es la libertad verdadera. El encantamiento de cerca, sin miedo.

«Las personas son máscaras», es una expresión suya. ¿A qué alude?
– Me atuve a la etimología griega de persona, de personajes. ¡Es que uno se enmascara, hijo! Estamos hablando y nos estamos enmascarando.

Pero nuestro siglo, de la compra y venta y la mentira, ha ido más allá de esa fineza psicológica griega y nos ha obligado a enmascararnos vilmente porque en lo cotidiano siempre nos estamos vendiendo.
– Si, ha sido así. El hombre se enmascara, la mujer se enmascara. Es muy difícil. ¿Qué opondría yo al enmascararse? Me gusta una palabra: el poeta desollado y a la intemperie. Me fascina el desollamiento que produce el amor. ¿Qué es el amor? Es encantamiento con desollamiento a la vez.

¿Qué significa desollamiento?
– Que pierdes la piel.

Es un acto de desenmascararse, en definitiva.
– Ahí está. Por eso traje el término desollar frente al enmascaramiento. Pero el hombre tiene que enmascararse o, si no, no funciona. ¡Qué horror!

Sí.
– ¿Eso no te lo habían dicho nunca? Es muy cruel, los poetas decimos algunas cosas.

Es triste, me gustaría que no nos tuviéramos que enmascarar. Es cierto que vivimos en una cultura muy competitiva y poco amorosa. Pero es posible, tal vez, la intuición de Humberto Maturana de desear vivir en una cultura amorosa -que sería la emoción más nuestra- y ahí, progresivamente, irnos desenmascarando.

– ¿Y cómo lo hacemos? Es terrible. Son visiones sombrías que a uno lo persiguen.

¿Hay una identidad mestiza en América Latina?
– Nosotros somos mestizos. Llegan los españolitos en sus caballos andaluces y entran a todos los parajes de nuestro mundo americano y empieza la fornicación maravillosa con las muchachas de estas regiones, y viene un mestizaje adorable.

Claro que fue una fornicación con un dominador y una dominada, casi una violación: ése es el drama de nuestra cultura.
– Bueno, pero del mestizaje salen los poetas. Por ejemplo, Rubén Darío es un mestizo, y César Vallejo. La Mistral, diaguita. Mírale la cara a Neruda. Los grandes creadores de América Latina son mestizos. Y también del mestizaje salen las niñas bonitas, a mí no me gustan las niñas blancas, apantrucadas.

Entre 1958 y 1962 usted organizó esos memorables encuentros de escritores en Chillán y Concepción. ¿Qué buscaba con esas reuniones?
– El diálogo. El diálogo es cosa de fundamento. En todos los órdenes, desde el diálogo amoroso hasta el diálogo sociológico. Primero se me ocurrió que era bueno hacer dialogar aquí en Chile a la gente, a los hombres del año 20, con los del 38 y con los más jóvenes de la generación del 50. Luego, en 1960 lo amplié a escritores de América Latina. Iba personalmente a convencer a Alejo Carpentier, Octavio Paz, a Orlando Sabato, a Juan Rulfo, a Marechal, tanta gente. Incluso a poetas Beat norteamericanos como Allen Ginsberg y Ferlinguetti.

¿Qué se logró en esos encuentros?
– Un grado de conexión como nunca antes. Fueron un capítulo en la historia cultural de América.

¿Optimista o pesimista ante el siglo 21?
– Todo lo he dicho en un poema mío a Vicente. Ahí está mi respuesta a esa pregunta que me parece la más ardiente y la más hermosa.
(Gonzalo Rojas se para, trae un libro, selecciona el poema «Carta a Huidobro» y me sorprende con algunas intuiciones, ante las cuales sólo atino a decirle: andaba volando muy alto parece; en conexión quizás con qué, tal vez con el enigma cósmico). Leámoslas: 1. «Poca confianza en el XXI, en todo caso algo pasará, / morirán otra vez los hombres, nacerá alguno / del que nadie sabe, otra física / en materia de soltura hará más próxima la imantación de la Tierra / de suerte que el ojo ganará en prodigio y el viaje mismo será vuelo / mental… las muchachas / perdurarán bellísimas esos nueve meses por obra y gracia / de las galaxias y otros nueve / por añadidura después del parto merced / al crecimiento de los alerces de antes del mundo, así / las mareas estremecidas bailarán airosas otro / plazo, otro ritmo sanguíneo más fresco, lo que por contradanza hará / que el hombre entre en su humus de una vez y sea / más humilde, más / terrestre. / 2. Ah, y otra cosa sin vaticinio, poco a poco envejecerán / las máquinas de la Realidad, no habrá drogas / ni películas míseras ni periódicos arcaicos ni /- disipación y estruendo- mercaderes del aplauso ignominioso, todo eso / envejecerá en la apuesta / de la creación, el ojo / volverá a ser ojo, el tacto / tacto, la nariz / éter de Eternidad en el descubrimiento incesante… / 3. Hasta donde alcanzamos a ver Jesucristo no vendrá / en la fecha, pájaros / de aluminio invisible reemplazarán a los aviones, ya al cierre / del XXI prevalecerá lo instantáneo, no seremos / testigos de la mudanza, dormiremos / progenitores en el polvo con nuestras madres / que nos hicieron mortales, desde allí / celebraremos el proyecto de durar, parar el sol, / ser -como los divinos- de repente.

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