La presidenta del Consejo de Ética de los Medios de Comunicación, Lyuba Yez, en el diario El Mercurio, del domingo, nos anuncia la nueva que: “Es un error pensar que el periodismo y la desinformación tienen algo que ver”, abordando los que -en su opinión- son los desafíos y temas emergentes que enfrenta el periodismo.

Sus opiniones son polémicas y, en mi opinión, contradictorias. Cuadran con una parcial ética postmoderna. Pero, no representan la integralidad de las expresiones generacionales. Bien vale la pena hacer una reflexión sobre su contenido, considerando la importancia del periodismo, los medios de comunicación y la desinformación de los individuos. El orden y el caos, el cambio y la conservación, son tensiones de equilibrio dinámico constante, que dan origen a un ethos, su ética, estética y emocionalidad, en las que debemos desenvolvernos equilibradamente con la mismidad y la otredad.

Mientras se derrumban los mega relatos o grandes narrativas de la cultura occidental, todos cargamos (ensimismados) con nuestro mundo, auto-segregados: por generación, gustos, genero y geolocalización, con minorías y mayorías dominantes, con mismidad que potenciamos y otredad que se intenta debilitar, anular o cancelar. Es imperioso establecer límites. Estos están permanentemente afectados por la entropía (medida de desorden de un sistema) para difuminarlos, ampliarlos, correrlos, hasta mutar en borde difuso e indefinido.

Partimos reafirmando la sentencia “En el lenguaje se construye la realidad”, en el proceso de replicación, viralización y contagio, analógico y digital. La primera idea-pregunta es ¿A qué refiere cuando habla de desinformación? Ya que no se precisa en el texto del diario. La desinformación tiene formas muy variadas en el ethos mediático, refiere a información falsa divulgada intencionalmente, con fines lucrativos o para inducir error deliberadamente en la población, para influir en la opinión pública, ocultar la verdad en algunos países, sectas, gobiernos, dictaduras, guerras, las que se transmiten a través de los medios y las redes sociales, incluyendo propaganda y fakenews. Se usa como arma para manipular creencias, emociones, juicios de valor, verdades, mentiras, verdades a medias, exageración y descontextualización, o la cultura de la cancelación de sectores hegemónicos, gestionando controversias con fines políticos, económicos, comerciales, espionaje de diversa naturaleza: militar, industrial, política, etc.  Desde ese punto de vista, el periodismo tiene una evidente relación con el tema de la desinformación, aunque no exclusivamente.

Como segundo asunto, me pregunto ¿Cuánta fidelidad habrá en el contenido de la entrevista? Es decir, cuánto de lo que se considera contradictorio es de responsabilidad de la fuente y cuánto del medio. En este punto emerge otro asunto relevante al tema en cuestión: la intermediación: del profesional, del editor y la línea editorial del medio. La cultura y la información se encuentra siempre asociada al poder: político, económico, social, cultural, religioso, etc.  Incluso la tensión de intereses legítimos e ilegítimos en la acción de informar y desinformar. Otro aspecto que suena a nihilismo comunicacional, es la idea que, frente a la desinformación, basta con la autorregulación del periodismo. Además de extraño es contradictorio. Si el periodismo no tiene relación con la desinformación, como afirma en su declaración ¿A qué viene este argumento?

Por otro lado, parece una paradoja el argumento de la presidenta Yez, cuando señala: “en términos de que no haya ningún ente, ninguna ley, ningún organismo ni poder que nos digan como tenemos que hacer nuestro trabajo”, que sean los periodistas capaces de reconocer sus equivocaciones, de asumir los errores, de cumplir con la rectificación y de seguir buscando la verdad. La libertad de expresión y pensamiento son valores supremos. Pero, desde varios puntos de vista este argumento parece fuera de lugar: a) Desde un punto de vista técnico, en lo esencial alguien debe definir en qué consiste y como medir la calidad de la información, b) Es imprescindible distinguir entre información pública e información privada y cuándo se invade la intimidad de una persona, c) La información es una cosa y el “acto de informar” es otra, que tiene consecuencias sobre las personas. Cuando se cometen errores, se abusa, o se genera daño, son los tribunales los llamados a imponer la justicia y las medidas para la reparación. La autorregulación sugerida por la presidenta, permitiría discrecionalidad (incluso reiterada) con la dignidad de la persona, en esa eventual búsqueda de la verdad. Lo que quiero señalar es que toda acción e institución, debe responder a un orden, a una legalidad, a principios que orientan normas y conductas, es decir, al “Contrato Social” al que hace referencia.

Para enfrentar la adecuada información y la desinformación se debe impulsar -con energía- la vigencia de principios y valores de aplicación universal, que rigen para el periodismo, los medios, las fuentes y la audiencia. Mientras más información y de buena calidad, será tanto mejor. En el gradiente de la calidad informativa, en sus procesos de viralización y contagio social y cultural hay una sinergia entre los medios y las redes sociales, que amplifican la información y/o desinformación, además del acceso, la diversidad y la convergencia a las plataformas.

Con todo, incluidas las legítimas discrepancias, felicito a la presidenta Yez, por estar dispuesta a darnos sus opiniones. Sobre todo, por poner el tema en la reflexión y el debate.  En la sociedad de la información y el conocimiento, inmersos en la revolución de las tecnologías de información y comunicación, cambia la forma de ser y estar en un mundo. Se trata de una forma relacional dominada por lo OMNI: omnipresente, omnisciente y omnipotente, producto de la Big Data, la que también constituye una forma de asimetría informacional, muchas veces violando nuestra propia intimidad, usos y costumbres, para ser usados por otros a su propia conveniencia, incluso en nuestro perjuicio.

Los procesos de adaptabilidad a la sociedad que emergen son desafiantes. En una mirada más amplia, llama la atención la falta de consciencia e interés de los últimos gobiernos en torno a la brecha digital. No han existidos programas que se hagan cargo de la necesidad de adaptabilidad, como ocurrió a comienzos del siglo XX, cuando se coordinaron amplios programas de alfabetización y nutrición para enfrentar esas importantes brechas.  Todo hace aconsejable avanzar en esa línea para acortar la brecha digital, por parte del Estado, especialmente en el sistema de educación.

 

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