Aunque no nos demos cuenta, todo lo que nos rodea ha sido diseñado. Nuestra cultura material se manifiesta en innumerables objetos, imágenes, herramientas, dispositivos, íconos, aplicaciones y un largo etcétera, desde lo microscópico hasta las grandes ciudades. Esta omnipresencia de la cultura material es un factor determinante en el desarrollo vital del ser humano, interviene desde el primer hasta el último día de nuestras vidas, e influye directamente en nuestra relación con el espacio físico y también con el espacio visual.

El rol que la naturaleza desempeñaba en la formación del ser humano y en su relación con el mundo, fue súbitamente reemplazado por un sinfín de elementos artificiales que han sido diseñados. La cultura rural es observada como un fenómeno del pasado, y llegamos a la paradoja de que para poder ver, oír y oler a una gallina o a una vaca hay que ir al zoológico.

Desde la primera época de la revolución industrial, la cultura material -aunque con excepciones- se ha diseñado sin mayores variaciones. Con más o menos eficiencia y con más o menos costo, el diseño ha explotado los recursos naturales suponiéndolos infinitos, y se ha desarrollado sobre la base de relaciones desiguales entre las personas en el ámbito económico y social. El diseño es en parte responsable del descalabro ambiental y social que una parte del mundo sufre y reclama, y que las generaciones más jóvenes nos están haciendo ver.

El diseño no ha roto la cadena de explotación de la naturaleza, que luego termina transformada en grandes acopios de desechos inutilizables o difícilmente reciclables. Peor aún, esta cadena viciosa de producción de la cultura material, desde los recursos naturales hasta los basurales, está llegando al mar y esparciéndose por el globo.

En el Día Internacional del Diseño, una forma de conmemorarlo es discutir cómo la disciplina debería expresar una cultura material sostenible y sustentable, y reflexionar sobre el rol de los diseñadores en la cultura contemporánea y en los problemas contingentes del mundo. Los objetivos de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible nos dan una base para pensar en dónde y cómo el diseño debería aportar. En este sentido, nuestra disciplina deberá hacerse responsable de contribuir a:

  1. Mejorar las condiciones de vida (y erradicar la pobreza)
  2. La supervivencia de la flora y fauna (y eliminar productos de origen animal)
  3. Una alimentación sana y universal (y que nadie pase hambre)
  4. El bienestar y la salud (y que nadie sufra por enfermedad)
  5. Un buen uso del agua (y que nadie quede sin acceso al agua)
  6. Una educación de calidad (y de cobertura universal)
  7. La igualdad de género (y que nadie sea discriminado)
  8. Prefigurar la paz y la justicia (y que nadie sienta violencia)
  9. Construir comunidades sostenibles (y disminuir las grandes desigualdades)
  10. El buen uso de las energías renovables (y eliminar la contaminación)

La responsabilidad del diseñador y de su formación radica en ser un agente efectivo de cambio, es decir, que asuma un rol consciente y protagónico en la construcción de la cultura material que nos rodea y que hoy es fundamental para desempeñarse, comprender y también para transformar un mundo en riesgo. ¿Por dónde empezar? Difícil pregunta pues todo el sistema social está en problemas y, más que nunca, el diseño es una gran oportunidad para innovar y reorientar la cultura material con una nueva efectividad, total sustentabilidad y mayor justicia.

Jorge Morales Meneses

Director

Escuela de Diseño

Universidad Diego Portales

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