“El libro de Reinado Mendoza: Morí mil veces y aquí estoy se inserta en lo que genéricamente se ha definido como escrituras del espacio biográfico”, entendiendo por ello un conjunto heterogéneo de textualidades en las que se escenifican diversas narrativas del yo. En esta multiplicidad significante, vale decir, en la biografía, la autobiografía, las historias de vida, el diario íntimo, las memorias y las entrevistas, la vivencia personal adquiere un status cognitivo privilegiado. Como sucede en la mayoría de este tipo de formatos, en Morí mil veces y aquí estoy, autor, narrador y personaje central conforman una unidad estructural. El libro se puede leer de diversas maneras: como un ejercicio de memoria, como un testimonio personal acerca de un momento histórico que cambió no solo la dirección de la vida del autor, sino del país, y como un testimonio colectivo de una generación que sufrió los efectos devastadores de la dictadura militar chilena.

Lo que se observa en Morí mil veces y aquí estoy es un delicado trabajo con el tema de la memoria, donde pasado, presente y futuro son partes de un mismo horizonte de significación: un itinerario complejo, problemático, difícil de llevar adelante, donde el pasado se experimenta como algo inestable y en permanente riesgo de diluirse, y donde la memoria revela por momentos su constitutiva fragilidad. Ya sea al modo de una evocación involuntaria o producto de alguna situación puntual, el pasado siempre retorna y se nos remite nuevamente, desde diversos ángulos y con información nueva, a la experiencia del secuestro-detención del autor y, en general, a los efectos del terrorismo de Estado. Sujeto e historia conviven así en una coexistencia tensa donde recordar genera dolor, pero como dice el autor, no puede ni debe olvidarse lo sucedido en tiempos de la dictadura.

El autor Reinaldo Mendoza y la presidenta Michelle Bachelet.

El libro de Reinaldo Mendoza pertenece al género testimonial y forma parte de una genealogía donde están presentes libros tales como Tejas verdes. Diario de un campo de Concentración en Chile (1996) de Hernán Valdés, Un viaje al infierno (2010) de Alberto Gamboa, Frazadas del Estadio nacional (2003) de Jorge Montealegre y Antes de perder la memoria (2015) de Ana María Jiménez y Teresa Izquierdo, entre otros. A nivel latinoamericano son imprescindibles los libros testimoniales Una sola muerte numerosa (1997) de Nora Strejilevich, Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina (1998) de Pilar Calveiro, por nombrar solo algunos.

En estas escrituras, el género testimonial es la vía privilegiada para lograr decir lo que parece por momentos indecible y abordar historias particulares especialmente traumáticas. Testimonio y narración de la experiencia vivida se conforman así como una dupla inseparable. Tal como señala Beatriz Sarlo en su libro Tiempo pasado (2012): “No hay testimonio sin experiencia, pero tampoco hay experiencia sin narración: el lenguaje libera lo mudo de la experiencia, lo redime de su inmediatez o de su olvido y la convierte en algo comunicable”. Testimoniar la experiencia deviene un imperativo ético, esto es: hablar por los que no pueden hacerlo, necesidad vital que está en el centro mismo del relato testimonial. A ello apunta también Primo Levi, cuando en el marco de la experiencia concentracionaria que sufrieron los judíos a manos de los nazis, afirma que la necesidad de contar lo sucedido había adquirido en él, antes y después de su liberación, el carácter de un impulso inmediato. Incluso su libro: Deber de memoria (1946) lo escribió “para satisfacer esa necesidad; en primer lugar, por lo tanto, como una liberación interior”.

En el caso de Morí mil veces y aquí estoy de Reinaldo Mendoza, el gesto motivacional de la escritura fue la necesidad de que su testimonio trascendiera, no solo a los miembros de su familia, sino a todo el ámbito social.

En términos de la estructura del libro, éste consta de 32 breves capítulos, los cuales no siguen un orden lineal cronológico. La materia narrativa se distribuye al modo de círculos concéntricos que surgen desde el ámbito familiar, pasando por el barrio La Legua, la ciudad de Santiago y finalmente el país. Dicha estructura es eminentemente dinámica, puesto que el discurso oscila constantemente entre dichos sectores narrativos.

A pesar de ser un texto que ha emergido desde una conciencia individual y una particular subjetividad, la voz narrativa se expande a un nosotros, fundiéndose así la voz individual con la expresión colectiva.

Como puede apreciarse por el discurso del autor, tanto su vida como el relato de la misma, se divide en tres ámbitos temporales. El primero de ellos incluye todo lo vivido desde su infancia hasta el momento de su detención el día 30 de septiembre del año 1973; el segundo remite al tiempo del encierro y a   lo padecido durante esa etapa, y el tercero: que se inicia el día de su liberación, el 16 de octubre de ese mismo año, hasta el momento en que escribe y publica el libro.

El tránsito que va desde el tiempo previo a la detención del autor, configura un recorrido que va desde lo familiar (el espacio afectivo del hogar, la familia, la infancia, las amistades, el compromiso político, etc.) a lo desconocido (todo lo que sucede desde el golpe militar, su arbitrario arresto, etc.) Es el tránsito que se observa entre lo que habitualmente se entiende por ser humano, a una programada deshumanización del mismo.

El profesor Cristian Montes en el lanzamiento del libro.

Lo familiar: el domus (Gianini)

El espacio familiar tiene como núcleo esencial el amor y el cobijo de la familia inmediata. Por extensión pertenecen también a esta constelación las amistades, los compañeros del ámbito político, los colegas de profesión, etc. A través del relato el lector se va informando de la infancia del autor, de la pobreza que su familia tuvo que enfrentar y de la precariedad generalizada que sufría la clase proletaria.

El autor valora especialmente el valor que le dio su familia al estudio, la lectura y todo lo relativo al enriquecimiento cultural.  El tipo de formación a la que se remite es la autodidacta, en la que además de incorporar   conocimientos de diversas disciplinas del saber, se orienta por una posición ética donde se resaltan valores como la nobleza, la solidaridad y la conciencia social, entre otros.

La incursión a lo desconocido implica la sucesión de un conjunto de hechos como el golpe militar el 11 de septiembre de 1973, la represión, el terror generalizado, los crímenes que comienzan a cometerse, la tortura y las desapariciones.  La debacle simbólica que se genera afectará desde el refugio familiar hasta al país entero y viceversa. Primará la violencia indiscriminada y la violación de los derechos más fundamentales.

El vínculo entre violencia y violación ha sido analizado por Jorge Estrella en su libro Cruce de caminos (1992). El filósofo argentino postula que la palabra violencia (violentia), está emparentada íntimamente con la palabra violación (violatio). El término latino viol proviene a su vez, de viz, cuyo significado es fuerza. La semejanza idiomática es altamente sugerente, ya que hace posible suponer un uso original en que la violencia es asimilada a la violación como acto de fuerza: “Se viola así un secreto, un armisticio, una intimidad, un espacio de pertenencia o los derechos humanos. La violencia humana surge siempre que alguien ha cruzado un umbral prohibido.”

Estas reflexiones de Jorge Estrella son pertinentes, pues encarnan nítidamente en la visión de mundo que en el libro de Reinaldo Mendoza se despliega. El texto describe con detalles lo que fue el momento de su detención, los golpes recibidos, las torturas sufre y las que se obligado escuchar, la absoluta arbitrariedad de las órdenes que se imparten, el ensañamiento con los detenidos, la felonía, las burlas, el predominio de la “maldad ciega y odiosa”, en palabras del autor, y todo aquello que éste define como el “infierno” vivido. Los capítulos titulados: “El poblador que enfrentó a los milicos”, “Ese disfrazado de milico” y “Los conejos”, entre otros, son anécdotas breves que dejan al descubierto lo horroroso de la situación vivida en el Estadio Nacional. Paradigmático en este sentido es el capítulo titulado “El encapuchado”, donde el actuar de dicho personaje, además de generar miedo y temor en las víctimas, encarnaba, en palabras del autor: “la degradación del ser humano, la siembra del terror y la delación.” En este contexto ominoso y como una manera de neutralizarlo, el autor se refiere a las estrategias mentales de sobrevivencia que tuvo que poner en práctica para soportar lo terrible de la situación y alimentar así lo que define como la “urgencia por aferrarse a la vida”.

Sin embargo, a pesar de lo acontecido en el centro de detención, Reinaldo Mendoza dice haber aprendido de la forma particular de humanidad que se produjo entre los detenidos. Por ejemplo, al describir la rutina diaria en el centro de detención, los presos que debían distribuir la comida se las arreglaban para duplicar la ración a quienes estaban más heridos. Fue costumbre, igualmente, que los detenidos compartieran con los demás los escasos alimentos que lograban recibir de sus seres queridos.

Por otro lado, como puede apreciarse en los capítulos titulados “La radio clandestina” o “Las tardes musicales”, los presos generaron formas de convivencia solidaria que ayudaron a aliviar en parte el dolor cotidiano que debían enfrentar. El decidir, por ejemplo, cantar por las tardes, no perder a pesar de todo el sentido del humor, fueron tácticas de supervivencia anímica y espiritual. Como afirma el autor: “Era nuestra forma de decirle al sistema y a nosotros mismos: “somos dignos, somos personas”.

Vale destacar que en el desarrollo de Morí mil veces y aquí estoy el sentimiento de dolor no implica una caída en el pesimismo paralizante ni la anulación del sentimiento de esperanza. Según el autor, gracias a su padre pudo conocer el libro autobiográfico Al pie del patíbulo del checoslovaco Julis Fucik, quien: “fue torturado en prisión hasta lo indecible. No hubo tortura a la que no fue sometido”. Teniendo como referencia el mencionado libro y lo sufrido por quien considera un héroe, el autor confiesa: “Pensé: yo no he sufrido lo del héroe checo, y él desde el pasado me viene a decir: algún día los tiempos serán mejores (…) le di las gracias a mi padre y a Julius”. Declara posteriormente que a pesar de los aspectos angustiantes que han signado su vida, no se arrepiente de nada, pues él mismo es, en definitiva “consecuencia de todo lo vivido”.

Se advierte en las palabras del autor, pero especialmente en el libro por él escrito, la idea existencialista de que el ser humano es básicamente un proyecto de existencia, un desear ser el que se desea ser o, como dice Nicola Abagnano en su libro Introducción al existencialismo (1980): “aquel que se decide ser”.  Hay varios segmentos de Morí mil veces y aquí estoy donde tal posicionamiento filosófico se hace visible, integrando la segunda parte del postulado, esto es, que para conseguir ser ese que se ha decidido ser, siempre será fundamental la existencia del otro.

         Una vez trazadas los ejes de sentido principales que componen el libro y ya en sus momentos conclusivos, Reinaldo Mendoza vuelve a conectar en sus enunciados la importancia de la memoria y el valor de testimoniar la experiencia:

Narrar lo inenarrable…creo que las paredes de los lugares por donde anduvimos, las graderías donde nos sentábamos, están impregnadas de nosotros, de nuestro canto, de nuestras risas, llantos, dolores. Allí están impresos nuestros cuerpos, los abrazos y las miradas y todo lo vivido (…)”.

Cristian Montes Capó

Profesor titular de la Universidad de Chile

 

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