Es misterioso el avatar del teatro. Emociona ver a un público reaccionar con alegría y aplausos de una obra que fue escrita en plena dictadura, 35 años después. Se trata de Marx y Freud, dos exhibicionistas a las puertas de un colegio de niñas, esperando el toque de la campana para su acto indebido de provocación y perversión. Ellos repasan sus vidas y, tácitamente, sus legados a través de la competencia de quién tiene el derecho para perpetrar su delito. Es entonces cuando se devela la fuerza del texto de De la Parra.

Asombra el vaticinio de nuestros días. La vigencia del “Guatón Romo” (en la obra habla del “Guatón Romero”) en la sociedad actual que nos interpela ahora de un sistema que ahoga a la sociedad chilena, en ser una colectividad enferma. Chile tiene el triste record –solo por dar un ejemplo- de ser el segundo país con más suicidios. Es impresionante ver al viejo Marx con sus 200 años con las catedrales en el suelo. O constatar el abuso sexual como práctica cotidiana en los días que corren. Freud deambula por el escenario lleno de gestualidades de un hombre agobiado por su propio psicoanálisis.

Marco Antonio De la Parra no tan solo nos recuerda la Dictadura de aquellos años y su valerosa contribución libertaria de poner esta obra arriba del escenario, en aquel entonces. Saca un espejo y nos interroga para que nos miremos hoy en esta sociedad del cansancio y del entretenimiento (Byung-Chul Han). En la obra ronda Hannah Arendt, con sus totalitarismos, pluralismos y la  democracia representativa; pena desde las sombras Zygmunt Bauman y la “sociedad líquida”, por solo nombrar algunos pensadores actuales. Ahí están peleando Marx y Freud como si fuera hoy. Solo el guiño de las redes sociales nos recuerda el texto de la obra que puede ser remozado para las nuevas generaciones. El resto, es cómo fue siempre su texto. Eso es lo dramático.

El éxito de este reestreno tiene la virtud originaria del teatro: la actuación. La interpretación de León Cohen y de Marco Antonio De la Parra es brillante. Sus orígenes en la Siquiatría hacen que sean protagonistas con ventajas. La construcción de sus personajes es notable. La gestualidad cuidadosa y abundante nunca cruza la línea de lo exagerado y reiterativo, que es muy fácil caer en una caricatura por lo que se relata en el libreto. Cohen y De la Parra son creíbles a pesar de las historias inventadas entre estos personajes históricos.

En mi opinión, espectador en los dos tiempos, en el 1984 y hoy, en el 2019, la actuación de este año es notable.

“La Secreta Obscenidad de cada día” está hilvanada con un tempo privilegiado, que la hace ágil, entretenida, a pesar que no tiene recursos de escenografía (solo hay un escaño) y una cámara negra que envuelve el escenario. Todo se sostiene en el Teatro de la Palabra, en el viejo teatro donde se ríe y se piensa. Y como buenos siquiatras, ambos actores, nos regalan un cierre de obra con la catarsis del teatro griego, donde la muerte desafía a la vida.

 

Felipe De la Parra Vial

Director

Entrama Cultural

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here