El pasado fin de semana se realizó en Valparaíso XI Congreso de Comunidades del Patrimonio, organizado por la Asociación Chilena de Barrios y Zonas Patrimoniales, liderada por el dirigente social José Osorio.  Sesenta organizaciones barriales, juntas de vecinos y centros culturales, de Arica a Magallanes, se dieron cita para continuar la exitosa campaña que iniciaron con la aprobación de la Iniciativa Popular de Norma para la Convención Constitucional para garantizar el derecho al Patrimonio. En esa línea, acuñaron la consigna “Apruebo Patrimonio, Aprueba la Nueva Constitución”. Gestión que los mantiene en la primera línea para lograr avances en el Senado y concretar la Ley de Patrimonio que se discute actualmente acerca del modelo de participación en un nuevo proyecto que incluye la consulta popular e indígena.

La idea más importante del encuentro fue que esta ley del Patrimonio quede como una política de Estado permanente. En dicho encuentro solo los acompañó el senador Juan Ignacio Latorre. Del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio mandaron excusas y no asistieron. El evento duró cuatro días.

Al otro lado de Chile, en Valdivia, la entusiasta gestora cultural Eugenia Fernández, contaba que el Primero de Mayo se inaugurará el Centro Cultural “Artilugio” en la calle Baquedano, en un barrio de la ciudad. En la “primera función” se congregarán Charlie Charleston (cuenta cuento), Gaspar Olivares (hombre orquesta) y la Cía. de Títeres Abuela Poroto con la obra “Sin pulgas ni prejuicios”. Para los más grandes actuarán “Artilugio” (intervención teatral), “Club de té divino” (stand up comedy feminista), Sol Samsa (cantautor), Carlo Alberti (cantautor), La Libélula (performance con fuego) y Noel (exposición de pinturas). Además, para poder financiarse se contará con palomitas de maíz, sopaipillas, wafles, jugos naturales y otras cositas.

A esa misma hora y dimensión, la organización barrial Cultura Viva trasmitía por su radio comunitaria los haceres de la cultura de la zona sur de Santiago. Lo mismo sucedía por las ondas radiales del internet con la Radio Manuel Rojas del Barrio Yungay, donde dignifican en su programación la labor literaria con la lectura de poetas y escritores, que graban y reproducen como si fuera el pan de cada día.

Lo mismo acontece en Puerto Montt, donde la cultura -ahora desde la Municipalidad– organizan temporales teatrales, de cine y de la plástica en el decoro del teatro del municipio y en las poblaciones con un acceso gratuito.

Estas infinitas actividades invisibles y ninguneadas deben suceder en cientos lugares de todo Chile. Y son ignoradas en los medios de comunicación.

La maravilla es que construyen un Estado Cultural desde sus comunidades, a pesar del Estado. Para los nerviosos geopolíticos, seguramente, creerán que estas manifestaciones ponen en peligro la Seguridad Nacional por la construcción de un Estado dentro del Estado. ¿Quién controla a los pobladores cuando se ponen creativos? Ni hablar de los primeros pueblos que son ninguneados y que son interpelados por cultivar la plurinacionalidad y la interculturalidad.

Sin embargo, para tranquilidad de la elite, todos ellos ostentan el premio nacional del ninguno y la invisibilidad.

El territorio es Chile

En este abandono, -señala el escritor y dirigente cultural Reynaldo Lacámara- las luchas reivindicativas y de resistencia urbana y rural crecen y se manifiestan en el aumento constante de las organizaciones de base, las cuales buscan y promueven un modo de articulación que supera las condicionantes propias de la “representatividad” o la “conducción” de estructuras de poder ajenas a su hacer cotidiano”.

Vemos como el acceso a la participación y desarrollo cultural en los territorios es particularmente difícil, debido a la burocracia centralizada que decide cómo y qué políticas culturales se deben aplicar en los territorios”, añade Lacámara.

El desafío de la hora presente en las Artes y la Cultura es privilegiar el domicilio en los territorios, en el patrimonio de vida de las comunidades.

Hasta hace poco, la que hoy es Subsecretaria del Ministerio de Cultura, Andrea Gutiérrez, señalaba de que había que generar una democracia cultural, participativa con foco en la cogestión, en el valor público que generan los participantes de la cultura en los territorios.

La hora de los quiubos, es ahora

El apoyo económico a la actividad cultural en el territorio debe considerar un aporte basal del Estado y cambiar los trámites engorrosos de la concursabilidad que muchas veces se quedan en el camino por su calificación que parece más a una financiera o a un proyecto científico.   Hay que construir un acuerdo con las necesidades territoriales con intervención de las organizaciones sociales y de los trabajadores de las Artes y la Cultura, en sintonía con las necesidades nacionales y en cooperación hacia las Pymes culturales locales.

La construcción de un Estado Cultural en Chile nace desde los territorios. Las Artes y la Cultura son las protagonistas del cambio civilizatorio y de la nueva épica del pueblo chileno que se está gestando por estos días. La nueva Constitución tendrá sentido y razón con el reconocimiento de todos y todas. Solo las Artes y la Cultura brindan ese espacio de encuentro.

Es probable que desde ya las historias de los grupos de teatro de las regiones y de las poblaciones estén hablando de la Nueva Constitución y los cantores populares hayan creado una canción del Apruebo. O, a lo mejor, bailen la cumbia de los derechos de autor.

El director ejecutivo de la Fundación Víctor Jara, Cristián Galaz, nos recordaba que Víctor decía que había que “ascender al pueblo”.

Solo basta aprender lo que nos enseñó la Maestra de Chile, Margot Loyola y su compañero Osvaldo Cádiz, quienes aprendían desde el habitar en las comunidades, con dignidad y respeto. Vivían con ellos por temporadas para saber y aprender lo que el pueblo cantaba y bailaba. ¡Cómo se les echa de menos!

Para saber y reconocer el mundo de los invisibles y ninguneados en la Cultura hay que ascender a las voces de Margot Loyola, Osvaldo Cádiz y Víctor Jara. No es necesario llevar una estrella en la frente.

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