TORONTO — Margaret Atwood no estaba segura de que iba a poder escribir una secuela para El cuento de la criada, aunque sus lectores llevaban décadas pidiéndolo.

“Lo que rogaban era un seguimiento a la voz de Offred que no hubiera podido hacer”, dijo en una entrevista con té y jugos de por medio en su hogar en Canadá. “Puedes escalar el edificio Empire State a puño pelado una vez. Si lo intentas de nuevo, te caes. De por sí fue algo sumamente improbable la primera vez. Ya tenía la voz y esa voz ya habló. No hay más que agregar desde esa perspectiva”.

Sin embargo, hace unos años, Atwood sí empezó a planear cómo dar seguimiento a su clásico de literatura distópica, publicado originalmente en 1985, sobre las mujeres en Gilead, la autocracia religiosa establecida en lo que solía ser Estados Unidos y donde las mujeres son sujetas a violaciones ritualistas para forzarlas a dar a luz bebés que quedan en manos de los líderes y ciudadanos de clase alta del lugar.

Desde su publicación, El cuento de la criada se ha vuelto un fenómeno de cultura pop, una manera de hacer protestas políticas y hasta una serie de televisión premiada con la actriz Elisabeth Moss como Offred, la narradora. Se han vendido más de ocho millones de copias en todo el mundo de la edición en inglés de la novela. Hay mujeres que han acudido vestidas como las criadas a protestar frente a capitolios y congresos alrededor del mundo por sus derechos reproductivos y a decidir sobre su cuerpo. Las expectativas para la secuela de Atwood, que se publica el 10 de septiembre en inglés, y el 12 en español, y que ya fue nombrado finalista para el premio Man Booker, son estratosféricas.

Credit Sonny Figueroa/The New York Times.

La presión también era alta porque, de cierto modo, ya existe una secuela de El cuento de la criada, pues la adaptación televisiva creada por Bruce Miller ha llevado la historia de Offred más lejos que la novela. Atwood y Miller de hecho tuvieron que coordinarse en cuanto a los desarrollos de la trama y los personajes para que la serie no se contradijera con la secuela ni viceversa.

Los testamentos está ambientada aproximadamente quince años después del final de El cuento de la criada, en el que Offred es subida a una camioneta negra con destino desconocido. La secuela tiene a dos nuevas narradoras —una joven que fue criada en Gilead y una adolescente canadiense que se escapó del régimen cuando era bebé— y una tercera que ya es conocida para los fanáticos de la novela y del programa: la Tía Lydia, arquitecta vengativa y aterrorizante del sistema impuesto en Gilead para entrenar a las mujeres a que sean sirvientas de reproducción. Conforme se entrelazan las historias de las tres narradoras, Atwood revela nuevas facetas de la historia de Gilead y su estructura de poder, al igual que su eventual derrumbe. (Ya se está trabajando también en una adaptación televisiva de Los testamentos).

Atwood, quien cumple 80 años este noviembre, estaba de muy buen humor al reflexionar sobre su obra, la mortalidad y los presagios tan atinados de El cuento de la criada. A continuación, extractos editados de la conversación:

Cuando anunciaste que iba a haber una secuela, dijiste que querías contestar las preguntas que muchos lectores te han estado haciendo sobre Gilead por años. ¿Qué tipo de preguntas son?

Todas empiezan con “y si…”. Uno de esos “y si…” era: los sistemas totalitarios no duran para siempre, al menos eso creo con fervor. Algunos duran más que otros. Cuando se desmoronan, ¿qué causa ese colapso? Pues hay muchos escenarios diferentes. Que se derrumben desde dentro, con la corrupción y las purgas por peleas internas de las élites; por ataques desde el exterior, o por temas de sucesión de generaciones. La primera generación empieza todo muy ferviente, la segunda se encarga de administrar lo existente y tal vez la tercera empieza a pensar: “¿Qué estamos haciendo?”.

Después de la elección de Donald Trump como presidente estadounidense se dispararon las ventas de El cuento de la criada y muchos lectores hicieron notar que era extremadamente vigente. Algunos elementos concuerdan con situaciones actuales, como la reducción de los derechos reproductivos, la separación de padres de sus hijos en una frontera o los ataques a minorías por parte de grupos de supremacistas blancos. ¿Querías escribir la secuela en parte para hablar de esos paralelos?

No, no. Son cosas que siempre empiezan a salir a la superficie en cualquier país. Los supremacistas blancos ya están ahí y salen a la luz cuando las condiciones los favorecen, como actualmente sucede en Estados Unidos.

Los testamentos empieza quince años después, pero retoma elementos de la trama presentados en la adaptación televisiva. ¿Fue una decisión consciente?

Quería encargarme de que no hubiera inconsistencias obvias. Ellos actualizaron la cronología de los temas entonces había mucho espacio por explorar.

Has estado muy involucrada en la adaptación, que sigue la historia de Offred después de lo previsto en tu primera novela. ¿Qué implica ese proceso?

Tengo influencia, pero no tengo poder y esa es una diferencia importante. No soy la persona que puede tomar la decisión final. Entonces me comunico con Bruce y le digo algo como: “No puedes matar a tal o a cual”.

¿Y sí se atiene a eso?

Pues no la mató. Aunque tampoco la iba a matar, es demasiado buen personaje para matarla.

¿De quién se trata?

La Tía Lydia.

Credit George Kraychyk/Hulu.

¿Has tenido desacuerdos por algunas partes de la trama?

He llegado a gritar algo, pero fueron gritos que lograron su cometido. Creo que es un problema para las personas que conocen de sistemas totalitarios reales que algunos de los personajes han sobrevivido por tanto tiempo. Sin duda ya los habrían matado; ya hay varias personas que saben qué está tramando June.

En Los testamentos, la Tía Lydia se vuelve una persona más compleja y con la que se puede simpatizar, una víctima además de una victimaria. ¿De qué manera evolucionó cómo pensabas al personaje en las décadas desde la primera novela y cómo decidiste volverla alguien tan central en la secuela?

Pues, ¿cómo llegas a ser alguien de alto rango en una dictadura totalitaria? O eres un gran creyente desde el inicio, lo que probablemente significará que después alguien te incluirá en una purga política, o eres alguien oportunista. O tal vez es por miedo, o por una combinación de todos esos factores. Yo diría que el miedo es el principal: “Si no hago esto, me van a matar”.

La Tía Lydia es una arribista así que fue trepando. No es fácil perturbarla, pero tampoco cree en esto con tanto entusiasmo como otros. Al igual que J. Edgar Hoover [fundador del FBI], ella se da cuenta de que hay mucho poder en saber cosas de alguien que esa persona no quiere revelar públicamente.

Credit George Kraychyk/Hulu.

¿Cuándo se gestó tu idea de escribir una secuela? ¿Fue algo que ya tenías pensado y solamente no habías hecho?

Siempre lo había pensado. Hace poco revisé mis notas y vi que había escrito algo sobre hacer la secuela desde 1991. Así que lo mejor fue adentrarme y ver qué salía.

Dado que El cuento de la criada es tan venerado hay una presión inmensa para que la secuela satisfaga. ¿Estás nerviosa respecto a cumplir las expectativas de quienes te leen?

¿De si esto va a arruinar mi futuro o mi reputación literaria? Si tuviera 35 años, tendrías toda la razón en preguntar eso. Pero a mí no me preocupa mucho.

¿Releíste El cuento de la criada antes de escribir Los testamentos? ¿Qué impresión te dejó?

Claro. También revisé todo mi archivo de recortes de periódico, porque en esos días no había internet entonces sí guardábamos pedazos de un periódico impreso. Y todas las cosas que ahora son temas muy discutidos y que provocan agonía ya se estaban hablando entonces. El ascenso de la supremacía blanca, esa idea de que nunca desapareció y siempre estuvo ahí en espera de que alguien le abriera la puerta. Los cultos religiosos que subordinan a mujeres ya eran discutidos. El robo de infantes es un tema ancestral. Forzar a las mujeres a parir, vaya, eso sucedía hasta en la guerra troyana.

¿Qué temas más actuales ayudaron a formar tus ideas para esto?

No quiero ser muy específica porque entonces es como si le dictaras la respuesta a quien lee y prefiero que haya pensamiento y consideración individual. Es por eso que a la gente que me pregunta: “¿Qué le pasó a Offred?”, le respondo: “Tú eliges”. La historia está llena de gente que desaparece sin que puedas saber dónde terminó. ¿Qué final te gustaría tener?

La secuela no es tan ambigua ni deja el final tan abierto como la novela original. ¿Fue una decisión deliberada, para darle algo de finalidad a la historia?

Oh, la verdad no sé. Este tiene un mayor cierre. Alguien me dijo: “Oh, el final es tan feliz”. Pues, no, no para todos en la historia. Es un final más positivo que el que uno esperaría que haya a distintos momentos de la trama. Soy de la generación nacida en la Segunda Guerra Mundial y todo se veía muy lúgubre en 1942.

Credit Rick Eglinton/Toronto Star vía Getty Images.

¿Cómo te sientes respecto a que tu libro ha tenido tanta relevancia política y que a veces hasta te toman como una figura insigne de la resistencia a esas medidas?

Es algo que no puedo controlar. Creo que usar la vestimenta de las criadas como mecanismo de protesta es algo genial. No te pueden expulsar del recinto, porque no estás causando alboroto y tampoco estás necesariamente verbalizando algo, pero eres muy visible y todos entienden a qué te refieres. Ha sido una táctica brillante.

¿Consideras que es algo deprimente que la gente encuentre tantos ecos de tu distopía en la política contemporánea?

Desde un punto de vista político, hubiera querido que El cuento de la criada quedara solo como una obra de época, para que las advertencias contenidas ahí no resultaran ciertas. Pero la historia no se desenvolvió así.

¿Qué es lo que más te asusta?

Soy demasiado vieja como para que me asusten muchas cosas. Tienes miedo cuando no sabes cuál es tu propia trama. A los 20 años no has logrado tanto entonces le temes al futuro, claro. Tienes esperanza, emoción, pero también miedo.

Entonces yo tengo esperanza, más que temor, por la gente joven. Están cambiando nuestro discurso político.

¿Has pensado en escribir otro libro sobre Gilead para que sea una trilogía?

No, soy demasiado vieja.

¿Estás trabajando en otra novela?

Pues es cuestión del cronograma, ¿cuánto me queda? A mi edad digamos que me tardo cuatro años en escribir una novela. Entonces, ¿quién sabe? Son cuestiones teóricas. ¿Cuántos cumpleaños de parteaguas puedes tener?

Me da la impresión de que no sientes mucha presión para escribir más, como si ya no tuvieras que probarle nada a nadie.

Pues es que no me queda mucho tiempo. Y por eso todos se han vuelto locos con la promoción de este libro. Sé qué es lo que están pensando, están pensando: “¿Qué pasa si se muere? Oh, mejor hacerlo ahora, darlo todo. Es la última oportunidad”. Les digo que sé eso y solo se sonrojan y se ven incómodos. Pero no pueden negarme que lo están pensando. [Se ríe].

Entonces, ¿en qué estás trabajando?

En mi colección de poemas. Será corta.

Credit Arden Wray para The New York Times.

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Alexandra Alter escribe sobre la industria editorial y el mundo literario. Antes de trabajar en The New York Times, en 2014, reporteaba sobre libros y cultura en The Wall Street Journal. Previamente, fue reportera de religión y a veces de huracanes para The Miami Herald. @xanalter

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