Cuando un fotógrafo decide iniciar una obra dentro del género del retrato, hay muchas maneras de acercarse a su modelo. Nuestro ensayo visual lo determina el dónde vivimos, nuestra historia personal, como nos relacionamos con nuestro entorno y nuestro propio lenguaje fotográfico. Una vez que tengamos esa nube de personas en mente que queremos destacar, uno puede o no investigar, puede o no entrar en diálogo verbal o puede ir desarrollando el cuento a pulso. En la fotografía hay una infinita cantidad de miradas y estilos para retratar a la humanidad.
Conozco a Pilar Cruz Lemus desde hace mucho tiempo. La conocí como alumna del diplomado en fotografía de la Universidad Católica cuando ella todavía buscaba perfeccionarse en este medio. Me llamó la atención su manejo de la cámara analógica y el desarrollo limpio y pulcro de sus imágenes. Ya se había establecido como profesora y fotógrafa y posteriormente participamos juntas en proyectos de creación. Dentro de su portafolio destacaba el retrato y la fotografía de género. Familiarizada con las diferentes maneras de crear un lenguaje visual con el lente, me preguntaba cual habría sido el estímulo creativo que la impulsara a dedicarse a la forma humana. Conversaba mucho con mis alumnos dentro y fuera del aula y me interesaba saber por qué uno elige una línea y no otra en su desarrollo con la imagen. Pilar me dijo que nunca le interesaron otros temas como la documentación, o la fotografía de denuncia, el paisaje, la fotografía artística, por ejemplo. Para ella creo que fue la conexión humana y emocional del retrato como medio de expresión lo que la entusiasmo. También importante para ella fue poder contar historias mediante la interacción con el sujeto y su entorno. Por la naturaleza pausada en su forma de fotografiar, con cámara formato mediano, con trípode y luz natural, se crea un espacio y tiempo intimo con las personas frente su cámara donde puede explorar su esencia, sus emociones y su historia. Es un desafío creativo traducir en luz, sombras y expresiones lo que hace que una persona sea única.
Antes de adentrarme mas en el libro de Pilar Cruz, Mujeres del Tercer Tiempo, quiero nombrar algunos fotógrafos quienes demuestran cuan diferente puede ser el acercamiento a una obra fotográfica. Empecemos con la visión macro de August Sanders, quien se caracteriza por su enfoque documental y sistemático, centrado en retratar a la sociedad alemana de su época. Es conocido principalmente por su proyecto monumental Hombres del siglo XX, que publica en 1929, una colección de retratos que buscaba crear un “atlas” visual de los diferentes tipos humanos según sus roles sociales y ocupaciones. Él quería ilustrar cómo era la sociedad alemana y por extensión la humanidad. Ahí están representados los niños, los campesinos, los ricos, los desahuciados, la gente de cultura, los comerciantes. No hay sentimiento ni juicio alguno. Ahí están los maestros junto con soldados y capitanes nazis, y niños con enfermedades terminales. Todos son iguales para su cámara. Nadie es mejor que nadie. Como se pueden imaginar, esto es algo que debió escocer al gobierno nacionalsocialista que accedió al poder en 1933. Eventualmente toman preso a su hijo quien muere en la cárcel. Posteriormente destruyen su estudio y rompen 40 mil placas de vidrio de su archivo. Es tal la fuerza y honestidad de su mirada en este enorme y generalizado documento visual que al final me adentro desde sus clasificaciones a lo especifico. Veo al notario, veo al niño ciego, veo a los boxeadores.
En un contraste radical, Diane Arbus exploró el retrato en los años setenta desde una perspectiva que se adentraba en lo inusual. Ella viaja a los hospitales, prostíbulos, parques públicos o al circo buscando cierto tipo de personaje. Sus queridos freaks. Es una visión fría y dura que la excita y la asombra. Aumenta nuestro desconcierto con la toma de su imagen frontal, muy de cerca y con la luz dura del flash. Ella busca el trazo especifico de marginalidad en el gigante con sus padres, el travesti, los internados del hospital psiquiátrico, la traga espadas del circo y me lleva a una visión generalizada de los marginados y freaks de Nueva York.
Por último, Graciela Iturbide, una de las grandes fotógrafas mexicanas, aporta una visión profundamente arraigada en la cultura de su país. El retrato es una parte fundamental de su obra. Su enfoque en el retrato busca capturar la esencia cultural, espiritual y emocional de sus sujetos, muchas veces en contextos cotidianos o rituales, creando retratos cargados de simbolismo y humanidad. Para ella no existe un grupo específico que quiera documentar. Entonces ella explora su mundo buscando las imágenes que mejor van a interpretar su visión. En muchos de sus ensayos predomina la muerte y el culto y crea imágenes que forman parte del lenguaje del realismo mágico latinoamericano.
Ahora, quiénes son estas mujeres de tres tiempos del libro de Pilar Cruz. De las horas y horas de testimonios uno llega a entender que hay circunstancias y eventos en estas vidas que las diferencian de la gran mayoría de mujeres chilenas y a la vez hay rasgos que comparten entre ellas.
Leí sus historias de familia, testimonios de vidas como madres y esposas, las adversidades que tuvieron que enfrentar para surgir como profesionales. Finalmente escucho sus reflexiones sobre la vida que les toca ahora en este tiempo presente. Me impacté con sus relatos tan honestos y abiertos. Me vi reflejadas en sus acontecimientos. ¿Qué podría unirlas en grupo a estas mujeres tan diferentes unas de otras? Un gran número son emigrantes o hijas de emigrantes y son de familia numerosa. Aprovechando los privilegios con que nacieron pudieron viajar, tener experiencias de apertura, estudiar, formarse como profesionales y empresarias, perfeccionarse en Estados Unidos y Europa. Admiro su inteligencia, capacidad de trabajo y como forjan adelante en las crisis de pareja y las ausencias y pérdidas dentro de la familia. Veo seguridad y fuerza. Veo susto, pena, tristeza. Muchas tuvieron que luchar con el machismo impuesto por los padres y hermanos del hogar tradicional de Chile en los años 70 y 80.
En la segunda visita, la etapa de retratar, Pilar asume este nuevo encuentro sin perjuicios y con cariño, expectante pero abierta, dispuesta a escuchar ahora, con sus ojos. Crea un espacio de mutuo respeto donde fluye el intercambio de la mirada. Más que «tomar» una foto, se trata de crear una imagen que honre al sujeto tal como es.
De esta misma manera Pilar decide que al hacer su retrato, cada mujer elija su espacio más íntimo o zona de confort para seguir dialogando, pero esta vez a través de la imagen. Porque estos retratos no son ilustraciones sino otro aspecto más que la autora y artista puede captar con el conocimiento previo de las vidas de las mujeres. Pregunta ella con su cámara “qué más me quieres contar con tu mirada. Qué es lo que te hace ser lo que tú crees que eres.”
Pienso en como este pequeño espacio de memoria y apertura, que Pilar creó puede haber aportado a cada mujer a reflexionar sobre algunos de los temas tan íntimos que surgieron de estas conversaciones. Fotografiar retratos no solo te enseña sobre los demás sino también sobre ti mismo. Estoy segura que este proyecto le entregó a Pilar veintinueve maneras nuevas de como pensar su propio trayecto femenino.
Según Lévinas, cuando nos encontramos con otra persona, debemos reconocer su singularidad y respetar su diferencia sin intentar reducirla a lo que ya conocemos. Este concepto se conecta directamente con la esencia del retrato fotográfico.
Inconscientemente tendemos a hacer representaciones cognitivas del otro. La viuda, el feriante, el emigrante, la nana, el rico, el pobre. Estamos violentando al otro y reduciéndolo a una idea. Estamos acostumbrados a pensar al otro en relación a nosotros mismos. El quién soy se suele responder desde soy una persona que hace tal, estos son mis logros, lo que pienso, lo que digo y que actúa de tal manera. Lévinas nos invita a pensarnos en relación a los otros. Yo soy según lo que respondo a los demás. Tengo una responsabilidad frente a los otros ya que me cuesta comprenderlo y me cuesta aceptar las diferencias. Es algo parecido a mí, pero diferente. Y yo el fotógrafo, que le pone un nombre al otro, a ese rostro frente a mí, ejerce un poder y por eso el otro es siempre débil y si es débil tengo una responsabilidad infinita que lo deje ser quien es y no tenga que encajar en lo que yo necesito que sea.
En resumen, aplicar las ideas de Lévinas a la fotografía de retrato nos ayuda a verla como algo más que un arte visual; la convierte en un acto de encuentro y reconocimiento. Cada retrato puede ser una invitación a reflexionar sobre la profundidad y la singularidad del otro, creando imágenes que no solo muestran, sino que también conectan y respetan.
El retrato fotográfico, como lo muestran Sander, Arbus, Iturbide y ahora Pilar Cruz, trasciende lo visual. Es un acto de reconocimiento, un encuentro ético y un testimonio de la diversidad humana. A través de su libro, Pilar nos invita a reflexionar sobre la vida de estas mujeres, pero también sobre nuestra propia humanidad, explorando las múltiples formas en que las historias, las emociones y las identidades se entrelazan en cada rostro.
Mariana Matthews
Fotógrafa y curadora