Roberto Matta y Nemesio Antúnez, en ese entonces, octubre de 1971, habían llamado a una conferencia de prensa donde hablarían de la exposición que se había inaugurado en el Palacio de Bellas Artes… y del mural de Matta, que estaba realizando en la comuna de La Granja junto a la Brigada Ramona Parra. El entorno era, en realidad, un enjambre, un centenar de señoras empingorotadas que se solazaban con comentarios fifí, que tenían solo sentido en la vieja siutiquería chilena, como alguna vez describió el ácido crítico Joaquín Edwards Bello.
Incómodo, demandé a la audiencia y me dirigí al dueño de casa, a Nemesio Antúnez, el director del Bellas Artes, aduciendo el evidente ninguneo del trabajo que Matta estaba haciendo en la comuna popular. Y, a reglón seguido, puse en evidencia la falta de “obreros” en la mentada reunión de prensa. Reconozco que mis 20 años eran puritanos, impulsivos e impertinentes.
En ese momento, se levantaron dos manos de los asistentes, que a todas luces vestían de manera sencilla y con ropa de trabajo. Se trataba de dos jóvenes venidos del barrio San Diego y de la comuna de Santa Rosa. Ambos eran pintores y trabajaban en la Brigada Ramona Parra, de ese entonces. Eran Alejandro “Mono” González y Francisco Sazo.
La situación fue embarazosa y el murmullo se apoderó del gran salón. Antúnez indignado, apeló a su condición de director del museo, “nombrado por el compañero presidente, Salvador Allende y de su compromiso con la causa de la Unidad Popular”. En eso, Roberto Matta, sonrió y calmó las aguas. Y reconoció el silencio que sufría su trabajo en la comuna de La Granja…y desde su sabiduría y humildad se extendió en la importancia de aprender de las manos nuevas, de los jóvenes venidos de las poblaciones.
Así conocí a Roberto Matta, al Mono González y al Pancho Sazo, del cual perdí su rastro después del Golpe.
Después de la accidentada conferencia de prensa, con Matta hicimos migas e impulsamos una exposición en el sindicato de Textil Progreso, donde escuchó las opiniones de los trabajadores con el respecto a su obra. De esa experiencia crítica -que lo interpelaban por sus voladuras interestelares-, lo motivó para hacer un comic con personajes muy cercanos a la figura humana y lejos del universo infinito de su obra reciente, por esos años.
Disfrutaba del valor de la palabra e invadía el decir con creatividad y trasgresión de manera -literalmente- genial. Así nació un dibujo en blanco y negro que regaló al diario El Siglo, para sus lectores, en una edición dominical, para que lo colorearan e intervinieran, llenando “los globitos” con sus propios textos.
Matta, el genio, descubrió el abrazo con las voces del pueblo. Y pintó y escribió en cientos de grabados después. Su universo se transformó en un mundo más telúrico, donde habitó por siempre el hombre, sus palabras y los colores.
Al final de su visita al país, antes de partir de regreso a Europa, me llamó para pedirme un favor. Me pasó un paquete de papel kraft lleno de miles de escudos, una fortuna en esos días, para financiar un ensayo, un libro de Miguel Rojas Mix acerca del muralismo chileno para ser editado en la Editorial Quimantú. La publicación nunca se publicó en Chile y solo años después tuvo luz en una editorial cubana, donde se reconoció el valor del surgimiento del movimiento muralista popular chileno en los setenta.
El mural de La Granja
En el paradero 25 de Santa Rosa, aledaña a la casa municipal de La Granja, habían levantado un muro especial frente a la piscina para que Matta compartiera trabajo con los jóvenes de la Brigada Ramona Parra, la BRP.
Tuve el privilegio de cubrir la noticia y crear lazos con un momento clave del muralismo chileno, que legitimaba el valor de las BRP como agentes artísticos de una forma de hacer plástica en un mundo popular, que soñaba y vivía un momento histórico en la vida de los habitantes de este país. Escribí la noticia como si se tratara de un partido de fútbol. Mi inspiración era el locutor deportivo Darío Verdugo. Al final del relato, de la crónica, gritaba “El primer gol del pueblo chileno…” ¡Goooool de Chile!
Le encantó a Matta y me invitó a una parrillada con los jóvenes de la Brigada Ramona Parra al restaurant El Parrón de Providencia. Festejamos el triunfo de la roja como campeones mundiales.
El Mono González y su impronta
En ese entonces, mi amistad con el Mono se selló para siempre. Tuve la oportunidad de hacerle la primera entrevista de su vida. Conocí su dura existencia para persistir en el arte. Siendo muy joven, dormía en la calle, en el segundo escaño de la plataforma central de la Alameda con Teatinos-Nataniel, bajo el alero del monumento a San Martín. Una familia que vivía en el Barrio San Diego lo acogió y pudo concretar su sueño de estudiar en la Escuela Artística de La Reina y, posteriormente, en mismísimo Bellas Artes.
Su estilo de colores básicos, unidos por el trazado grueso, de filete negro, que muchos relacionaban con la escuela alemana, tomó vida propia en la propaganda política en las murallas de todo el país. La gráfica profesional reconocía sus claves y los afiches de la época tomaron su propuesta también como propia. Entonces, la política tenía una épica colectiva y artística. Allende y la Unidad Popular eran reconocidos por el mundo entero por la gráfica de la BRP, donde el Mono González era su principal responsable.
Matta así lo entendió y me reafirmó su admiración hacia González en largas conversaciones. Estaba deslumbrado por lo que hacía este joven artista. Y la experiencia de trabajar juntos le abrió las puertas a los creadores consagrados que miraban con cierto recelo a este joven brigadista. Dicho en verdad, al principio, algunos creadores no se sentían cómodos de este joven obrero. Recuerdo que el matrimonio de Balmes-Barrios y, particularmente, los grandes Guillermo Núñez y Francisco Brugnoli, entendieron que estaban delante de un gran creador y le abrieron camino entre sus iguales.
“El primer gol del pueblo chileno”, obra de Matta y la Brigada Ramona Parra, con la dirección y talento del Mono González, sentaron un precedente en la plástica chilena… un antes y un después en el muralismo nacional.
Días después del golpe, nos juntamos con el Mono González en la calle Curicó con Vicuña Mackenna, en un paradero de micros. En esa oportunidad, me traía un original, un boceto de un mural para enviarlo al exterior. Eran unos helicópteros y aviones bombardeando una población. Era el retrato de Chile de los primeros días del golpe militar. Lo guardé y me contacté con Máximo Guerrero para que le diera vida en el exterior. Se fue escondido en un Long Play de Leo Brouwer, entre guitarra y desobediencia.
Ese día le pregunté al Mono por Roberto Matta y me contó que le había mandado unos planos, unos bocetos, para montar una empresa de muebles con diseños del propio artista. Entiendo que esos diseños están guardados como tesoros secretos del vate surrealista.
Seguramente, en ese mismo día, el mural de La Granja era asaltado, detenido y desparecido, torturado y borrado. Prisionero, borrado como centenares de murallas encendidas por las manos de los jóvenes. Prisionero, como miles de chilenos.
Chile de los murales
Alejandro “Mono” González es un revolucionario del arte pictórico de Chile. Su obra está esparcida en el país y en el mundo entero, por su talento, originalidad, estilo y, sobre todo, por su concepción de arte colectivo y colaborativo en la gestación y creación de la obra. De hecho, es un candidato merecido al Premio Nacional de las Artes Visuales. Sus murales están en el Metro Estación Bustamante, en el Hospital del Trabajador, en las poblaciones y pueblos de todo Chile. Y en Viet-nam, en Bélgica, en Italia, en Francia, en todo el mundo.
Las nuevas generaciones han explosionado en todos los edificios, murallas, pintando hasta el cielo. Chile tiene domicilio en las poblaciones del norte y el sur, donde sus vecinos, pobladoras, pintan sus propios emblemas y sus personajes. Hay una infinitud de estilos y hay grandes obras que nadie se atreve a intervenir y rayar. Hay miles de monos y monas pintoras.
Cuando volvió la democracia, tuve la oportunidad de visitar el rescate del mural del “Primer gol del pueblo chileno”, que hoy es una pieza patrimonial de exposición. En rigor, es un palimpsesto, donde emerge el grito afónico del pueblo chileno, entre la bruma derrotada de la pérdida de sus colores originales. Sin embargo, igual grita y se reconoce.
No obstante, lo sucedido hace 53 años en La Granja fue un partido que todavía juega su segundo tiempo. El marcador no ha podido ser borrado. El pueblo y la plástica chilena llevan un gol en el marcador.
El mural de La Granja es protagonista de una narrativa de la estética popular chilena, de una jugada que nació en la punta izquierda, que se fue eludiendo a sus rivales que utilizaban el foul y la patada infame como táctica maligna para ganar el partido. Sin embargo, el Mono González junto a sus jóvenes camaradas de la BRP, lograron eludir a sus rivales y con un certero centro al área adversaria, un centrodelantero de pelo cano y de alas colorinches, un tal Matta, se zambulló en una palomita, logrando impactar el balón y mandarlo a la red contraria.
¡Goool de Chile!