La ruta poética es fundamentalmente búsqueda. La voz, y la propuesta de cada creador se van definiendo y alcanzando aquellos registros propios de su mirada en la aventura permanente del asombro y el hallazgo. Dentro de esta experiencia la poeta Carmen Peregrina nos ofrece, en su «Tríptico Lírico», diversas vías de aproximación a la experiencia poética.
Podemos encontrar en estas páginas la búsqueda por la trascendencia, el sentido de la vida y las cosas, el rostro del ser humano encarnado en lo cotidiano y por sobre todo, la búsqueda intensa de aquello que hace de la experiencia humana algo marcado por la pasión y el asombro.
En estos textos podemos encontrar percepciones asumidas desde la palabra, como instrumento decodificador de aquello que por su propia naturaleza se manifiesta como inefable. En esta aparente contradicción -propia de toda travesía literaria- la poesía busca imponerse como un espacio de nueva realidad, a partir del cual el lector puede asumir su propia síntesis de lo propuesto.
Así es como lo percibe y lo expresa la autora, cuando nos dice en uno de sus poemas, «en realidad nos buscamos en nosotros mismos…// Pero necesitamos al otro- de un tú- para confirmación y reconocimiento para adquirir al menos una sombra de certidumbre que lo que creemos que somos realmente existe».
De este modo, la autora no solo percibe las coordenadas básicas de toda búsqueda poética, sino que además la propone como un camino, un tránsito hacia una suerte de “iluminación” posible, en relación a la trascendencia de la experiencia humana en su totalidad.
Este «Tríptico Lírico» es ante todo, una experiencia a compartir por aquellos que también percibimos la existencia como algo más que el simple, o forense, transcurrir de los días. Lo existencial asoma entonces, como una suerte de provocación para el lector atento.
Así es como Carmen Peregrina nos dibuja esta experiencia, «el camino se construye caminando, paso a paso, incluso en el pensamiento.// La meta es la peregrinación es el siguiente paso que cumple un anhelo»…
Nos situamos ante un hablante que instala el paisaje existencial como referente, pero también, como desafío de una vida todavía por descifrar. A contra luz asoma un paisaje deshumanizado dentro del cual el habitante experimenta una orfandad basal como soporte de su propia mirada y voz.
Desnudar la inhumanidad, significa también apostar por nuevos espacios, para reencontrarnos con el ser humano y su destino. En la recreación de estos espacios la palabra va generando la alquimia del verbo, es decir aquella experiencia que no solo describe o recrea, sino que por sobre todo humaniza, cuestiona y proyecta.
De este modo, lo propio de la búsqueda poética, se constituye también en encuentro con todo aquello que nutre la experiencia vital del creador. En este caso Carmen Peregrina, recorre también en estos versos, su personal búsqueda de fe y trascendencia, vinculada a un horizonte existencial, que marca su quehacer, sus esperanzas y lo cotidiano de su experiencia creadora.
Dentro de todas estas coordenadas, la voz de la autora va trazando los senderos propios de su búsqueda. A partir de esa geografía lírica se alza ante nosotros un paisaje que pretende convertirse en imagen sugerente de todo aquello que habita la poesía y el paisaje mayor de la vida misma.
Resulta apropiado recorrer estas páginas con la mirada propia de aquellos transeúntes que conectan su experiencia vital con el desafío interno, ineludible, de traspasar las fronteras del lenguaje.
Para que las imágenes, con que suele asomar y asombrarnos la poesía, nos entreguen la fortaleza necesaria para convertirnos en protagonistas de nuestra propia aventura en la búsqueda de la belleza, del ser humano y de la vigorosa ternura de aquellos que cada día se asoman a la vida. Con la certeza de que aún es posible otorgarle a cada minuto, la intensidad que merece y reclama nuestra presencia en el mundo y en la historia.
Entonces, sin duda, la poesía saldrá a nuestro encuentro.
(«Carmen Peregrina» es el seudónimo de Carmen Bulzan)