Hay cinco mujeres en el desierto.

No podría aseverar si esas mujeres corresponden a las detenidas desaparecidas, si están vivas o muertas. Y sí, muchos creen que solo aparecen para la conmemoración de los 50 años del Golpe Cívico-Militar y, ahora en marzo, cuando el mundo marcha por las reivindicaciones de las mujeres.

Se equivocan. Eso no es así, han estado siempre entre nosotros. Ahora despiertan en el desierto. Han estado en todos estos años, en silencio, hablando en voz alta.

Esas mujeres están retratadas en la obra “Con un pensamiento en la arena” de Marcela Shultz, dramaturga, directora teatral y actriz del Teatro El Riel.

Mujeres que nos acusan en un país que invisibiliza al teatro popular. Probablemente, son hijas, esposas, novias, luchadoras sociales, que se organizan para cambiar el mundo. Su autora comenta: “Son hijas de Juan Vera, el dramaturgo formador del Teatro El Riel”. Probablemente, así sea, de sus decenas de obras escritas en los tiempos más adversos y que están impregnadas por la valentía, la denuncia y el sueño.

Este año se cumplirán 43 años del Teatro El Riel. Una compañía -como decenas o cientos que existen en el país- que es distinguida por la indiferencia, el desdén de los grandes escenarios y que la disimulan, la esconden, la invisibilizan, porque sus textos, sus actuaciones, rompen las normas e incomodan a los sectores del poder.

Así y todo, su locomotora siempre llega a la estación de la utopía, aunque algunos la hayan olvidado. El Teatro El Riel es porfiado, a bien saber.

Esta compañía teatral tiene el sello fundador de Juan Vera, de su perenne locura de alcanzar las estrellas con los pies en la tierra. Aquí y ahora, no cuando sea más adelante, cuando se pueda, o cuando sea posible. No.

Tienen la impronta de las Filarmónicas de Recabarren, que se organizaban a principio del siglo pasado en los sindicatos con la música y el teatro, donde se aprendía a organizarse y a unirse para crear la organización social.

Son hermanos del viejo Brecht, que proponía el teatro pedagógico, que buscaba -al igual que Aristóteles- la catarsis al final de la obra. Como lo diría el propio escritor alemán, en unos versos a los aviadores germanos que piloteaban los bombarderos, en plena II Guerra Mundial, “Aber er hat einen Fehler / er kann denken” “…Pero él tiene una falla, él puede pensar”.

Consecuente con ello, hicieron propio “el teatro circular” de Wolfgang Lichtenstein, donde el escenario frontal se coloca en el centro, donde se integra al espectador con la trama y los protagonistas de la obra. Las butacas son móviles. La pieza teatral se ve desde distintos ángulos.

Una de las protagonistas del drama, la pesimista, la que no está convencida si va a resultar, alza un letrero que dice: “¡Estudien! …Cuando todo esté perdido”.

No obstante, las obras del Teatro El Riel nunca terminaron cuando termina el desenlace teatral. En este teatro circular, se inicia una conversación entre las protagonistas de la obra con el público al final de la presentación. La mayoría de las veces son pobladoras, estudiantes y trabajadores. La actriz vuelve a levantar el letrero “¡Estudien!” e interpela a la audiencia y nace la conversación. La magia del teatro se funde con la realidad del pueblo. Todos quedan con tareas para la casa en la junta de vecinos, en el sindicato y en los liceos. Y, por cierto, a la autora y a las actrices de la obra.

El Teatro El Riel cambia el mundo a pesar del mundo y del desasosiego del personaje derrotado de antemano.

Hacen el teatro con la voz de Juan Vera, su insigne fundador. Voces que se repiten en la sala del sindicato y en la junta de vecinos. Es una práctica, de más de cuatro décadas, que ¡no se rinde, caramba! Es un sentido teatral que aprenden de los propios espectadores, donde las consignas y el panfleto no sirven. Tienen la convicción de hacer teatro -como lo decía el gran Roberto Parada- con lo que la gente cree y se convence al final de la puesta en escena.

El aplauso final habla por sí solo. No necesitan de ningún efecto especial, ni de una gaviota festivalera.

Sin embargo, esta historia es cierta, aunque suceda en el desierto de la cultura y las artesnacionales. Son parte del patrimonio cultural del sistema de la subsidiaridad, donde los privados debieran reemplazar al Estado.

Dicho de otra manera, donde el Estado Cultural es imaginario y donde se divulgan la belleza y las preguntas sin más ayuda de “un pago a la gorra” y, a veces, de solo unos pesos que sirven para la movilización. El presupuesto de la nación para las artes no alcanza siquiera al 1 % prometido desde la hacienda nacional, contra el 3% para la cultura que recomienda la Unesco. Algunos sugieren “qué concursen”, “qué llenen formularios como un crédito bancario”.

La práctica teatral del Riel reúne las claves para una política cultural del Estado: los trabajadores de la cultura y los territorios.

Ahí están los caminos para un nuevo diseño de la cultura chilena.

¡Estudien!

El Teatro El Riel, con la dirección de la actriz y dirigente de Sidarte, Ana María López, con el director teatral Faiz Maschini y Marcela Shultz, dramaturga y actriz, más un elenco de excelencia actoral, tienen presentaciones para marzo en la Junta de Vecinos de La Pintana (el 7), en el Museo de la Memoria (el 15), en la Faena, Peñalolén (el 16), en la SECH (el 21), en las Juntas de Vecinos de Ñuñoa (el 22) y en la Villa Grimaldi (el 23)…“A la gorra” y lo que pueda la gente.

De pronto, la función termina. Se apagan las luces en el teatro. Sin embargo, hay una mujer que actúa y pregunta desde la arena del desierto de Shultz. Levanta un letrero que dice: “¡Estudien!”.

No basta con leerlo. Se enciende una luz y se escuchan voces. La función debe continuar.

Fotos: Gentileza de la Compañía El Riel.

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