Coordinador Cultural, mayo 1983.

La cultura, por muchos años, ha significado para la población chilena un alivio a sus cuitas. Antes de la dictadura estaba al alcance de todos/as, incluso, se leía muchísimo más que en la actualidad. No se olviden que los llamados quioscos estaban repletos no solo de diarios y revistas, sino también de libros. Era un placer ver a las personas con sus libros de bolsillo, como los Quimantú, en las manos, leyendo en las micros y en las plazas. ¡Nuestros obreros leían, por Dios Santo! Los vi con mis propios ojos. Nuestro pueblo era un pueblo educado y con opinión. Las discusiones que se daban en el interior de las empresas, cualquiera fuera el rubro, eran interesantes y enriquecedoras. Había respeto del uno por el otro, y las ideas y propuestas eran las armas de esas batallas de las palabras que llegaban a ser encuentros notables para quienes teníamos el privilegio de asistir como polizones a esas reuniones. La dictadura culminó hace más de 30 años, es cierto, pero aún están presentes cada una de las consecuencias de esos 17 años de terror y destrucción total de nuestra sociedad. Entre eso, la dispersión y casi desaparición de la cultura, puntualmente, de la lectura.

Para los cultores de las artes el camino es difícil. No es un secreto que la mayoría de nosotros no vivimos de nuestras creaciones, y, en particular, para los escritores, los exiguos derechos de autor llegan a ser una miseria, lo que obliga a buscar el sustento en otras áreas laborales. Por esto, cuando la Ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Julieta Brodsky, señala que los derechos de autor deben ser relativizados de acuerdo a lo que propone la Convención, donde se ponen sobre los derechos de los escritores/as, los del acceso a los bienes culturales, y manifiesta su conformidad con ello, es muy preocupante. Si esto ocurre  en un gobierno de izquierda, en el que la mitad de Chile tenía puestas tantas esperanzas, es un aviso, una alarma que se enciende y que suena ensordecedoramente sobre nuestras cabezas, que casi nos impide comprender qué es lo que está sucediendo. En resumen, está de acuerdo con que los escritores y escritoras de nuestro país no reciban su justo pago por los derechos de autor de sus obras creativas. No estoy diciendo que los bienes culturales no tengan libre acceso a la población de nuestro país, porque el Estado de Chile puede asegurar ese derecho sin pasar a llevar los nuestros. Hay muchas formas de desarrollarlo y consagrarlo.

En efecto, después de esperar justicia social y dignidad a nuestros gremios, el 11 de marzo estábamos llenos de esperanzas, imaginando un mejor país. A poco andar, tanto la derecha como sectores del propio gobierno y la DC, se han encargado de atacar por diversos frentes a las nuevas autoridades, quienes, tal vez debido a la soberbia de la juventud o la inexperiencia, han cometido algunos errores garrafales, desestabilizando la ya muy frágil democracia. Antes de los dichos de la Ministra Brodsky, en conversación con algunos amigos, manifesté mi preocupación de exigir en este escenario nacional, nuestros legítimos derechos como creadores de las culturas y las artes. Pensaba que la lucha por la baja del IVA en los libros o la revisión de los llamados fondos concursables, podía esperar un año más, hasta que las cosas se calmaran, confiando ciegamente en que el Presidente nos tenía a todos en alta estima y debíamos aguardar a que los efectos de la famosa pandemia y la nube de la inflación, nos dieran un respiro. Pero ahora, ¿qué hacemos ahora que nuestra propia Ministra nos dice que aquello que recaudamos por los derechos de autor, es decir, la muy exigua paga por nuestras creaciones, ¿debe ser anulada?

La cultura es importante para el desarrollo y la vitalidad de las comunidades; la cultura desarrolla narrativas comunes, propone estéticas e incentiva el crecimiento intelectual y sensorial de las personas, apoya la pertenencia al territorio y la identidad de cada ser humano. Pero nuestras autoridades, todas, por el contrario, se han empeñado en mantenernos desafiliados, distantes, enojados y dispersos, y estoy hablando como sociedad, ignorando totalmente que la cultura es parte importante del desarrollo humano (¿O es una acción consciente?).

Consecuente con lo señalado, en el actual escenario, ¿qué debemos hacer? Está claro que las cartas firmadas por muchos autores y autoras, o las declaraciones que pudieren redactar y socializar las instituciones de las letras, no es suficiente. Años que llevamos haciendo esto. ¿Debemos encadenarnos, como lo hicimos en dictadura, frente a la Biblioteca Nacional o a La Moneda para ser escuchados? ¿Marchar? ¿Hacer mítines?

¿Qué hay de la dignidad de los cultores de las palabras?, ¿qué de aquellos que han dedicado su vida a la cultura y las artes y que se están muriendo en el total abandono? ¿Cómo sobrevivir a la decepción, a la dejación y a la nueva abofeteada que estamos recibiendo hoy?

Sí, los tiempos están difíciles, no hay dinero, no hay trabajo. Podrá decir cualquiera que eso es más importante que unos escuálidos derechos de autor de los artistas y escritores; pero es que esas monedas ayudan a pasar el mes a muchos de nuestros autores. ¿Acaso nuestras necesidades no son igual de importantes que las del resto de la población?

Sinceramente, espero que tanto la Convención como la Ministra, reflexionen en torno a esta lamentable propuesta.

 

Cecilia Palma Jara

Escritora

 

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