Camaradas:
Debo contarles un extraño suceso, aconteció hace unos días en Valparaíso, puerto que en un tiempo ya olvidado fue quizás uno de lo más hermosos del Pacífico Sur, así como yo fui también en un tiempo lejano la promesa que mis padres hicieron antes de volver cada uno a su universo de estrellas y bosques. Pero no debo distraerlos, no es de mi que quiero hablar sino, de mi encuentro con Marat.

Aquella maldita tarde caminaba por el puerto con una sed imposible de satisfacer, tenía la garganta seca debido al humo de los persistentes incendios en los cerros y decidí entrar al Bar La Playa, al entrar y luego de un momento de acostumbrar mis ojos a la penumbra lo distinguí errante y solitario, pálido y desangrado, Marat era una sombra azulada en el interior del Bar La Playa, sentado como uno más, con su mirada perdida en los orígenes de nuestra historia.

Aquella noche, el viento de Valparaíso soplaba con inusual intensidad, los perros hambrientos en la calle confundían los grafitis con comida y hundían sus inmundos dientes en las murallas, siendo estas el único alimento de los desvalidos animales y el refugio de todos los artistas anónimos que desean decir algo inentendible a la ciudad.

-Esos signos en el muro son los lamentos del Demonio-, creí escuchar y me di vuelta para observar desde donde venía la voz, – si… del Demonio que me acosa desde ese funesto 17 de julio de 1793, cuando aquel ángel entró en mi cuarto-…, Marat hablaba de manera balbuceante desde su rincón, me senté en su mesa y luego de mirar detenidamente la carta de licores pedí un absenta, le ofrecí uno a Marat, pero agradeciendo negó con un gesto de la cabeza y permaneció un rato en silencio.

En Valparaíso los barcos aúllan como perros cuando hay temporal, parecen bestias heridas y cobardes abandonando el Puerto y dejándolo a merced de la furia de los Dioses, quizás hasta los Dioses están ausentes mientras el fuego devora los cerros y sus viejos caserones caen como castillos de naipe sobre la multitud que avanza por calle Condell.

Hay ventanas cerradas, en antiguas casas abandonadas habitadas solo por recuerdos y mala conciencia, eso yo no lo sabía, pero fui rápidamente informado por nuestras células partidarias que en esa materia son expertas, ustedes lo saben mejor que yo.

Sentí que Marat pretendía decir algo, pero un sonido gutural escapo de su garganta, entonces vi la profunda herida que le cruzaba el pecho, en su carne abierta se escuchaban aun las voces sorprendidas de los Jacobinos al entrar en su habitación después de escuchar aquel espantoso y enigmático grito: «A moi, ¡¡ma chère amie!!» ¿qué quiso decir con esa frase?, desde luego no estaba pidiendo ayuda, era más bien una incitación, un grito de seducción apasionado.

Marat me miró con los ojos encendidos por el fuego de las llamas que resplandecían en el cielo del puerto y me dijo casi como un susurro – nunca pensé que esos malditos Girondinos me harían esta jugada, con ella por supuesto se redimieron ante mí, yo los tenía por unos nobles y burgueses imbéciles, incapaces de conspirar y traicionar, pero comprendí en ese momento que la historia no se detiene y además comprendí
que el azar y lo aleatorio reinan en este Universo absurdo -.¿Que pensaban? ¿Que la República se construye con argumentos? ¿Qué hacerse del poder y cambiar los
acontecimientos de la historia es tarea de castrados? Más bien eran unos canallas encubiertos, hipócritas y fariseos, ocultaban bajo sus elegantes trajes y en su mente el sueño de una República en la medida de lo posible, no la República utópica y necesaria de las masas y del pueblo hambriento y desnudo, sino la República de las buenas maneras, la corrupción y el engaño. Al menos yo eso creía de ellos.

Quise, en ese momento, entrar en un ámbito mas personal, le pregunté como tratando de provocarlo, para sacarlo de su estado emocional, – Señor Marat-…-dime Jean-Paul- me dijo interrumpiéndome -no seas tan formal o pensaré que eres un Girondino…me pareció verlo sonreír de una manera sarcástica, proseguí con mi pregunta como si no lo hubiese escuchado ¿ me puede decir que fue lo que lo hizo cambiar de rumbo, usted que fue científico, médico de la Corte, capaz de interpelar a Newton y sus teorías mecanicistas, una mente brillante capaz de navegar en áreas muy diversas del conocimiento humano.

¿Cómo llegó a terminar sus días en esa bañera, inmerso en un agua viscosa y nauseabunda?

La verdad es que si quería sacarlo de su estado emocional no hice más que sumergirlo aún más profundamente en la bañera en que pasó sus últimos días. Tomó un poco del aire saturado del humo proveniente de los cercanos incendios y me respondió de una extraña manera distante y a la vez cálida:

– fue una visión, una visión que aún hoy me hace temblar cuando la recuerdo, una visión de la humanidad plena, sin diferencias, fue ver ese campo de flores bordados, ese mar que tranquilo baña este maldito puerto y el blanco majestuoso de vuestra deslumbrante cordillera, como un espacio virginal en el que el pueblo, el estado llano vivía de manera vibrante, sinérgica y holística, como dicen hoy. Después de haber visto ese paisaje, esas risas y cantos de la comunidad amándose los unos a los otros, pensé que tenía clara mi tarea. No más médico de la corte, no más electricidad y óptica, podía dejarle tranquilamente despejado el camino a Newton hasta que la física cuántica le rompiera los huevos.

Nada me detendría, al menos eso pensaba, la filosofía era también mi fuerte, escribí en 1773 ese ensayo Philosophical Essay on Man, que es muy probable que en su momento lo haya leído unabomber, el solitario asesino norteamericano ya que en su fabuloso texto El futuro de la Sociedad Industrial hay, aunque él lo niegue, varias ideas mías, debiera al menos haberme citado en los pies de página…hasta en eso era psicópata. Por lo que muy tempranamente me uní a los Jacobinos, pero no en una militancia directa, ni con cédula de partido, ni ninguna de esas estupideces, sino como un cómplice de aquellos que tenían la
fuerza y las ganas de arrasar con la Monarquía y todos esos maquillados bribones de la Corte.

Fui como un ser que se desdobla luego de haber visto la verdad, nació en mí una suerte de empatía infinita con las masas, yo era parte del coro de los desposeídos y ellos veían en mi al augur que interpretaba de manera más lúcida el vuelo rasante de la Revolución. Franklin y Goethe no lo podían creer, es decir, no estaban en contra de que yo formara parte de la Asamblea, pero me decían que mi lugar era otro, que el pueblo necesitaba por mucho tiempo mentes brillantes y ardientes como la mía, que para el necesario trabajo sucio estaba Robespierre. Pero no les hice caso, era mi estado alucinado y delirante lo que se
necesitaba de manera urgente en esos días. Así que la guillotina fue mi amiga y compañera inseparable.

Había que cortar las cabezas de esos marranos, solo así se podrían abrir los bulevares de París para el Estado Llano y el pueblo sería por fin liberado de todas las tiranías sobre la tierra. Era aparentemente paradójico…había que matar a unos cuantos para que eso fuera realidad.

El viento soplaba sobre el puerto de una manera desenfrenada y las llamas del incendio bajaban como cascadas o aludes desde los cerros, yo sabía que quedaba poco tiempo, que esta conversación necesariamente tendríamos que terminarla en otro boliche si yo quería salvar mi pellejo, porque el de él hacía rato que lo acompañaba solo por no dejar ir su alma, que vagaría por el universo y las calles del puerto como un fantasma sin sábana.
Pensé en abandonar en ese momento la conversación, pero mi curiosidad pudo más, y mientras olía el humo y el hedor a carne chamuscada seguí escuchándolo como hipnotizado, -sí, pero eso no explica lo de la bañera- le dije algo impaciente. -eres un jodido perseverante me respondió- eso es harina de otro costal, verás, eso ha sido un misterio incluso para mí, lo cierto es que empezó unos cinco años antes de ser visitado
por el ángel de la muerte. Pienso que lo contraje en las alcantarillas de París donde estaba clandestino gran parte del tiempo, como si estas fueran las catacumbas de los antiguos cristianos. El hecho es que no lo eran, el hedor era insoportable y las ratas muertas pavimentaban el camino en aquellos subterráneos de París, pero todo eso de la piel, de la aparente piel humana, que te envuelve de manera engañosa, haciéndote creer que eres uno cuando en realidad tu mente y la energía del pueblo son una sola vibración, todo eso es un detalle, claro el maravilloso cuadro de Jacques-Luis David muestra la escena de manera magnífica y efectivamente estaba ese día, como cualquiera de los otros días en la bañera, mientras afuera los jacobinos hacían trabajar la guillotina de manera disciplinada y eficiente como correspondía en la naciente República.

En ese momento entró en el Bar La Playa una hermosa muchacha joven, como solo las porteñas pueden serlo, su rostro virginal y sereno, estaba iluminado por una luz sobrenatural, se acercó silenciosamente hacia nosotros, se presentó ante Marat y le dijo con una voz clara y serena que traía en sus manos una lista de nombres de Girondinos para entregarle. Ahí los acontecimientos se sucedieron de manera confusa, pues observé en sus ojos un claro destello tierno y amoroso – este viejo se las trae pensé para mis adentros-, mientras Marat la miraba con cara de asombro, conmovido por la belleza de Charlotte, así se llamaba esa maravillosa joven. Marat dejó de escribir en la bañera y leyó tranquilamente el papel que ella le había entregado hacía tan solo un momento. Era el listado de nombres de los que había que guillotinar mañana, era una conocida banda de Girondinos, republicanos de pacotilla, nadie los lloraría.

El amor en la mirada de Charlotte era un destello que se confundía con las explosiones y llamas del puerto, de pronto observé que en su mano relucía un cuchillo amenazante y luego de aproximarse rápidamente a Marat le clavó certéramente el puñal en el pecho, el puñal le abrió la carne y creí en ese momento ver su alma de revolucionario volar, finalmente liberada, por los cielos humeantes de Valparaíso.

Creí escuchar que Charlotte le decía en un susurro, que solo las mujeres que aman pueden expresar – he venido a liberarte, soy yo la libertad guiando al pueblo en las barricadas de París, entonces escuché claramente las últimas palabras de Marat «A moi, ¡¡ma chère amie!!».

Me levante sobresaltado, sobrecogido por la escena que había visto y arranqué como un cobarde del Bar La Playa, mientras a mi alrededor el fuego infernal de Valparaíso me rodeaba como un manto ardiente, las llamaradas que surgían en una esquina y otra del puerto eran finas dagas que me herían la piel, y se hundían, una y otra vez en mi carne, dulcemente, como el beso fugaz y brutal de una amante idealizada.

MANUEL MARCHANT R
San Francisco, a 29 de septiembre del 2019.

La obra plástica que ilustra el cuento es del autor.

 

 

 

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