César Marín tiene 16 años y vive en el sector Portal de Puerto Montt, donde la Panamericana Sur se tuerce para seguir su camino hacia Chiloé. Es violinista de la Orquesta Regional de Los Lagos, con la que se estrenó hace tres años en una escuela rural de Las Quemas, un pueblo en los alrededores del río Maullín. Ahí tocó música de Beethoven, Mozart y Kachaturian y otro compositor que se le pierde en la memoria.

Como el nombre de ese autor olvidado, los conciertos se vuelven un recuerdo cada vez más lejano para él. La crisis del Covid-19 y el confinamiento lo han obligado a alterar el ritmo habitual de ensayos y conciertos que sostenía, al igual que más de mil niños y jóvenes -entre 8 y 24 años- que forman parte de la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles (FOJI).

César sigue aprendiendo a tocar violín, pero ahora desde la casa que comparte con sus dos padres y una de sus hermanas, en una región que suma más de 2.300 casos del nuevo coronavirus, de acuerdo al ministerio de Salud. 104 personas han fallecido en la zona, según el Departamento de Estadísticas e Información en Salud (DEIS).

“Antes de la cuarentena practicaba dos horas al día. Ahora hago tres o cuatro, de puro aburrido, y he mejorado harto”, relata riéndose. “Como tengo sobrinos pequeños que hacen siestas, ahí tengo que dejar de tocar un tiempo. También por mi papá, que a veces trabaja a las seis de la mañana y vuelve a dormir un rato”.

Sin ensayos con su orquesta, César complementa la práctica personal con una clase de unos 30 minutos, que la FOJI le proporciona cada dos semanas a través de videollamadas. Ahora la recibe desde su casa, pero en los primeros meses no tenía internet y debía ir a la de su hermana. Lo mismo hacía para las clases de su liceo.

“Estaba cansado, tenía que viajar todos los días a Puerto Varas, que son como diez kilómetros. Tomar el bus para allá y volver, a veces de noche. Después me llegó la plata de la FOJI, me compré un internet y ahora estoy más descansado. Me cambió la vida”, vuelve a contar entre risas. “Me di cuenta que con el internet uno no se mueve, ahora estamos como dependientes del internet”.

César Marín. Foto: Gentileza César Marín.

César Marín. Foto: Gentileza César Marín.

Quien le hace clases por videollamada es Daniela Roa, violista y violinista formada en la Sinfónica Estudiantil Metropolitana (OSEM) y la Sinfónica Nacional Juvenil (OSNJ). Después de estudiar en Santiago y Barcelona, hoy trabaja en Puerto Varas y enseña ambos instrumentos a 16 niños y jóvenes que viven en Los Lagos y Magallanes. 

A grandes rasgos, el método es sencillo: “Funcionamos con un repertorio que ellos tienen que estudiar en la semana. Les enviamos una obra y cuando hacemos la clase les pido que toquen ciertos pasajes. Ahí los escucho y vamos trabajando cosas técnicas”, relata.

Según dice, las clases remotas funcionan con limitaciones puntuales: “Lo único que no podemos hacer es la corrección de posturas, tocarle el brazo al niño para mostrarle cómo se pone. Puedo decirle que tiene el hombro derecho arriba, pero tengo que ser súper clara para mostrarle. También se hacen pantallazos o algunas grabaciones de pantalla, para que ellos se vean y entiendan cuáles son sus errores”.

Y hay sutilezas de un ensayo presencial que las videollamadas no logran replicar: “Al comienzo, sobre todo, se me hacía difícil el sonido del alumno. Influye mucho la calidad de la conexión o el micrófono que tenga su dispositivo, entonces cuesta evaluar el sonido mismo”, admite.

Daniela Roa. Foto: Gentileza Daniela Roa.

Daniela Roa. Foto: Gentileza Daniela Roa.

Como sea, César y Daniela intentan seguir adelante y así ocurre también con las 18 orquestas que la FOJI administra en todas las regiones de Chile. La más visible de ellas es la Sinfónica Nacional Juvenil, que el año pasado giró por Marruecos, España y Alemania junto a su director titular, Maximiano Valdés.

Cinco percusionistas de ese elenco tienen como instructor a Gerardo Salazar, quien ha debido transformar los habituales ensayos parciales en sesiones individuales. Es un ámbito que implica esfuerzos singulares si se trata de trabajo a distancia y desde la casa: “Uno de los chicos vive en un departamento y tiene que hacer su sesión adentro del clóset”, relata. “Le digo que ocupe el tambor sin bordona, que lo apañe un poco con una toalla o algo así, para que suene menos”.

Salazar también trabaja con cuatro integrantes de la OSEM, en paralelo a su labor como solista de la Sinfónica Nacional de Chile y académico de la Universidad Católica. En lugar de centrarse en las dificultades, valora la oportunidad de desarrollar la técnica y advierte que el esfuerzo no es solo de los músicos: “Cada realidad es distinta, hay algunos que están muy holgados y tranquilos y otros están bastante apretados y un poco hacinados. Dentro de eso, hay una voluntad del participante de la orquesta para lograr la sesión con el instructor, pero también hay que reconocer todo un entendimiento de esa casa para aceptar que en cierto horario pueden conectarse con la tranquilidad necesaria”.

Espacio y conectividad son dos obstáculos habituales, pero las orquestas están sometidas a una reconversión total, dice la directora de la fundación, Alejandra Kantor. El diagnóstico incluye también la necesidad de mayor participación que impuso la revuelta social iniciada en octubre pasado: “Esto nos ha obligado a replantearnos como organización y han sido dos cambios importantes: cómo dialogamos y cómo mantenemos vivo el programa”.

En lo concreto, la pandemia ha hecho que la FOJI refuerce su dimensión social, que incluye apoyo en instrumentos, accesorios, ropa y becas. Más de la mitad de los miembros de sus orquestas pertenecen al 40% más pobre de la población, dice Kantor: “Luchamos todos los días para cambiar vidas de pasta base, de cuchilladas, para darles una esperanza con la música. Es maravilloso porque es una razón para salir adelante”.

A las ayudas habituales se han sumado talleres y capacitaciones que también incluyen algunas de las más de 500 orquestas comunales que no dependen directamente de la institución, pero siempre están en su órbita.

También se implementó la Beca Giga, que busca aminorar la brecha digital: “Pero hay comunas rurales donde no hay tanta conectividad y ahí ni siquiera sirve esa beca. ¿Qué sacó si no tengo ningún tipo de señal, me tengo que subir al techo de la casa o tengo que caminar kilómetros a un lugar con mejor conectividad?”, describe la directora. “Es un remolino de necesidades que son imparables y hoy se hacen más visibles las necesidades sociales que las musicales, pero tenemos una misión. Y es muy linda”.

Imagen principal: Daniela Roa trabajando con José Imilpán, concertino de la Orquesta Regional de Los Lagos. Gentileza de Daniela Roa / FOJI.

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