Los modos de aproximación a los seres y a las cosas son tan diversos como el ser humano. Ahí radica y se nutre la belleza, a veces a contramano, que contiene la existencia en cada uno de sus pliegues o abismos. Por eso caminos transitan, además, quienes han hecho de la vida algo más que subsistir o respirar. Son aquellos que desde aquellas veredas, intransitables para la mayoría, asumen el desafío cotidiano de conjugar esquinas con portales o miradas con palabras.

En ese trayecto asoma la poesía. Ella nos ubica en un registro diferente de los días y las horas. Nos permite observar y, al mismo tiempo, hacernos parte de lo observado. Por eso también, la poesía, es rebelde e insumisa. En ella la humanidad se vuelve posible y convocante, a partir incluso de sus propias contradicciones o claroscuros.

En ese espacio podemos, y debemos, ubicar la propuesta poética de Luis Cruz-Villalobos a lo largo de su extensa obra, que ahora se amplía con “Sueño de un pez poeta”.

En esta propuesta el poeta navega por aguas de diversa intensidad. Asoman imágenes, ritmos y silencios que acompañan al lector en un tránsito, a veces cercano al vértigo y en otras ocasiones muy próximo al crepúsculo. Entre estas polaridades se extiende la palabra, en una suerte de alquimia, que es capaz de trascender lo meramente emocional, o anecdótico, para vincularnos a una experiencia muy cercana lo existencial, con leves tintes de vitalismo. Lo justo para que los textos no abandonen su zona propia de significación e impacto.

Cada parte de este libro se vincula a la anterior no solo por el temple de ánimo que el hablante va imponiendo desde el primer verso, sino que además lo hace desde un ritmo interno tan intenso (y al mismo tiempo frágil) que permite no solo una lectura continua y cordial, sino que además involucra al lector en un ejercicio de permanente protagonismo y recreación de cada texto. Podríamos decir que es posible abordar esta propuesta de Cruz-Villalobos desde una lectura vinculante, cordial y recreativa (en el sentido más primigenio del término), para acceder de este modo a uno de los frutos más preciados que la literatura puede ofrecer, es decir la libertad.

La experiencia humana (tristeza, alegría, esperanza, nostalgia…) en todos sus niveles, y contrastes, es asumida por el autor como un desafío de carácter inclusivo y que por lo mismo proyecta un sentido de totalidad capaz de otorgarnos una mirada más fresca y lozana de todo  aquello que nos aguarda al otro lado de esta vereda o en el recambio interminable de la risa o la tristeza.

Es posible, entonces, que lo íntimo también pueda ser leído en clave colectiva. Es decir, que en lo primordialmente humano somos todos reconocibles y habitables. Es decir, que hay muchas formas de decir “lo humano” y hacerlo propio.

Ahí radica la frescura y la invitación que portan los poemas de Luis Cruz-Villalobos. En ellos podemos encontrar apuestas, riesgos y entramados de palabra y vida que aún podemos descubrir en el día a día, y que por supuesto, harán de nuestra propia travesía no solo un desplazamiento geográfico o cronológico, sino ante todo una posibilidad de mantener en alto la experiencia vital y fundacional de cualquier transeúnte consciente y dichoso de sí mismo, aquella que Pablo Picasso nos recordó de manera tan simple y profunda cuando dijo…”la vida no es bella, pero es sorprendente”.

Santiago, febrero de 2023.

 

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