Deben haber sido de los primeros jóvenes que saltaron el torniquete en el 2019. Era el tiempo que se le decía a la gente que madrugara “para ser ayudada a través de una tarifa más baja”, cuando se vaticinaba “Cabros, esto no prendió. No son más choros, no se han ganado el apoyo de la población” y que Chile era el país de los enamorados, el país feliz, porque “el precio de las flores había caído un 3,7%”. De ese entonces, es la historia de esta obra de teatro: Utopías demodé.
Sus actrices y actores deben haber conformado la avanzada de la primera línea cultural. Era evidente que no tenían partido y que estaban dispuestos a despertar a Chile de alguna manera.
Eran parte del trabajo clandestino de cambiar el mundo teatral chileno. Ilegales. Seguramente, sus nombres eran otros nombres –“chapas”- y nadie los podía detectar. Los guanacos no sabían adónde tirar su chorro y menos apuntar sus escopetas a sus ojos, ávidos de personificar a las y los chilenos. Las policías no podían diferenciarlos de la gente porque vestían de policías.

Eran tan peligrosos como una obra de teatro que merece ser perseguida y silenciada. Ignorada, si se puede silenciar. Y más aún, todavía cuando en el país seguía apostando a cambiar sus autoridades políticas y de gobierno y ser domesticado en la resignación.
Era y es una obra de teatro, porque sucede arriba de un escenario de teatro.
Así partieron en mayo del 2019, el año en que Chile despertó. El Teatro Chileno despertó. Y pusieron en escena sus “Utopías demodé”. Desde aquel entonces, en el mítico Teatro Ictus y en los años posteriores en la Sala Antonio Varas del Teatro Nacional Chileno, hasta el pasado fin de semana en el Teatro Agustín Siré del Departamento de Teatro de la Universidad de Chile, volvieron a llenar las salas, las plazas, así como lo hicieron los dos millones de personas a lo largo de todo el país el 2019.
Lo cierto es que, en ese entonces, se tomaron la Plaza Dignidad de los escenarios del teatro chileno. Y así han estado escribiendo su historia. De función en función donde pueden, los que se atreven, les abran un espacio. Una y otra vez.
La Compañía Teatral Ártica y las Magnéticas con la obra “Útopías demodé” ha convulsionado el teatro local con una muestra que sale de los cánones de las puestas en escena de la cartelera chilena. Su género es un misterio, ya que podría clasificarse de teatro del absurdo, de un teatro musical, o de un teatro experimental. La buena noticia es que son todos los géneros, todas las músicas y ninguna. Es un teatro que tiene al acecho el iceberg del ártico esperando al Titanic y la atracción ineludible de sus magnetos.
Desde la Ópera de tres centavos a las Utopías demodé

Hace cerca de 100 años, Bertolt Brecht estrenó en el Volksbühne, su teatro en Berlín, una obra que rompió las formas de cómo se entendía el teatro de aquel entonces: “La Ópera de los tres centavos”. En ella puso de cabeza a la sociedad capitalista con la metáfora de la empresa de los mendigos y a la Ópera la transformó irreverentemente en una propuesta de jazz y canciones contemporáneas. La música de Kurt Weil marcó –incluso hasta nuestros días- una vuelta de tuerca de cómo se concebía el teatro musical. El teatro ya no fue el mismo desde ese instante en 1928.
Viendo la obra “Útopías demodé” pasa lo mismo. Hay algo que se quiebra en el “ver el teatro”. La Compañía Árticas y Magnéticas interpela a la sociedad de manera audaz y disruptiva, donde nadie queda indiferente. Lo bueno es que la transforma en políticamente incorrecta. Claramente, insumisa.
Recoge el fruto original del drama griego entendiendo la voz colectiva del coro, lo que no impide actuaciones individuales de gran talento. La música de todos los tiempos, clásicos, sesenteros, rock duro –sí, todos juntos- iluminan el escenario de manera coherente y provocativa toda la función. De repente, pasan por el escenario Beckett e Ionesco como almas en pena, sin pedirle permiso a nadie. Todos somos culpables y asesinos de nuestro propio destino. La catarsis creada por el teatro griego tiene aquí domicilio al final de la obra.

¿Es una obra musical? Nooo. ¿Es una obra de denuncia? Nooo. Es una torre eléctrica que se desmorona ante la explosión del humor y el filo de las malas costumbres. Es el teatro que cambia el mundo. Felizmente infeliz.
La construcción de los personajes es convincente y el ritmo desafiante de la obra no decae por el buen manejo del tempo, que hace pausas para que la pérdida del juicio entre en razón de la denuncia del sistema. Es interesante ver un trabajo donde el mundo es de los malos y no hay salida edulcorante. El talento musical juega un rol fundamental en la obra. Las actrices resultan buenas cantantes y también el elenco destaca por ser eximios intérpretes del piano, la batería y el bajo.
Los asistentes se ríen y se incomodan, según el rango etario. Todos, no obstante, aprecian la provocación y el anuncio del derrumbe de la sociedad. La catarsis creada por el teatro griego tiene aquí domicilio al final de la obra. Todos aplauden por varios minutos al final. Eso sí.
“Útopías demodé” es un teatro que mata al teatro y lo revive, lo ilumina de nuevo.
La eterna crisis del teatro chileno tiene aquí un discurso nuevo por una sólida compañía. El teatro chileno parece viejo y conservador si uno lo contrasta con esta obra y esta compañía.
En una de esas, tiene la suerte de la obra de Brecht.
FICHA DE LA OBRA: Dirección, texto y composición musical: Martín de la Parra / Elenco: Aylin Córdova, Dante Sena, Florencia Contreras, Martín de la Parra / Nicole Vial / Valentina Soto / Daniela Quintana / Complemento de dirección: Paula Andrés / Pamela Carreño / Fernanda Nome /Diseño integral: Gonzalo Velozo / Sonido: Vicente Cuadros / Producción: Sebastián Carez-Lorca.