Cuando Borgis me invitó a presentar su libro: Señal de normalidad. Un macetero en la ventana. Relatos autobiográficos de una alemana en Chile, fueron muchos los recuerdos que se me presentaron de los primeros años del Pedagógico cuando coincidimos en el Departamento de Castellano en 1965.
Por sus rasgos: alemana casi recién llegada, comprometida con la izquierda y bonita, a la Borgis no se le podía olvidar y si, después, cuando en 1966 se fue a Sociología y no la veía, con tanta frecuencia, por los maravillosos patios y jardines del Pedagógico, siempre preguntaba por ella. Pronto, fue la campaña para la elección de Allende y tenemos que habernos encontrado en muchísimas ocasiones porque ella –valiente y justa- creo que ya debe haber sido militante de la JOTA (no creo equivocarme al divisarla en mis imágenes con la camisa amaranto, inseparable de su compañero, Alejandro del Río, quien es el padre de sus hijas). Por mi parte, yo me había aproximado al Partido Comunista (por ser Profesora Ayudante no me permitieron entrar en la Jota), y pronto, fui militante. Ambas participamos activamente en la Campaña de la Unidad Popular con su candidato, el compañero Allende y, con posterioridad, en Trabajos Voluntarios o exigiendo abrir supermercados (para el Paro de 1972) y en muchas otras actividades; no siempre estábamos en los mismos quehaceres, claro, pero siempre sabíamos una de la otra. A mí me enorgullecía inmensamente haber conocido a la Borgis casi recién llegada, que a todos nos daba clases (silenciosas) de consecuencia: quiero decir que ella no era “figurona” ni blablabera sino que ella actuaba –sin aspavientos ni en primeros planos-, actuaba como creía que debía hacerlo, y no le era nada fácil porque en la Escuela de Sociología, la mayoría de sus compañeros eran “ultras” (como les llamábamos en ese tiempo a quienes consideraban que el Gobierno de la Unidad Popular iba lento y ellos, si no era hasta con violencia, en términos suaves, se referían a los Comunistas como “rabanitos” (rojos, sólo por fuera).
Borgis lo relata muy bien en uno de los capítulos: “Decían -escribe ella- que el poder no se gana con votos sino con el fusil.” (¡flaco favor nos hicieron!, digo yo. Y Borgis también opina al respecto), y añade que uno de los absurdos que a ella –y a tantos- le tocó vivir, en ese tiempo, fue que esta joven germano-chilena, la revisionista, la “rabanito”, fue expulsada de su carrera y no pudo terminar sus estudios ni recibir su título hasta 20 años más tarde. Fue acusada y perseguida debido a su compromiso político, una de las tantas formas que tomó la represión impuesta por los militares y civiles de Derecha que se apoderaron de las Universidades, entre las cuales, la Universidad de Chile fue, sin duda, la más perjudicada.
Me parece fundamental la síntesis que hace Borgis sobre el período del Gobierno Popular. Tomo estas palabras, de un capítulo dedicado a esa época, la del gobierno del Compañero Presidente, que dirigía la Unidad Popular, de la que un inmenso número de jóvenes y adultos fuimos partícipes. Cito: “Nada sería este conjunto de relatos si no encontrara la fuerza y la valentía para escribir sobre tres años de mi vida y, la de muchos en este país, que me forjaron, esculpieron mi figura definitiva, dieron forma y contenido a mi mentalidad, a mi visión del mundo “(61). Es frente a estos modos de decir, que cualquier lector se pregunta: ¿cómo con escasas palabras se puede transmitir y expresar tanto y se pueden traspasar una cantidad inmensa (casi infinita, tal vez) de sentimientos que trascienden a la persona que se expresa? No cabe duda, que esa maestría se logra por el convencimiento, la cercanía, un proyecto de bien común, la entrega, y un imparable deseo de justicia e igualdad, que son algunas de las características que evidencia la Borgis-política (ella misma se califica de “animal político”), que es lo mismo que decir: la Borgis-ciudadana, hija, hermana, madre, abuela, amante, o sea: la Borgis-persona o, simplemente: la Borgis.
Por estas razones, por lo que ha aprendido en su vida, por su curiosidad constante, porque anhela seguir preparándose y compartiendo, ella ha escrito y por su generosidad y su cuestionamiento incesante, tiene la valentía de mostrarse en estos fragmentos, escritos siguiendo una cronología lineal, pero saltada pues, así, entre trozo y trozo de sus vivencias invita a completar, invita a percibir silencios y agregar libremente, ya sea sólo con la imaginación, ya sea porque se recuerda algo que sucedió y el lector o la lectora pudieran rellenarlo.
“Relatos autobiográficos de una alemana en Chile”, aclara la autora, y en el primer capítulo: “Una clase magistral de historia (1959)” explica cómo fue aprendiendo por vivencias (malos tratos de niños holandeses por ser alemana, p.ej.) lo que ni la enseñanza oficial ni los adultos daban a conocer sobre la Guerra Mundial y las atrocidades del nazismo pues los estudios nunca llegaban a esta época, tal como en Chile –afirma la autora-, curiosamente, la asignatura de Historia nunca alcanza a enfocar el gobierno de la Unidad Popular.
Cualquier modo autobiográfico (cuando es sincero, como en este caso) exige auto-presentarse, exponerse, lo que hace pensar en la desnudez. Y si seguimos con las asociaciones se llega a la parte –fresca y libre- de esa escena de nudismo en Berlín, en el Krumme Lanke, que Borgis, al verla, se llena de sorpresa y, más tarde, la comparte como propia y con alegría y soltura. ¿No será así como tenemos que vivirnos la vida: enfrentando las sorpresas con alegría y amplitud de miras?
Pero la autora no se contenta con la escritura y estos vacíos o rupturas entre fechas le ayudan a percibir una manera diferente de manifestarse. Surgen, entonces, las xilografías, otro tipo de trabajo y otro modo de expresarse. Casi todas aluden a lo que un día fue la contingencia política; casi todas, en blanco y negro. Mi preferida es una hermosa con vino y copihues y donde explotan los colores.
Habría muchísimo más que decir, pero es bueno que yo finalice para que ustedes empiecen a leer Señal de normalidad. Un macetero en la ventana Relatos autobiográficos de una alemana en Chile. No obstante hay una marca que, a pesar de la crudeza y dolor de mucho de lo contado, no quiero dejar de destacar. Me refiero al humor que atraviesa muchas páginas de este volumen. Me refiero, asimismo, a la ductilidad de Borgis que hasta ensaya con el cuento para niños. El capítulo se llama: “(2020). Un cuento para chicos y grandes”, y su personaje principal tiene un nombre de 3 sílabas: Lu Chan Do (¿cómo nó?).
Cuando está en Alemania, hacia los 90, Borgis destaca la importancia del humor para enfrentar la vida, y, molesta, se refiere a ese lugar-común con que en Chile caracterizamos los chistes alemanes, caricaturizando con los de don Otto. Esa manera de mirar la vida con sus complejidades y variaciones es la que hace más que rescatable que Borgis Lohan haya elegido este momento tan especial de su historia, de nuestra historia, de la historia de Chile, el Medio Siglo, los 50 años del Golpe Militar: “Ya había escrito varias historias, cuando irrumpió la fecha de los 50 años del golpe cívico-militar, y pensé que ahora debía completar y terminar de escribir sobre mis vivencias, como un aporte a la labor de difusión de nuestra historia, con el enfoque particular mío, que me lo da el prisma del fascismo alemán, con el que cargo desde mi nacimiento. ” No es una casualidad, entonces, que Borgis haya escogido este tiempo para dar a conocer estos escritos llenos de convicciones políticas que, en estos mismos instantes, necesitamos, tanto para impedir detenernos en los adelantos que se están propiciando; en saber ceder, a veces, para que avancemos y, muy en especial, porque nos ayuda a reconocer lo que ha sucedido y que no debemos permitir que JAMÁS se repita.
Soledad BIANCHI
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