El primer álbum que compré con mi propio dinero fue Captain Fantastic and the Brown Dirt Cowboy, uno de los dos álbumes de estudio que Elton John lanzó en 1975. Dentro de la funda se encontraba un librillo al estilo de una novela gráfica acerca de la vida del cantante, una fuente de gran fascinación para mí en ese entonces. Pasé muchas horas ese verano en la silla Sacco que estaba en un estudio alfombrado de color verde, escuchando “Someone Saved My Life Tonight” y analizando la historia de cómo un prodigio del piano, tímido y con anteojos, llamado Reginald Dwight se convirtió en un compositor internacionalmente reconocido que invadió mi tocadiscos y el de millones de personas más.

Rocketman, dirigida por Dexter Fletcher a partir del guion escrito por Lee Hall, narra una versión ligeramente actualizada y sustancialmente más cándida de la misma historia. En la década de los setenta, el hecho de que Elton John fuera homosexual equivalía a un secreto oficial, al igual que su adicción al alcohol, la cocaína y otras sustancias. Pero, como ese librillo, la película —un testamento de autorrealización y una crónica sobre la rehabilitación— es una narrativa autorizada de su vida. Elton John, ahora de 72 años, casado y sobrio desde hace muchos años, funge como productor ejecutivo y autor (junto con su letrista Bernie Taupin, desde luego) de gran parte de la banda sonora. (La banda sonora instrumental, adornada con ecos y alusiones a sus éxitos, con atención especial a “Goodbye Yellow Brick Road” es creación de Matthew Margeson).

Sin embargo, el objetivo de Rocketman no es el ensalzamiento propio. Al contrario, se pone al servicio de los fanáticos de una manera especial y característicamente generosa. Es cierto que Elton John ya no tiene nada que demostrar, pero también es posible que lo menosprecien. Ha sido parte de la música pop comercial durante tanto tiempo —¡más de cincuenta años!— que el alcance de su genialidad y la escala de sus logros están en riesgo de darse por sentados. Casi todas las canciones que se escuchan en esta película se grabaron originalmente en un periodo de alrededor de siete años, y representan apenas la punta de un iceberg musical que pocos pueden rivalizar.

Aun así, dudo ser el único escucha de mi generación que a veces ha sucumbido ante el atractivo del dogmatismo esnob del rock y ha venerado a los ídolos falsos de la autenticidad, como si el artificio espléndido de sir Elton fuera algo que se olvida con la edad o conforme uno conoce más. Y estoy seguro de que no soy el único que se sentirá agradecido de que me recordaran cuánto lo amé y por qué.

Según la manera en que lo cuenta Rocketman, ese cariño —el mío y el de todos los demás— contrasta drásticamente con la ausencia de amor en la infancia de Reg Dwight. (Matthew Illesley lo interpreta de niño y Kit Connor de adolescente; Taron Egerton es Elton de adulto). Su papá (Steven Mackintosh) le niega todo su amor y aprobación a su primogénito, a pesar de un interés compartido por la música. Su mamá (Bryce Dallas Howard) se muestra ambivalente y es cálida solo cuando quiere satisfacer sus propias necesidades. Después de que sus padres se separan, llega un padrastro inofensivo e inútil (Tom Bennett).

Por suerte, también cuenta con su abuela —la maravillosa Gemma Jones—, quien se da cuenta de los talentos del joven y se asegura de que los cultive, con lecciones en la Academia Real de Música. También tiene suerte de que Fletcher y Hall, en vez de crear una película biográfica estándar, inyectan esta con elementos figurados del espectáculo de estilo musical de rocola. Elton adulto canta a dueto con él mismo de joven. El joven Reg baila hasta llegar a la adultez con “Saturday Night’s Alright for Fighting” de fondo.

Como resultado, la cronología es casi tan barroca como las melodías. A veces las canciones están integradas en el argumento, como cuando Elton, al principio de su colaboración con Taupin (Jamie Bell), canta “Your Song”, al parecer de manera improvisada, en el piano del salón de su madre. O, un poco después, cuando se sube al escenario en el Troubadour en Los Ángeles y hace que la audiencia se emocione con “Crocodile Rock”. Otras canciones — “Don’t Let the Sun Go Down on Me” y la que presta su nombre a la película, entre otras— funcionan más como números musicales que le dan vivacidad teatral y voz metafórica a las emociones de Elton. Se escuchan cuando combinan con el ambiente, en lugar del registro histórico.

La película se resiste hábilmente al lugar común biográfico de suponer que las canciones se originan o se refieren a momentos específicos basados en los sentimientos. Así no funciona el arte, especialmente un arte tan colaborativo como el de Elton y Bernie. Su alianza creativa es el núcleo de la película, la historia de amor silenciosa y funcional que se teje a través del brillo, el exceso y el desengaño. “Your Song” se convierte en el emblema de esta relación. Bernie la escribe para Elton, quien la canta para Bernie, y gracias a la magia flexible del pronombre en segunda persona, se convierte en un mensaje que uno le manda al otro y, después, a todos los demás en el mundo.

Es difícil pensar en una representación del trabajo del artista menos interesada en el mito de la lucha creativa. Bernie produce letras por montones, Elton tiene un sinfín de melodías y los éxitos resultantes hacen que ambos se vuelvan inmensamente ricos antes de que cualquiera de ellos cumpla los 30 años. Para Elton, el problema es lo que sigue después de ese éxito, mientras su fama exacerba las heridas de su infancia que no han sanado.

La trama principal de Rocketman se trata de un bucle terapéutico conocido. Comenzamos en un centro de rehabilitación, donde Elton llega ataviado con su vestuario escénico, un mono color naranja fosforescente adornado con alas de ángel y cuernos de demonio. (La mayoría de los atuendos que usa Egerton son réplicas del vestuario que Elton John usaba, una hazaña de diseño realizada por Julian Day que es ostentosa y humilde al mismo tiempo). Pasamos por sus primeros esfuerzos y la miseria de mitad de su carrera.

Parte de lo sucedido fue causado por John Reid (Richard Madden), un alto ejecutivo de la industria de la música, vestido de manera elegante, que se da cuenta del talento de Elton, aprecia su inseguridad sexual y encuentra la manera de aprovecharse de ambas cosas. Su actitud despiadada y los apetitos de Elton se combinan para llevar al cantante al borde de la autodestrucción, una condición que permite la redención que llega a continuación.

Con lo que solo puede llamarse sobriedad extravagante —y supongo que también extravagancia sobria—, Egerton en efecto interpreta los papeles tanto de Lady Gaga como el de Bradley Cooper en una versión fresca de Nace una estrella. Su Elton es el guerrero que ha vivido una vida difícil y el ingenuo preternaturalmente dotado, el héroe expiatorio y el sobreviviente osado, el dios del rock y el icono del camp. El actor presenta una actuación magistral en la que borra su persona, una muestra virtuosa del carisma prestado.

Fletcher a veces exagera, en cuanto al espectáculo y la narrativa —la coreografía puede ser tan confusa como la cronología— pero, cuando funciona, Rocketman tiene la energía seria y extravagante de una película de Baz Luhrmann. En este contexto, esa descripción es un cumplido, puesto que el jolgorio al estilo de Luhrmann es justo lo que esperaríamos de una película acerca de Elton John.

La otra cosa que esperamos es la música de Elton John, un deseo que Rocketman a veces satisface, aviva y frustra. Las canciones no son exactamente como las recuerdas y, en la mayoría de los casos, las nuevas versiones se usan para provocar un efecto dramático. Pero no parecen ser capaces de valerse por sí mismas y es poco probable que remplacen a las originales en las listas de reproducción de nadie. Desde luego, eso está muy bien: el objetivo es redescubrir el gusto por esas viejas grabaciones, así como por el meteoro incandescente de la vida del hombre que las compuso.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here